Cervantes y Shakespeare, el cosmopolita y el sedentario
(Un texto de Luis Reyes en la
revista Tiempo del 8 de abril de 2016)
Roma, diciembre de 1569. Cervantes
llega en el séquito del cardenal Acquaviva.
La vida de Miguel de Cervantes fue un azogue, viajó
muchísimo y corrió estremecedoras aventuras. William Shakespeare en cambio
nunca se alejó más de 100 millas de su pueblo, la distancia entre Stratford
Upon Avon y Londres. Estas actitudes vitales tan diversas se diría que reflejan
las naturalezas opuestas de sus lugares natales, el cosmopolitismo de Alcalá de
Henares frente al ruralismo de Stratford.
Alcalá era una villa con títulos de nobleza, el castro
celtibérico de Ikesancom Kombouto, que acuñaba moneda propia, refundado por los
romanos en el siglo I con el nombre de Complutum. Fue la población romana más
importante del centro de España, ocupaba 50 hectáreas a mitad de la vía entre
César Augusta (Zaragoza) y Emérita Augusta (Mérida), y a finales del siglo III
alumbró a sus primeros hijos insignes, los santos niños mártires Justo y
Pastor.
Tras su reconquista fue lugar de residencia de los
reyes de Castilla, donde se celebraron Cortes y se dictaron los famosos Ordenamientos
de Alcalá. Allí falleció Juan I, Enrique III recibió a los embajadores de
Tamerlán, emperador de los mongoles, e Isabel la Católica se entrevistó con
Colón. Allí nació su hija pequeña, Catalina, que sería reina de Inglaterra en
el mismo siglo en que nació Shakespeare, y también el segundo hijo varón de
Juana la Loca, Fernando, que sería emperador.
Pero aún más importante para destacar a Alcalá en el
mapa del mundo
–Wijngaerde la incluyó en sus vistas de ciudades– fue el mecenazgo del cardenal Cisneros, que fundó la Universidad Complutense y, al amparo de esta, publicó en Alcalá la Biblia Políglota, culmen de la erudición bíblica de todos los tiempos y obra maestra del arte de la edición realizada en la imprenta de la universidad.
–Wijngaerde la incluyó en sus vistas de ciudades– fue el mecenazgo del cardenal Cisneros, que fundó la Universidad Complutense y, al amparo de esta, publicó en Alcalá la Biblia Políglota, culmen de la erudición bíblica de todos los tiempos y obra maestra del arte de la edición realizada en la imprenta de la universidad.
Frente a tales glorias, Stratford Upon Avon resultaba
insignificante. Los bárbaros anglo-sajones fundaron una aldea que se convirtió
en pequeño burgo relativamente próspero gracias a su mercado semanal. Eso
permitía que el municipio mantuviese una grammar school donde Shakespeare,
hijo de un concejal, fue a estudiar, aunque aprendió “poco latín y menos
griego”. Allí pasó los 20 primeros años de su vida sin hacer nada más
importante que casarse a los 18.
Cervantes, en cambio, no llegó a estudiar en la
Complutense porque cuando tenía 4 años su padre se trasladó a Valladolid,
entonces sede de la corte. La familia de Cervantes se movió mucho de un lugar a
otro, lo que algunos ven práctica de judeoconversos, que así intentaban borrar
sus antecedentes. Esta hipótesis crearía uno de esos vínculos subliminales
entre los dos escritores, pues la madre de Shakespeare era católica, una
minoría perseguida en la Inglaterra isabelina.
A los 19 años Cervantes cursaba en el Estudio de la
Villa de Madrid, y su catedrático, López de Hoyos, incluyó un soneto de su
“caro y amado discípulo” en un libro dedicado a la fallecida reina Isabel de
Valois, ópera prima de la literatura cervantina. A la misma edad no habría
apuntado Shakespeare como escritor, pero ambos emprendieron viajes al entrar en
la veintena por razones oscuras. Aquí sí hay una coincidencia notable, se cree
que Miguel y William cometieron delitos graves que les empujaron a huir de
Madrid y Stratford respectivamente, aunque en ambos casos existen muchas dudas,
muchas lagunas: Cervantes habría malherido a alguien bien relacionado en la
corte, Shakespeare habría cazado el ciervo de un noble, lo que estaba tan
perseguido como el homicidio.
No se sabe de cierto cuándo llegó Shakespeare a
Londres y se aventura que su primer contacto con el teatro fue cuidar los
caballos de los espectadores, aunque logró introducirse bien en el medio, pues
entró como actor y luego autor en la acreditada compañía de los Hombres del
Lord Chambelán, que pasaría al patrocinio real como los Hombres del Rey. Sin
más afanes que los nervios de los estrenos, fue pronto aclamado como el
dramaturgo de moda, ganó mucho dinero, lo invirtió bien, y en 1613, cuando
llevaba en Londres unos 25 años, el incendio del Teatro del Globo pareció
empujarle a abandonar las tablas y volver a Stratford como un rico propietario,
que ya no hizo nada hasta su muerte.
Cervantes abandonó Madrid con mejores augurios, pues
lo llevaba en su séquito el cardenal Acquaviva, embajador papal, lo que le
permitiría conocer las maravillas de Italia, algo anhelado por todo hombre de
letras. Tuvo la oportunidad de residir en Roma, “reina de las ciudades y señora
del mundo” en sus propias palabras, donde “visitó sus templos, adoró sus
reliquias y admiró su grandeza”, y podría haber hecho carrera como camarero del
cardenal, que era empleo muy distinguido.
Hombre de guerra
En cambio, su naturaleza inquieta le hizo cambiar la
curia por las armas, y como soldado de los tercios españoles estuvo cinco años
guerreando contra el Turco de una punta a otra del Mediterráneo. Se bautizó de
fuego en Lepanto, donde perdió “la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que,
aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más
memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los
venideros”, según escribiría en el prólogo de las Novelas ejemplares,
mostrando su conciencia de haber participado en las glorias de la Historia.
Luego, como la negra noche sucede al día, vinieron cinco años de inmovilidad
forzosa, cautivo en Argel, su trance más terrible y al que dedicaremos el
próximo número.
Cervantes fue liberado en 1580, tenía 33 años, edad
madura en la época, pero aún hizo de agente secreto en el norte de África y
buscó vehementemente irse a las Indias. Le escribió al rey para que le otorgase
“la Contaduría del Nuevo Reino de Granada (Colombia), o la Gobernación de la
Provincia de Soconusco en Guatemala, o Contador de las Galeras de Cartagena
(Colombia), o Corregidor de la Ciudad de la Paz (Bolivia)”... No le importaba
el país con tal de que fuese un cargo de la categoría que creía merecer.
No lo logró, se hubo de
conformar con ser comisario de provisiones de la Armada Invencible y recaudador
de impuestos, lo que le haría visitar media España, incluida la cárcel de
Sevilla por un problema financiero, reuniendo experiencias que volcaría en las
andanzas de Don Quijote, engendrado en el dolor de su segundo cautiverio. ¡Qué
suertes tan distintas las de los dos genios! Etiquetas: libros y escritores
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