La expulsión de los judíos
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo de Hoy del 11
de marzo de 2014)
Santa Fe (Granada), 20 de marzo de 1492 · El inquisidor
Torquemada, judío converso, dicta el decreto de expulsión que once días después
ratificarán los Reyes Católicos.
No me gusta España, hay demasiados
judíos. Esta opinión no corresponde a un jerarca nazi, sino a un muy valorado
humanista del Renacimiento, Erasmo de Rotterdam, que a principios del siglo XVI
rechazó así la invitación del cardenal Cisneros para venir a colaborar en la
Biblia Complutense. Erasmo, siempre bien considerado por el pensamiento
progresista, reflejaba el estado de opinión reinante en la Europa de la época,
que llevó a tantas instituciones a congratularse por el decreto de expulsión de
los Reyes Católicos, incluida la Universidad de la Sorbona.
La razón de que hubiese en España
ese gran número de judíos que espantaba a Erasmo es que aquí gozaron durante
siglos de una situación muy privilegiada respecto a Europa. En la España mora
se observaba la conocida tolerancia del islam hacia las religiones del Libro
(la judía y la cristiana, además de la mahometana), aunque sus seguidores
fueran ciudadanos de segunda, sometidos al pago de un impuesto especial. No
obstante, en las épocas de fundamentalismo islámico sí hubo persecución de
judíos –y de cristianos– en Al Andalus. En el siglo XII los almohades
prohibieron el judaísmo, provocando un éxodo hebraico en el que salió de Al
Andalus el sabio Maimónides.
Tres castas.
En los reinos cristianos que poco a
poco iban extendiendo sus dominios durante la Reconquista, había una necesidad
imperiosa de población. Se ofrecían por tanto a los judíos, e incluso a los
musulmanes, mejores condiciones de vida que en los reinos musulmanes. La única
preocupación de los reyes cristianos es que la convivencia de lo que Américo
Castro llama “las tres castas”, no se convirtiese en mezcla. Juntos pero no
revueltos, diría el refrán castellano. El respeto a la autonomía de la
comunidad judía llegaba a reconocer la jurisdicción de los tribunales hebraicos
en los delitos de malsín, los atentados antisemitas de los no judíos,
pudiendo incluso condenar a muerte a un cristiano. El recuerdo de esa
situación, dictada por el pragmatismo político, es lo que se ha idealizado
posteriormente con el mito de “la España de las tres culturas”.
La coexistencia de las distintas
castas sobre el principio del no-proselitismo se vino abajo a finales del siglo
XIV. La Reconquista era imparable, los reinos cristianos estaban ya
perfectamente afianzados cuando se produjeron en España violentos ataques a la
comunidad judía, similares a los que Europa conocía desde siglos antes. Los
disturbios se produjeron en situaciones de crisis, con ocasión de la peste en
Cataluña o de las guerras civiles castellanas, y fueron estallidos de furia
popular atizados por las prédicas incendiarias de algunos clérigos fanáticos.
Famoso se hizo en Sevilla Ferrán
Martínez, el arcediano de Écija, cuya campaña desde el púlpito entre 1376 y
1390 provocó auténticos pogromos –incluso fue encarcelado por su
responsabilidad en los disturbios–. En Andalucía la situación se hizo
insoportable para los hebreos, a los que se daba a elegir entre el bautismo o
la muerte, y hubo tal cantidad de estas conversiones bajo coerción que los
judíos casi desaparecieron de esa región.
Pero en cambio aparecieron las masas
de conversos en toda la península, pues la persecución antisemita se extendió
al resto de Castilla, a la corona de Aragón e incluso al reino de Navarra.
Había surgido una nueva casta, los cristianos nuevos, peyorativamente llamados marranos,
y un problema, el de los judaizantes, es decir, los cristianos nuevos que
mantenían vínculos y fidelidades con la Sinagoga, su antigua religión.
Esa fidelidad encubierta al judaísmo
no era general, gran cantidad de conversos aceptó el camino de la integración.
Algunos se entregaron al fervor cristiano hasta resultar más papistas que el
Papa, mostrando especial celo en perseguir a los judaizantes. No es casualidad
que el inquisidor general que convenció a los Reyes Católicos de la expulsión
fuese Torquemada, un cristiano nuevo.
“Los judíos eran muy amados en
España de los reyes, los sabios y otras clases sociales, salvo del pueblo y de
los monjes”. Este juicio del historiador judío de la época Salomón ibn Verga
resume perfectamente la situación en el siglo XV. En las cortes españolas,
tanto cristianas como musulmanas, siempre hubo presencia de sabios, médicos,
financieros e incluso consejeros judíos, sin embargo el sector más
fundamentalista de la Iglesia, como había pasado en el islam con los almohades,
sentía un santo odio hacia “los asesinos de Cristo”, y manejaba al bajo pueblo,
siempre crédulo e impresionable. El arcediano de Écija presidía una banda
autodenominada los matadores de judíos.
La presión popular antijudía era muy
fuerte y los Reyes Católicos lidiaron con ella como pudieron. Aunque la Leyenda
negra presenta a Isabel y Fernando como unos fanáticos doctrinales, en realidad
protegieron a los judíos durante décadas. En 1475, casi 20 años antes de la
expulsión, anularon una ordenanza del concejo de Bilbao que prohibía la entrada
de judíos en la ciudad vasca. Dos años después la reina Isabel advertía al
concejo de Trujillo que los judíos “están bajo mi protección y amparo”. Pero
las Cortes castellanas reunidas en Madrigal en 1476 pidieron a los monarcas que
los judíos llevasen una señal de distinción, y en las Cortes de Toledo de 1480,
el llamado tercer estado–el popular logró imponer que los judíos viviesen
aislados en zonas cercadas.
La Inquisición.
Aparte de esta fobia antisemita
popular y de la baja Iglesia, en las altas esferas eclesiásticas y políticas
existía una seria preocupación por el problema de los judaizantes, los cristianos
nuevos que seguían practicando el judaísmo. Una cosa es que hubiese una casta
judía, delimitada y sometida a unas reglas, y otra que buena parte de los
cristianos no fuesen de fiar. En la época no era imaginable un todo vale como
el de la actualidad, se exigía ortodoxia religiosa, y se imponía por la fuerza.
Con este fin se instauró en España el tribunal de la Inquisición en 1478.
La Inquisición llegó a la convicción
de que muchos cristianos nuevos conservaban su antigua fe gracias a que desde
la Sinagoga les proporcionaban libros sagrados, o les marcaban el calendario
litúrgico hebreo. La solución radical era expulsar a los que seguían siendo
judíos declarados, para que no contaminasen a los que habían roto formalmente
el vínculo con la ley mosaica.
Fue esa razón, explicada en el texto
del decreto, y no otra, la que finalmente decidió la expulsión, según mantiene
el hispanista Joseph Pérez, autoridad mundial en la Inquisición y el judaísmo
español. La tesis que prefiere la Leyenda negra, la codicia de los Reyes
Católicos que se apropiaron de las riquezas judías, se diluye frente al hecho
de que todos los judíos ricos y de buena posición, con la casi única excepción
de Isaac Abravanel, banquero de Isabel la Católica, se bautizaron y eludieron
la expulsión.
Porque el decreto redactado por el
inquisidor Torquemada establecía condiciones durísimas: cuatro meses de plazo
para abandonar España, prohibición de llevarse dinero u objetos de oro y plata
–aunque Abravanel pudo conservar su fortuna– pero daba también una vía de
escape, la conversión al cristianismo. Esto redujo la cifra de expulsados a
70.000 u 80.000, muy inferior a lo que era la comunidad judía en 1492. Con ello
en realidad se desvirtuaría el objetivo del Decreto, resolver el problema de
los judaizantes, pues lo que hizo fue aumentar la nómina de cristianos nuevos
con más conversos forzosos.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XV
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