Bayas, la ciudad del vicio de los romanos
(Un texto de Lorena Pacho en el suplemento UVE de El Mundo
del 20 de agosto de 2017)
Hedonista,
suntuosa, descontrolada, conspiradora y cortesana... La mayor ciudad de vacaciones de la Antigüedad espera bajo el
mar de la Bahía de Nápoles.
Si en
el imaginario popular, la Atlántida evocada por Platón es el emblema de la
ciudad perdida y sepultada por las olas con todos sus enigmas, en el mundo
terrenal la ciudad romana de Bayas, ahora bajo las aguas del golfo de Nápoles,
es la prueba tangible de la historia más mundana de la Roma imperial. Hoy, sus
restos, que en otro tiempo dieron mucho que hablar, reposan
en total silencio en el fondo del mar, convertidos en un singular museo
sumergido a siete metros de profundidad.
Para
adentrarse en la historia de la ciudad perdida de Bayas, lugar de recreo veraniego en la época imperial por antonomasia, es
necesario tomar un barco con el suelo de cristal y visión submarina o equiparse
con el traje de buceo y las aletas y zambullirse entre mosaicos, esculturas clásicas
de ninfas, restos de jardines y pilares de antiguas
termas, que ofrecen un espectáculo único en las cristalinas
y calmas aguas del Tirreno.
Sus orígenes
se sitúan en el siglo III a. C., cuando era un lugar
fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió las costas de piratas
y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus
residencias de verano. Sus aguas termales naturales eran ricas en azufre, la climatología
era perfecta y sus parajes de ensueño atrajeron a más y más familias, hasta que
Julio César construyó allí su villa de veraneo. El lugar se empezó a
transformar en el gran complejo hotelero del mundo antiguo. Más tarde se
convirtió en el emplazamiento predilecto de los futuros emperadores para tomar
un respiro lejos de la política de Roma, desde Augusto hasta el excéntrico Calígula,
pasando por el oscuro Nerón o Adriano, que murió allí.
Poco a
poco se fue llenando de balnearios y pompa. La casa de la playa pasó a ser la
gran ostentación de la nueva riqueza de la flamante élite
romana de la época. Tenía dos complejos termales, sólo superados en tamaño y
prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías rudimentarias para asegurar
el pescado y marisco fresco todos los días, villas y
edificios opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y
réplicas de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que
asegurasen el suministro de agua dulce. Era la cisterna más grande del Imperio,
lo que da una idea de la importancia de este enclave.
«Quién
quería ser considerado importante en la época,
tenía que tener una propiedad en Bayas y, a ser posible, fastuosa. Al mismo
tiempo era el lugar de deleite y perversión por excelencia», explica a EL MUNDO
el responsable del museo arqueológico de Bayas, Pierfrancesco Talamo.
Mucho
después de la caída del Imperio Romano, en tomo al siglo XVI, la ciudad de
Bayas desapareció de los mapas. La intensa actividad volcánica de la zona -está
rodeada por 24 volcanes, entre ellos el Vesubio- hizo que el mar se la tragara,
pero para entonces su nombre ya había corrido como la pólvora.
Sus
fiestas desenfrenadas y legendarias, donde corría a raudales el vino, sus
numerosos burdeles, los banquetes opulentos con toda clase de vicios y sus
largas veladas nocturnas entre excesos, lujos, vanaglorias y hedonismo le
valieron el epíteto de «ciudad del pecado» y conmovieron a historiadores,
poetas y escritores.
Para
Cicerón, Bayas era sinónimo de «desorden moral y perversión». El poeta romano
Ovidio la definió como «el lugar más apropiado para hacer el amor» y escribió
que la gente «iba a Bayas para curar sus cuerpos con las termas y volvía con
heridas en el corazón». Varrón contó en sus sátiras que allí «los viejos jugaban
a ser jóvenes y los jovencitos jugaban a ser doncellas». El poeta Marcial contó la historia de la casta Levina: «En Bayas
cayó en el fuego del amor, abandonó a su marido y huyó tras un joven; llegó
como Penélope y se fue como Helena». Propercio, en sus elegías, advertía: «Márchate
lo antes posible de Bayas, la pervertida. Ojalá sus baños, insulto hecho al amor, desaparezcan para siempre». Horacio plasmó que «ningún
lugar en el mundo resplandece más que la amena Bayas». Séneca, que le puso el
sobrenombre de «pueblo del vicio», escribió que por el puerto de Bayas sólo se encontraba
a borrachos que a duras penas se mantenían en pie, que había fiestas allá donde
uno fuera, también en los barcos, y que la música sonaba por todas partes.
A pesar
de que a Bayas se le llamaba ciudad, carecía de tal estatus propio y en ella no
había ni rastro de foros, templos ni mercados propios de las urbes; solamente enormes villas de
lujo engalanadas con todas las comodidades. Era el lugar ideal para huir de la
política de Roma, 250 kilómetros al norte, y dejar atrás la máscara de
contención que debía acompañar en la vida pública, para abandonarse al ocio y al hedonismo. Muchos emperadores llegaron a establecerse allí
durante períodos más largos. «La ciudad llegó a convertirse en una especie de
sucursal de la corte imperial de Roma», apunta Talamo.
Pero
Bayas no siempre fue un lugar de reposo lejos del ajetreo de la capital. La política no descansaba ni en verano y la ciudad costera tenía su crónica de poder: allí
la élite de Roma también iba a conspirar, con y contra el emperador. Entre sus
muros, Pisón tramó su conjura para acabar con Nerón pero, en el último momento,
decidió cambiar de escenario para llevar a cabo el plan. Sus dudas le costaron
caro. El emperador descubrió sus intenciones y le obligó a suicidarse. El mismo
Nerón urdió también al cobijo de Bayas el asesinato de su propia madre, Agripina, que, como él, tenía una inmensa villa propia en la
ciudad. Después de varios intentos fallidos en otros lugares, decidió dejar de
disimular y mandarla matar allí
mismo.
La ciudad de Bayas, «Las Vegas de la
antigüedad», «la Beverly Hills de la Roma antigua», «la Pompeya
sumergida» o «la pequeña Atlántida romana», con su turbulenta historia, permaneció
olvidada bajo el mar hasta que un buzo la descubrió en los 60. Este tesoro
olvidado ahora es un importante lugar de referencia de la arqueología subacuática
y parque arqueológico submarino que atrae a miles de visitantes.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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