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sábado, junio 18

Tu boda me va a matar

(Un texto de S. Torres en la revista Mujer de Hoy del 23 de mayo de 2015. Divertido)

Mi amiga Laura, la que no creía en el amor y mucho menos en el matrimonio, se casa. En circunstancias normales esto debería ser una alegría, si no fuera por dos motivos: es la cuarta boda de la temporada y porque (¡ay!) Laura aspira a una boda #diferente, #atípica, #boho chic, #Indie, #jenesaisquois, #iconoclasta. Todos los adjetivos anteriores han sido utilizados por ella tanto en la vida real como en forma de hashtags de Twitter durante los últimos tres meses y con ellos pretende dejar claro que su boda no será del montón y que nosotras, sus amigas, tenemos que estar a la altura (tanto en la vida real como en Facebook e Instagram).

Dos días después de anunciar su enlace quedó inaugurado el grupo de Whatsapp 'Ni mantilla ni pamela'. El nombre, que al principio me hizo bastante gracia, debió de haberme servido de aviso pero, la verdad, no me esperaba lo que iba a llegar.

El trámite de la despedida de soltera lo superamos con relativa elegancia: Laura se dejó llevar engañada a Berlín. En realidad, lo sabía perfectamente porque no pudimos mantener el secreto debido a su firme decisión de controlar los detalle pre y post boda. La despedida no fue barata, pero sí divertida, y lo mejor, no hubo testigos.

A la vuelta, Laura se convirtió en una mujer con la creatividad disparada y, no se sabe por qué, su inspiración se empezó a manifestar sobre todo a altas horas de la noche, momento en el que el grupo de Whatsapp alcanzaba niveles de actividad que deberían ser estudiados en la Universidad de Stanford.
Al principio, todas las amigas somos 15 en el grupo comentábamos a razón de tres a una, es decir, tres mensajes de Laura por una respuesta de alguna de las 14 restantes, pero, con el tiempo, el entusiasmo solo permaneció intacto en ella y poco a poco dejamos de comentar sus cientos de ideas para el regalo de los invitados, que en esa fase de los preparativos debían ser hechos a mano (#handmade, #reciclables, #green). Así que una noche acabó ocurriendo lo inevitable: Laura envío 17 mensajes y no hubo ni una miserable respuesta. Silencio absoluto. Lo siguiente fue una convocatoria oficial a un café para dejar las cosas claras. En el café, Laura lloró a lágrima viva y nos echó la bronca: "Le hacía mucha ilusión que estuviéramos juntas en esto. Y esto" era por supuesto su boda #iconaclasta, ya que era el acontecimiento más importante de su vida. Tensión. Más lágrimas. Nadie se atrevió a decir nada más.

Así que, desde entonces, nadie duerme bien por miedo a dejar un mensaje del grupo sin contestar. Y ya os he advertido que la novia es de hábitos noctámbulos. Una noche tuvo una idea brillante sobre el sitting (el sitio donde cada invitado se va a sentar). Haré que cada uno se deje guiar por la energía para que acabe compartiendo la mesa con las personas más adecuadas a su nivel energético #bodayogui.
Yo, que estaba ya medio dormida, empecé a visualizar a la gente arremolinada en la puerta, dándose codazos para coger sitio en la mesa más cercana a la barra que, como ya se sabe, es la mejor en todas las bodas, no solo por su cercanía con el alcohol, sino por la lejanía de la mesa principal. Por su parte, otra amiga, María, recién separada de su novio, imaginó que las energías se lo iban a colocar en la misma mesa, lo cual le iba a torcer el acontecimiento del año. Así que, como desde el café y el llanto todas padecíamos una combinación de Síndrome de Estocolmo, empezamos a teclear como locas para que quedara muy claro que, aunque estábamos totalmente implicadas en la boda #iconaclasta, la idea nos parecía un poco... arriesgada.

Huelga decir que el grupo 'Ni mantilla ni pamela' tenía un subgrupo, en el que ya no estaba Laura, dedicado a comentar sus mejores ideas y a ponerla a parir si se terciaba. Dicho grupo llamado 'La puta boda tenía' más actividad que el grupo original. Cuando pasó la fase del sitting, pasamos al momento dress code [etiqueta]. El nombre del grupo no era gratuito, sino una auténtica declaración de intenciones. Laura quería que en la cabeza lleváramos algo "original y osado". Ni mantilla ni pamela, eso ya estaba claro, pero tampoco "el típico tocado de tul y plumas, ni la típica diadema de flores, que me quitáis protagonismo". Tampoco quería vernos con "el clásico moño francés ni con el pelo suelto en plan effortless". No, ella quería mucho esfuerzo, pero que no se notara. Algo que solo está al alcance de los grandes estilistas de moda de este mundo.

La verdad es que yo no tengo en mi vestidor un apartado dedicado a sombreros y tocados. Raruna que soy. Así que ante el momento tocado #iconoclasta perdí la paciencia. Pregunté qué pasaría si me saltaba la norma. Al fin y al cabo ser iconoclasta era eso. Iconoclasta. Segunda acepción en el diccionario de la RAE: Se dice de quien niega y rechaza la merecida autoridad de maestros, normas y modelos. Silencio en el grupo 'Ni mantilla ni pamela'. Carcajadas, emojis de aplauso y flamencas en el alternativo 'La puta boda'.

Laura no aceptó mi súplica, así que me resigné a comprar un tocado atípico en cuanto tuviera alguna señal de qué vestido se nos permitiría lucir en el acontecimiento. Las directivas que finalmente emanaron del grupo de Whatsapp fueron: "Fluido, orgánico, sinuoso y con movimiento". "¿Largo o corto?", me atreví otra vez a pedir información más concreta. Respuesta: "¡Tú verás qué vestido llevas a la boda de tu mejor amiga que se casa a las cuatro de la tarde!". Esto se supone que era una alocución retórica y que yo debía saber perfectamente la respuesta. Pero no era así. Necesitaba más concreción.
Desechada la posibilidad de amortizar los vestidos usados en las tres bodas anteriores, me resigné a ir de compras con otra amiga, que tampoco tenía nada claro cómo resolver el dress code que se nos había planteado. Así que entramos a una de esas boutiques que huelen muy bien y allí consideramos que un vestido de gasa color nude muy largo podía considerarse orgánico, fluido y sinuoso, pero... fracasamos porque, según la dependienta, tenía "un diseño ambiguo" y podría ser usado como traje de novia. "¿Sabéis si el vestido de la novia es color hueso, blanco roto, blanco champán o blanco latte?", preguntó solícita.

Pero no, no lo sabíamos. En fin, de allí salimos con dos vestidos de perfil bajo, de esos que "ni fu ni fa", pero la dependienta nos aseguró que con ellos nos movíamos en territorio seguro.

Con el dress code superado, Visa fundida mediante, quedaba el difícil trance largamente postergado del tocado original y osado, sin plumas, sin tules, no diadema de flores. Esta vez las indicaciones estaban claras, pero la duda era filosófica: ¿existía ese tocado sobre la faz de la Tierra? Cuando estaba sumida en esta crisis existencial, entró un mensaje de Laura: "Chicas, recordad, es mi boda. Todo tiene que estar perfecto. ¡No entréis en Tiger!". Por lo visto otra amiga se había apañado un tocado monísimo con enseres de jardinería de Tiger [la cadena de bazares de diseño]. Era único, original y osado. Pero no era opción.

Así que decidí llamar a Nuria, a quien la crisis ha puesto a hacer tocados y turbantes. Le conté mi percance y me citó con el vestido de perfil bajo en su casa. Según Nuria, las peores bodas que había vivido como proveedora de complementos eran las que pretendían ir a la contra: "Originales, diferentes". Cualquiera de estos adjetivos podía convertirse en un infierno. Le enseñé nuestro grupo de Whatsapp, que solo en los dos últimos días superaba los 300 mensajes, y Nuria me miró con piedad.

Me sugirió un turbante para darle un aire exótico a un vestido que a ella le parecía soso. ¡Vaya por Dios! Y luego me advirtió de que para defender un turbante había que maquillarse muy bien. Contrataría a un profesional. Un turbante es cosa seria.

Salí de su casa con mi turbante. Al menos ya tenía todo controlado hasta nuevo aviso. Y todavía quedaban 10 días para la boda. Solo os diré que tres días después de haberlo comprado todo y haber "apalabrado" un maquillador para el look turbante, el grupo 'Ni mantilla ni pamela' volvió a arder, sí como Troya. Mensaje de Laura: ¡Ideaca! ¡Ideaca!. Silencio de los 14 miembros del grupo. Se mascaba la tragedia. No hubo reacción. Laura vuelve a la carga: "¡Que me caso en una Vespa vintage maravillosa!". Primeras y tímidas reacciones: "¡Muy chulo!". "Muy buena idea". De alguna manera respirábamos aliviadas, al menos esta vez la ideaca no nos implicaba. Siguiente mensaje: Hemos alquilado 15 vespas antiguas y vamos a llegar todas a la iglesia como si saliéramos de una película de Fellini: será una boda neorrealista italiana. ¿Qué os parece? "¡Ideaca!". El silencio del grupo ya era un escándalo. Así que siguió ella. Solo una cosa, hay que llevar casco, porque hay que atravesar la ciudad, así que lo del tocado lo dejamos. Entonces fue cuando Whatsapp explotó de indignación: ¿Perdona?.
Posdata. Solíamos ser un grupo sólido de amigas. Nos queríamos. Hubiéramos envejecido juntas si una boda no se hubiese interpuesto en nuestras vidas. De momento, estamos enfadadas, y la boda aún no ha tenido lugar. Nos arreglaremos. Seguro. Porque como dice un amigo: "De las bodas también se sale".

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