Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

lunes, diciembre 21

Simbiosis: salón de belleza a lo bestia



(Un texto de Fernando González Sitges en el XLSemanal del 16 de enero de 2011)

La muerte abrió la boca. Grandes colmillos afilados, translúcidos y brillantes como el cristal armaban la entrada a una caverna pavorosa. Muchos camarones morían cada día engullidos por aquellas fauces; y él era un camarón.

La morena vio acercarse al crustáceo y su primer impulso fue atacarlo. Era una presa fácil. Sólo tendría que abandonar su cueva con un rápido movimiento y atraparlo con sus finos y aguzados dientes. Pero entonces algo la contuvo. Aquel camarón era de color rojo brillante y su cuerpo estaba atravesado por una fina y llamativa línea blanca; una combinación que paró en seco al depredador. La morena se relajó y abrió más la boca. Los colores del pequeño camarón le habían mandado un mensaje mudo que las morenas llevan impreso en su código genético desde que aparecieron como especie. Sin un movimiento, el cazador esperó. La quisquilla también conocía aquel lenguaje mudo de signos y, lejos de huir, se adentró despacio en la boca del monstruo, donde comenzó a comer pequeños residuos atrapados entre los dientes. Era un pacto entre dos especies antagónicas, un acuerdo que beneficiaba por igual a ambas partes. La quisquilla obtenía comida fácil y podía despreocuparse de sus enemigos. Nadie la atacaría mientras estuviera dentro de la boca de uno de los habitantes más temibles del arrecife. La morena, por su parte, obtenía una limpieza bucal que le evitaba molestias y peligrosas infecciones.

El pacto entre pequeños animales limpiadores y grandes especies, que en muchos casos son, además, peligrosas, está muy extendido en el Reino Animal. Sin que nadie sepa cómo llegaron a producirse, los equipos de limpieza se acercaron a animales que normalmente se los comerían o que podrían aplastarlos con suma facilidad y establecieron una relación simbiótica. Hay aves que limpian búfalos, elefantes y jirafas metiéndose incluso en sus orificios nasales; peces que asean las mandíbulas de hipopótamos y cocodrilos; crustáceos que se internan en la boca y las branquias de tiburones y morenas... La osadía de estos comandos de limpieza no tiene límites. Y sus beneficios, tampoco.

Los limpiadores eliminan fragmentos en descomposición - restos de comidas anteriores - de la boca de los cazadores evitando problemas en dientes y encías, eliminan parásitos de la piel y limpian y retiran las células muertas de las heridas. Además, la mayoría de los animales con enfermedades o heridas en la piel sufre insoportables picores, y estos limpiadores son especialistas en masajear las zonas más sensibles produciendo un alivio inmediato. No es de extrañar que los huéspedes se dejen limpiar convirtiéndose en animales mansos y entregados. Pero, para hacerlo, necesitan reconocer previamente a los limpiadores. ¿Cómo consiguen éstos darse a conocer? ¿Cómo ofrecen sus servicios?

Generalmente, todos los animales limpiadores muestran unos colores y unos movimientos muy llamativos. Es algo así como un reclamo publicitario en el que se indica: «Mira mis colores, yo no me escondo de ti. Sé que no me harás nada porque te ofrezco un servicio integral de salud y limpieza». Los lábridos - unos pequeños peces de forma alargada - buscan los grandes meros y chernas y se quedan flotando frente a ellos mostrando sus vivos colores azules, blancos y rojos. Para quien no conozca su secreto, podría parecer que los peces se quieren suicidar porque recuerdan a un irresistible señuelo de pesca. Pero los meros y las chernas reciben el mensaje y en contestación se quedan inmóviles. De esta forma, a su vez, les contestan que están preparados y que no les harán nada. Estos mensajes a base de movimientos y cambios de color se cruzan entre especies a lo largo de todo el mundo, de forma que la tregua se respeta y el contrato de simbiosis permanece. Pero, como en todas partes, también aquí hay tramposos.

Los científicos han descubierto que algunas especies se hacen pasar por limpiadores para sacar provecho. En el mismo arrecife en el que los lábridos limpian a grandes meros y chernas hay otro pececillo muy similar que ha adoptado la misma forma corporal y el mismo dibujo que el labro limpiador azul. El imitador, un blenio dientes de sable, simula el baile del limpiador hasta que un gran pez se pone frente a él y abre la boca esperando sus servicios. Entonces, el pececillo se adentra en la boca del gigante, se dirige a las branquias, le arranca un suculento trozo de un mordisco y huye con su botín a través de las aperturas branquiales. El gobio saca provecho, pero el afectado no vuelve a fiarse de los verdaderos limpiadores.

Como los gobios hay otros muchos limpiadores que se extralimitan en sus funciones y sacan beneficios no pactados de sus pacientes. Lo que hasta hace poco se tenía por una idealizada simbiosis se está empezando a mostrar como un contrato con letra pequeña.

Algunos pájaros limpiadores, como los búfagos africanos, limpian las células muertas de las heridas y desparasitan la piel de sus huéspedes. Incluso pueden servir a los cegatos rinocerontes y a los desconfiados búfalos como vigías que delaten la presencia de enemigos. Pero ahora se sabe que en muchas ocasiones los búfagos van más allá de sus deberes y pican las heridas de los grandes mamíferos a los que asean para alimentarse con su sangre.

En las cálidas aguas de los arrecifes coralinos es frecuente observar a los peces payaso viviendo en el interior de una gran anémona. La anémona se alimenta de peces e invertebrados que atrapa con sus tentáculos venenosos, pero los peces payaso parecen tener un trato de favor. ¿Por qué la anémona no los envenena? En un principio se pensaba que existía uno de tantos tratos evolutivos, pero en el caso de los peces payaso se trata, más bien, de un pacto forzoso. La realidad es que, si pudiera, la anémona se los comería. Pero los peces payaso aprendieron a inmunizarse a base de recibir picaduras superficiales, hasta que la mucosidad que recubre sus escamas les hizo inmunes al veneno. De esta forma les fue fácil entrar como servicio de limpieza en el interior de las anémonas y comer los restos de sus comidas mientras se sienten protegidos por un bosque de tentáculos venenosos. Y es que, incluso entre los animales salvajes, siempre hay quien se salta los pactos y quien se beneficia en exceso de ellos.

Etiquetas: