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sábado, abril 25

El juglar de Nuestra Señora



(Leído en la columna de Paulo Coelho en el XLSemanal del 17 de abril de 2011)

Cuenta una leyenda medieval que, llevando al Niño Jesús en brazos, Nuestra Señora quiso bajar un día a la Tierra para visitar cierto monasterio.

Orgullosos, todos los religiosos hicieron una gran fila, y cada uno se postraba frente a la Virgen, procurando homenajear a la madre y al hijo. Uno declamó bellos poemas, otro le mostró sus iluminaciones para la Biblia, y un tercero recitó todos los nombres de los santos. De esta manera, todos los monjes iban mostrando uno a uno sus talentos y su adoración por los dos.

Al final de la fila se encontraba un religioso, el más humilde del convento, que no había aprendido los sabios textos de la época. Sus padres eran personas sencillas que trabajaban en un viejo circo de los alrededores, y que sólo le habían enseñado a hacer algunos malabarismos tirando bolas a lo alto.

Cuando le llegó su turno, los otros monjes hicieron mención de poner fin a los homenajes, pues el antiguo malabarista no tenía nada importante que decir, y podía desprestigiar la imagen del convento. Y sin embargo, en el fondo de su corazón, él también sentía una enorme necesidad de ofrecerles alguna cosa a Jesús y a la Virgen.

Avergonzado, y sintiendo la mirada de recriminación de sus hermanos, se sacó algunas naranjas de los bolsillos y las arrojó a lo alto, realizando algunos juegos malabares – que era lo único que sabía hacer.

Fue en este preciso momento cuando el Niño Jesús sonrió, y se puso a aplaudir en el regazo de Nuestra Señora. Y fue sólo a este último religioso a quien la Virgen, extendiendo los brazos, le permitió sostener durante un tiempo a su hijo.  

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