Simbiosis: salón de belleza a lo bestia
(Un texto de
Fernando González Sitges en el XLSemanal del 16 de enero de 2011)
La
muerte abrió la boca. Grandes colmillos afilados, translúcidos y brillantes
como el cristal armaban la entrada a una caverna pavorosa. Muchos camarones
morían cada día engullidos por aquellas fauces; y él era un camarón.
La
morena vio acercarse al crustáceo y su primer impulso fue atacarlo. Era una
presa fácil. Sólo tendría que abandonar su cueva con un rápido movimiento y atraparlo
con sus finos y aguzados dientes. Pero entonces algo la contuvo. Aquel camarón era
de color rojo brillante y su cuerpo estaba atravesado por una fina y llamativa línea
blanca; una combinación que paró en seco al depredador. La morena se relajó y
abrió más la boca. Los colores del pequeño camarón le habían mandado un mensaje
mudo que las morenas llevan impreso en su código genético desde que aparecieron
como especie. Sin un movimiento, el cazador esperó. La quisquilla también
conocía aquel lenguaje mudo de signos y, lejos de huir, se adentró despacio en
la boca del monstruo, donde comenzó a comer pequeños residuos atrapados entre
los dientes. Era un pacto entre dos especies antagónicas, un acuerdo que
beneficiaba por igual a ambas partes. La quisquilla obtenía comida fácil y
podía despreocuparse de sus enemigos. Nadie la atacaría mientras estuviera
dentro de la boca de uno de los habitantes más temibles del arrecife.
La morena, por su parte, obtenía una limpieza bucal que le evitaba molestias y
peligrosas infecciones.
El
pacto entre pequeños animales limpiadores y grandes especies, que en muchos
casos son, además, peligrosas, está muy extendido en el Reino Animal. Sin que
nadie sepa cómo llegaron a producirse, los equipos de limpieza se acercaron a
animales que normalmente se los comerían o que podrían aplastarlos con suma facilidad
y establecieron una relación simbiótica. Hay aves que limpian búfalos,
elefantes y jirafas metiéndose incluso en sus orificios nasales; peces que
asean las mandíbulas de hipopótamos y cocodrilos; crustáceos que se internan en
la boca y las branquias de tiburones y morenas... La osadía de estos comandos de
limpieza no tiene límites. Y sus beneficios, tampoco.
Los limpiadores eliminan fragmentos en
descomposición - restos de comidas anteriores - de la boca de los cazadores evitando
problemas en dientes y encías, eliminan parásitos de la piel y limpian y
retiran las células muertas de las heridas. Además, la mayoría de los animales
con enfermedades o heridas en la piel sufre insoportables picores, y estos
limpiadores son especialistas en masajear las zonas más sensibles produciendo
un alivio inmediato. No es de extrañar que los huéspedes se dejen limpiar convirtiéndose
en animales mansos y entregados. Pero, para hacerlo, necesitan reconocer previamente
a los limpiadores. ¿Cómo consiguen éstos darse a conocer? ¿Cómo ofrecen sus
servicios?
Generalmente,
todos los animales limpiadores muestran unos colores y unos movimientos muy
llamativos. Es algo así como un reclamo publicitario en el que se indica: «Mira
mis colores, yo no me escondo de ti. Sé que no me harás nada porque te ofrezco un
servicio integral de salud y limpieza». Los lábridos - unos pequeños peces de
forma alargada - buscan los grandes meros y chernas y se quedan flotando frente
a ellos mostrando sus vivos colores azules, blancos y rojos. Para quien no
conozca su secreto, podría parecer que los peces se quieren suicidar porque
recuerdan a un irresistible señuelo de pesca. Pero los meros y las chernas
reciben el mensaje y en contestación se quedan inmóviles. De esta
forma, a su vez, les contestan que están preparados y que no les harán nada.
Estos mensajes a base de movimientos y cambios de color se cruzan entre
especies a lo largo de todo el mundo, de forma que la tregua se respeta y el contrato de simbiosis permanece.
Pero, como en todas partes, también aquí hay tramposos.
Los científicos han descubierto que algunas especies
se hacen pasar por limpiadores para sacar provecho. En el mismo arrecife en el que los lábridos limpian
a grandes meros y chernas hay otro pececillo muy similar que ha adoptado
la misma forma corporal y el mismo dibujo que el labro limpiador azul. El
imitador, un blenio dientes de sable, simula el baile del limpiador hasta que un gran pez se pone frente a él
y abre la boca esperando sus servicios.
Entonces, el pececillo se adentra en la boca del gigante, se dirige a
las branquias, le arranca un suculento trozo
de un mordisco y huye con su botín a través de las aperturas branquiales.
El gobio saca provecho, pero el afectado
no vuelve a fiarse de los verdaderos limpiadores.
Como
los gobios hay otros muchos limpiadores
que se extralimitan en sus funciones y sacan beneficios no pactados de sus
pacientes. Lo que hasta hace poco se tenía por una idealizada simbiosis se
está empezando a mostrar como un contrato con letra pequeña.
Algunos
pájaros limpiadores, como los búfagos africanos, limpian las células muertas de
las heridas y desparasitan la piel de sus huéspedes. Incluso pueden servir a
los cegatos rinocerontes y a los desconfiados búfalos como vigías que delaten
la presencia de enemigos. Pero ahora se sabe que en muchas ocasiones los
búfagos van más allá de sus deberes y pican las heridas de los grandes mamíferos
a los que asean para alimentarse con su sangre.
En
las cálidas aguas de los arrecifes coralinos es frecuente observar a los peces
payaso viviendo en el interior de una gran anémona. La anémona se alimenta de
peces e invertebrados que atrapa con sus tentáculos venenosos, pero los peces
payaso parecen tener un trato de favor. ¿Por qué la anémona no los envenena? En
un principio se pensaba que existía uno de tantos tratos evolutivos, pero en el
caso de los peces payaso se trata, más bien, de un pacto forzoso. La realidad es
que, si pudiera, la anémona se los comería. Pero los peces payaso aprendieron a
inmunizarse a base de recibir picaduras superficiales, hasta que la mucosidad
que recubre sus escamas les hizo inmunes al veneno. De esta forma les fue fácil
entrar como servicio de limpieza en el interior de las anémonas y comer los restos
de sus comidas mientras se sienten protegidos por un bosque de tentáculos venenosos.
Y es que, incluso entre los animales salvajes, siempre hay quien se salta los pactos
y quien se beneficia en exceso de ellos.
Etiquetas: Culturilla general
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