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miércoles, marzo 16

Cixí, la última emperatriz de China

(Un texto de Fátima Uribarri publicado en el XLSemanal del 17 de agosto de 2014)

Gobernó China durante 47 años, lo que a finales del XIX suponía hacerlo sobre un tercio de la población mundial. Y eso que comenzó como una concubina de rango inferior. Cixí era astuta, polémica e implacable, pero condujo al gigante asiático hacia la modernidad. [...]

Llegó a la Ciudad Prohibida en un carromato cerrado por unas gruesas cortinas. Tenía 16 años. Era hija de un jefe de funcionarios y no había salido hasta entonces de su entorno familiar. Era una de los cientos de muchachas que iban a ser seleccionadas para ser concubinas del emperador.

Cixí no solo superó la prueba y fue seleccionada, sino que fue ascendiendo dentro de la estricta Corte imperial: pasó de ser concubina de grado inferior a convertirse en emperatriz... y dueña del destino de casi un tercio de la población mundial.

La emperatriz Cixí es la Catalina la Grande de China, una mujer que controló un vastísimo imperio, anclado en la Edad Media cuando ella tomó el mando. Una mujer rompedora, polémica, inteligente, implacable. Durante los 47 años en los que detentó el poder (de 1861 a 1908), transformó China, abrió el imperio a los extranjeros, cometió graves errores -como apoyar a los boxers, que odiaban a los occidentales (los 55 días en Pekín de la célebre película de Nicholas Ray)-, padeció el exilio y sobrevivió a tres emperadores (a uno de ellos lo mandó asesinar).

Cixí, que durante decenas de años ha ocupado un lugar en la sombra en la Historia, acaba de ser recuperada y ensalzada por la escritora Jung Chang. Su libro Cixí, la emperatriz (Editorial Taurus) reivindica su importancia, sus revolucionarias reformas y, sobre todo, su mayor mérito: hacerlo siendo mujer.

Cixí subió al primer peldaño del escalafón de concubinas cuando, en 1856, dio a luz al primer hijo varón del emperador Xianfeng.

A pesar de haberlo parido, Cixí no fue su madre oficial por ser una concubina. ese honor recayó en Zheng, la mujer del emperador, con la que siempre mantuvo una excelente relación. Mientras vivió el emperador Xianfeng, Cixí se tuvo que limitar a ser espectadora de los acontecimientos. Xianfeng se opuso a los avances tecnológicos y a la entrada de los occidentales en China. Sufrió serios reveses como la humillante derrota de la Guerra del Opio contra Gran Bretaña, que terminó con la obligación china de agachar la cabeza y permitió la entrada en China de misioneros occidentales y la apertura de puertos comerciales extranjeros como Hong Kong y Taiwán.

Xianfeng nunca perdonó las ofensas de los diablos occidentales. Los odiaba, pero Cixí se dio cuenta de que era necesario abrir China para prosperar. El emperador había nombrado unos regentes antioccidentales para que mantuvieran los cerrojos de China tras su muerte. Pero Cixí, que entonces tenía 25 años, orquestó un astuto golpe de Estado, sin derramar una gota de sangre y con la complicidad de dos hermanos de su marido, para que la regencia recayera en ella y en la emperatriz Zheng.

Hicieron un insólito reparto de tareas: Zheng se ocupaba de la intendencia del palacio y del nombramiento de funcionarios; Cixí, de todo lo demás. Este pacto entre damas – "un caso único en la Historia", en palabras de un misionero estadounidense- perduró hasta el fallecimiento de Zheng, con solo 43 años, una muerte de la que durante años se culpó a Cixí. Un infundio, según la escritora Jung Chang.

Su objetivo era hacer fuerte a China. Y para lograrlo no dudó en confiar en extranjeros como Robert Hart, un británico que durante casi 50 años dirigió las aduanas chinas y fue un fiel colaborador suyo.

Modernizar China no era tarea fácil. Había que introducir el ferrocarril, por ejemplo, pero había un impedimento insalvable: las obras y el ruido perturbarían la paz de los antepasados enterrados.

En 1873, su hijo Tonghi, de 16 años, accedió al trono imperial. Era un muchacho indolente que paralizó la actividad reformista de su madre, aunque tuvo un gesto ‘moderno’: en 1873 rompió normas ancestrales y permitió que una delegación extranjera no se postrara ante él. En la Corte supuso un escándalo mayúsculo.

Tonghi apenas gobernó. Falleció a causa de la viruela sin haber cumplido 19 años. Cixí, que había regresado al harén y se había apartado de la política mientras su hijo ejerció de emperador, regresó entonces a la primera línea. Adoptó al hijo de su hermana y lo designó nuevo emperador -con ella como regente-, envió a funcionarios por el mundo para que le contaran cómo se hacían las cosas en Occidente, dedicó un amplio presupuesto para construir una armada potente, abrió nuevos puertos comerciales, creó el servicio chino de Correos, el primer telégrafo, instauró el tranvía en Pekín y llevó la luz eléctrica al país.

La emperatriz también impuso nuevas maneras. escuchaba consejos y críticas, y prefería el consenso. "Su reinado fue el más tolerante de la dinastía Qing", afirma Jung Chang.

En 1889, su hijo adoptivo (y sobrino) Guangxu asumió el poder. Cixí regresó de nuevo al harén. Pero nunca se entendió con Guangxu, un chico apocado, educado en la tradición e incapaz de enfrentarse al mundo moderno. Bajo el reinado de Guangxu, China padeció ante Japón una de las derrotas más humillantes de su historia. El desastre convenció a Cixí de que debía retomar el mando. Como dijo un diplomático francés, "ella es el único hombre de China".

China había perdido la flota. Era una nación débil, sin un ejército potente y con una deuda descomunal. un bocado apetitoso para las potencias occidentales. Para más inri, el pusilánime Guangxu parecía hipnotizado por un arribista muy sibilino Kang, el Zorro Salvaje, partidario de una alianza con Japón para crear una gran potencia amarilla.

Cixí decidió actuar cuando descubrió una confabulación para matarla orquestada por Kang -que se había ganado la simpatía del emperador- y de Perla, su concubina favorita. Fue implacable. Ordenó arresto domiciliario para el emperador y numerosas ejecuciones.

China estaba en una posición de debilidad frente a Occidente. Alemania, Gran Bretaña y Rusia se habían apoderado de territorio chino; Francia y Japón, de los Estados vasallos Vietnam y Corea; los misioneros cristianos habían asumido cierta autoridad local... Eso hizo que en China se extendiese un odio mortal hacia los extranjeros y nació un movimiento nacionalista alentado por una pandilla de matones apodados los boxers por su manera de pelear.

El odio se extendió y Cixí no supo manejarlo. quería ser amiga de Occidente, pero también comprendía el rencor de su pueblo. Los boxers desataron el terror. Eran miles de chinos con palos frente a ocho potencias extranjeras. Los boxers fueron machacados.

Cixí y Guangxu tuvieron que huir. Pero antes de hacerlo, Cixí tomó medidas. una, dejar una tropa de guardianes para proteger los tesoros del palacio; otra, ordenar a los eunucos que cavaran un pozo y enterraran en él, viva, a Perla, la influyente concubina. Después, una triste caravana de mil personas con príncipes, damas, eunucos, nobles y criados partió. Tras dos meses y más de mil kilómetros se refugiaron en Xian.

Esta vez, los occidentales no incendiaron palacios, sino que los protegieron. Se firmó la paz, se fijó una alta indemnización, pero también se aceptó que China aumentara los aranceles al comercio exterior para poder pagarla. Cixí regresó y comenzó una nueva etapa de reformas y acercamiento occidental. Propugnó que se aceptara el comercio como un oficio respetable [estaba en lo más bajo de la escala] y lanzó la moneda estatal. el yuan. Incluso pensó en convertir China en una monarquía constitucional con un Parlamento elegido y encargó, en 1908, un borrador de Constitución. 

Pero no dejó de ser controvertida. Cuando sintió que iba a morir, decidió dejar guarecido el porvenir de China e impedir que cayera en manos de Japón, así que envenenó al emperador Guangxu (pronipón) y designó a su sobrino nieto Puyi, de tres años, como futuro emperador. Pero no llegó a gobernar. la última emperatriz fue ella. Con su mandato terminó una monarquía absoluta que dirigió la inmensa China durante dos mil años.

En una jaula de oro
Cixí se levantaba cada día a las cuatro de la madrugada y la vestían sus eunucos. Fumaba de su pipa de agua, sostenida por un eunuco entrenado para que no le temblara el pulso, desayunaba té con leche humana (decenas de nodrizas hacían este trabajo) y comenzaba su larga jornada de trabajo, con informes que leía y corregía y audiencias a sus hombres de confianza, a los que escuchaba en su trono, tras un biombo. Ante ella había que estar arrodillado. Solo se eximió de esa obligación a los extranjeros y a Xuling, el fotógrafo oficial. Para llegar al trípode, tenía que estar de rodillas sobre un taburete. Como era difícil mantener el equilibrio, le permitieron trabajar de pie. El protocolo era muy rígido. Cixí era la persona más poderosa del Imperio, pero era mujer, así que nunca pisó la sección delantera de la Ciudad Prohibida. Tampoco pudo montar en automóvil. Era impensable que el chófer estuviera sentado y, además, delante de ella.

El heredero. En 1908, antes de fallecer, designó emperador a su sobrino nieto Puyi y regente a su padre, Zaifeng. Puyi tenía tres años. No llegó a reinar porque el gobierno imperial se abolió en 1912. Bertoluci lo contó en El último emperador.

Los eunucos. Cixí vivía rodeada de eunucos que la engalanaban con impactantes vestidos y joyas. Eran muy atractivos y de hecho se enamoró de uno de ellos, An Dehai, a los 30 años. Fue decapitado en 1869, lo que causó una profunda depresión a la emperatriz.

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