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sábado, noviembre 25

Castillos, mansiones y emblemas al mal gusto

(Un texto de Elena Castelló en la revista Mujer de Hoy del 23 de julio de 2016)

Salones llegados del futuro, villas romanas en plena California, zoológicos privados... Para estos millonarios, su casa es un proyecto faraónico que grita a los cuatro vientos su fortuna y su personalidad.

Una casa es mucho más que un lugar para vivir, especialmente cuando Forbes te incluye en su lista anual de las mayores fortunas del planeta. Entonces, parece no haber límites y el lugar que uno habita se convierte en una obligatoria prolongación de la persona, de su poder, de su manera de ver el mundo.Algunas casas representan un ideal filosófico; otras la egolatría personal de unos millonarios para los que ya no hay muros, historia de la ciudad o impedimentos técnicos -ni reglas del buen gusto- que valgan. En el futuro, sin embargo, sus enloquecimientos particulares seguirán contando una historia: la del hombre, que siempre llega más allá simplemente porque no se está quieto en una sola habitación. Al fin y al cabo, uno sueña a la medida de sus posibilidades.

La mansión de Bill Gates: Tecnología al servicio del refinamiento

Como no podía ser de otra manera, el dueño de Microsoft vive en una mansión dotada con las últimas tecnologías, en el estado de Washington. Se llama Xanadú 2.0, en honor a la mansión de Ciudadano Kane, y tiene 6.000 metros cuadrados que los turistas visitan cada año en un tour que organiza el propio Gates a beneficio de su Fundación. Muchos visitantes, que pujan por esa visita privada en una subasta, han llegado a pagar hasta 35.000 dólares por visitar Xanadú 2.0 junto a su dueño.

Bill Gates quería que la tecnología fuera imperceptible. No hay ni cables ni enchufes a la vista y las pantallas extraplanas están incrustadas en las paredes. Cuando un huésped llega, recibe a la entrada un pin electrónico que lo conecta al ordenador central, un "cerebro" compuesto por cien microcomputadores que registra en todo momento dónde se encuentra el visitante y almacena todo tipo de información personal sobre él para adaptarse a sus deseos y sintonizar, por ejemplo, su música preferida cuando entra en una habitación.

Grandes amantes del arte, Bill y su esposa Melinda instalaron sofisticadas pantallas de ordenador, valoradas en 80.000 dólares, en las que se van mostrando sus obras favoritas. Hay más: una piscina olímpica, de mármol de Carrara, dotada de hilo musical subacuático; una habitación exclusivamente dedicada al uso de una cama elástica; un comedor con capacidad para 200 invitados; una máquina de refrescos y de palomitas en la gigantesca biblioteca, que alberga códices de Leonardo da Vinci, o una playa privada con arena importada de la playa caribeña de Santa Lucía. Gates se ha preocupado de todos los detalles: monitoriza, por ejemplo, las plantas del jardín para que no les falte de nada, especialmente a su árbol favorito, un arce que crece en la entrada principal.

La Villa Getty: Pompeya en California

En un valle que desemboca en el océano, en la comunidad de Pacific Palisades, donde habita la aristocracia de Hollywood, se alza una mansión de estilo romano, rodeada del tradicional peristilo y de un jardín mediterráneo de hierbas aromáticas decorado con fuentes. Es comprensible que el visitante sufra una momentánea desorientación o piense que ha entrado en un set de rodaje. Pero el lugar es real y alberga el único museo del mundo dedicado al arte etrusco, griego y romano, en un edificio que es una perfecta recreación de la villa de verano de Herculano, cerca de Pompeya.

La mandó construir el filántropo y magnate del petróleo Jean Paul Getty II, que falleció sin llegar a conocerla, dos años después de su inauguración en 1974. La fortuna de Getty ya superaba los 1.000 millones de dólares en los 50, cuando decidió construirla en un terreno junto a su casa, para ubicar su extensa colección de antigüedades.

Getty estudió en la Universidad de South California, en Berkeley y en Oxford. En verano, trabajaba en los yacimientos familiares de Oklahoma. Consiguió su primer millón de dólares a los 24 años, y se los gastó viviendo como un playboy. Su padre, George Franklin Getty, murió convencido de que Paul llevaría la empresa familiar a la ruina. Pero, muy al contrario, Getty la multiplicó y se convirtió en el hombre más rico de su tiempo. Luego se instaló en Sutton Place, una mansión Tudor en la británica Surrey, y nunca regresó a EE.UU. "¿Mi receta para hacerme rico? Levantarme temprano, trabajar hasta tarde y encontrar petróleo", explicó en una ocasión.

Y contar los peniques uno a uno, según afirmaba su fama de gran tacaño. En su mansión británica instaló un teléfono de monedas y jamás llevó en el bolsillo más de 25 dólares. Se dice que su mezquindad llegó a extremos increíbles, que nunca fue partidario de pagar el rescate que le exigieron por el secuestro de su nieto (al que le cortaron una oreja como represalia) y que se quejó amargamente a la última de sus cinco esposas por gastar demasiado en el cuidado de su hijo de 12 años, que falleció, ciego y paralizado por un tumor cerebral, poco después.

Quizá Getty pensó que las estatuas y los cuadros, que no se movían ni enfermaban, sí merecían su dinero, y se convirtió en un ávido coleccionista de arte. En Pacific Palisades recreó, con materiales y pigmentos casi idénticos, los mosaicos, las columnas y las galerías de la época de Julio César, para emplazar sus esculturas griegas y romanas. Nunca vivió entre aquellos muros, pero murió pensando que había contribuido a que la belleza se perpetuara en este mundo.

La Mansión Playboy: Fiestas, alcohol y sexo sin fin

Hugh Hefner era uno de los editores más ricos del mundo, gracias a su revista erótica Playboy, y necesitaba un cuartel general a la altura de su éxito y de su talento en el mundo del erotismo. Así que compró, a principios de los 70, una de las casas más famosas y admiradas de Los Ángeles, construida al estilo gótico en el exclusivo barrio de Westwood en los años 20. Sus casi 2.000 metros cuadrados albergan 29 habitaciones, una bodega, una sala de juegos, canchas de tenis, una sauna, un zoológico privado y un cementerio para mascotas.

Es famosa su gigantesca piscina-lago con cascada incluida, que se convirtió en el escenario principal de multitudinarias fiestas. Pavos reales, flamencos, tucanes, patos y hasta 100 monos ardilla se paseaban libremente por el jardín. Hace unos meses, Hefner se la vendió, por 100 millones de dólares, a un rico heredero de Beverly Hills de origen griego, con el que acordó que el nonagenario Hugh terminaría sus días en la mansión.

Su recargada decoración -cuadros de Matisse en los cuartos de baño, pasadizos subterráneos hacia las casas de Kirk Douglas o Jack Nicholson -- se convirtió, durante cuatro décadas, en un icono de la cultura popular. Por sus fiestas pasaron artistas, actores, cantantes y millonarios de todo pelaje, mezclándose en interminables sesiones erótico-alcohólicas preparadas por las famosas playmates que vivían en la casa. Se dice que, en una ocasión, John Lennon quemó uno de los matisse de Hefner al dejarse encendido un cigarrillo y que Elvis compartió cama con 12 conejitas en una sesión mítica. Pero la decadencia también hizo mella en la mansión, al igual que en el cuerpo del famoso editor, y hoy, su nuevo dueño planea costosas reformas para devolverle su antiguo esplendor.

La mansión Abramovich: La quinta mansión más cara de Londres.

Costó 115 millones de euros, y el magnate ruso Roman Abramovich se gastó otros 12 en reformarla. Pero, pese a toda su fortuna, Abramovich, propietario del Chelsea Football Club y de uno de los yates más grandes del mundo, tuvo que esperar casi tres años para que los vecinos de Kensington y Chelsea, donde se ubica esta mansión eduardiana, aprobaran su plan de reformas.

Abramovich adquirió en 2010 tres casas en Cheyne Walk, a orillas del Támesis. Dos de ellas tenían cimientos de más de 500 años de antigüedad. La tercera había pertenecido en el siglo XVII al pintor James Whistler. El oligarca ruso quería refundirlas en una sola mansión con dos pisos subterráneos para una piscina de estilo victoriano, y construir una casa de invitados, otra para el servicio, un jardín que emulara al antiguo jardín de Whistler y una galería de arte para almacenar la colección que ha amasado en los últimos años y que incluye el picasso más caro del mercado.

Abramovich, sin embargo, tuvo que desistir de algunos detalles, porque sus futuros vecinos solo le autorizaron una parte de la reforma... y no precisamente la que incluía la excavación subterránea de las mansiones, consideradas intocables en un entorno habitado por los más importantes empresarios, artistas y aristócratas del mundo.

Tuvo que simplificar también las dimensiones de la piscina y la capacidad del garaje, concebido inicialmente para una treintena de vehículos. Sin embargo, Roman Abramóvich sí construirá su mansión soñada en Nueva York: ha obtenido el permiso del ayuntamiento para unir tres casas en una sola vivienda con la condición de que mantenga las fachadas originales. La reforma, que comenzó en primavera, es prácticamente idéntica a la que pretendía hacer en Londres.

Biltmore: El sueño ecológista.

George Washington Vanderbilt era el menor de los nueve hijos de William Henry Vanderbilt. Era también nieto de Cornelius Vanderbilt, fundador del imperio naviero y ferroviario que le convirtió en el hombre más rico del mundo en el siglo XIX.

De piel pálida, tímido e introvertido, George se pasó la infancia leyendo libros de filosofía y viajando por Europa con su madre, Louisa. Era el favorito de su padre y, como él, un gran amante de la pintura, de la que su progenitor había reunido una espléndida colección. A los 21 años, ya era rico, gracias al legado de su abuelo. A los 26, cuando murió su padre, su fortuna era una de las más importantes de Estados Unidos. Nunca tuvo que ocuparse de los negocios familiares, como sus hermanos mayores, y dedicó su vida a disfrutar del campo, a la horticultura y a planear cómo sería la casa de campo que se construiría al casarse.

En uno de esos viajes con su madre, George Washington descubrió el lugar perfecto para esa casa: las Blue Ridge, en Carolina del Norte. Invirtió la mayor parte de su fortuna en construirla. La llamó Biltmore y se convirtió en la residencia privada más grande de Estados Unidos, con 250 habitaciones, 34 dormitorios y 43 cuartos de baño. Inspirada en los castillos franceses del XVI, alberga aún hoy un próspero negocio agrícola y turístico que gestionan sus descendientes y que visitan cada año 700.000 personas.

Biltmore es el sueño hecho realidad de un amante de la naturaleza, el arte y la literatura, que dispuso de todos los avances tecnológicos de su tiempo para lograr un bosque sostenible, una granja gestionada científicamente y energía de fuentes alternativas.

Tardó seis años en construirse. En ella trabajaron más de 100 artesanos y los mejores arquitectos de su tiempo: Richard Morris Hunt, responsable de las grandes mansiones de Long Island, y, para las 125.000 hectáreas de jardines, Frederick Law Olmsted, el paisajista que creó Central Park. Su interior alberga pinturas de Renoir y John Singer Sargent, tapices holandeses, 75 chimeneas, una biblioteca para 10.000 libros, una piscina cubierta, un gimnasio y una pista de bolos.