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domingo, febrero 11

Pio VI, el Papa preso



(Un artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo del 17 de febrero de 2017)

Roma, 20 de febrero de 1798. El general Berthier envía a Pío VI prisionero a Francia.

En los inicios del cristianismo ser la cabeza de la Iglesia tenía el riesgo de que la cortasen. Ocho papas murieron en el martirio en los dos primeros siglos de la Iglesia, empezando por San Pedro, crucificado cabeza abajo para que su imagen no se confundiera con la de Cristo. Pero a partir del emperador Constantino el cristianismo dejó de ser una secta subversiva para transformarse en su opuesto, la religión del Imperio, y ocupar la sede de San Pedro dejó de ser un oficio de riesgo... relativamente, porque la Iglesia alcanzó un enorme poder temporal y los papas se convirtieron en monarcas que, aunque proclamasen fines espirituales, entraban en la pugna de las potencias.

Varios papas murieron violentamente o sufrieron prisión a lo largo de siglos, enfrentados con los emperadores de Bizancio o los del Sacro Imperio Romano Germánico, con el rey de Francia o con el de España, o víctimas de las intrigas romanas, envenenamientos y revueltas. Pero el último Papa que puede considerarse mártir, Pío VI, fue una baja más del cataclismo del Antiguo Régimen, del proceso histórico que llevó al cadalso a Luis XVI, la Revolución francesa.

Giovanni Angélico Braschi dei Bandi nació en 1717 en Cesena, Romaña, y era el hijo mayor del conde de Falcino. Las familias nobles destinaban a algún vástago a la Iglesia, pero nunca al primogénito, que debía heredar título y patrimonio y asegurar la descendencia de la dinastía. No obstante, Giannangelo fue a un colegio de jesuitas, que durante siglos dieron la mejor educación del mundo y despertaron en él intereses intelectuales y espirituales. El joven conde Falcino estudió leyes en la Universidad de Ferrara, doctorándose en los dos derechos, civil y canónico, algo inhabitual en los herederos de un título nobiliario, pero es que se había entrado en el llamado Siglo de la Razón, y la Ilustración sería determinante en la vida de Giannangelo.

El cardenal Ruffo, legado pontificio en Ferrara, advirtió sus cualidades y lo tomó como secretario, llevándolo con él al cónclave que eligió al papa Benedicto XIV, quien también confió en Braschi y le encargó misiones que exigían talento de jurista y diplomático. Las cumplió a satisfacción y eso le promocionó a ayuda de cámara del Papa, un oficio importantísimo en la corte papal. Braschi se había convertido en cortesano, lo que correspondía a su condición nobiliaria, pero cuando intentaron buscarle esposa, para que cumpliera su obligación de procrear, lo rechazó, pues tenía vocación religiosa.

Fue consagrado sacerdote a los 37 años, una edad muy avanzada para la época, y sirvió a tres papas en puestos de responsabilidad, obteniendo el capelo cardenalicio a los 55 años, justo a tiempo para participar en el cónclave de 1774 que debía elegir sucesor para Clemente XIV, el Papa que había suprimido la Compañía de Jesús por presiones de las monarquías ilustradas de España y Francia. Ese cónclave, que duraría casi cinco meses, sería de los más largos y complicados que ha habido nunca.

Había dos bloques irreconciliables, projesuitas y antijesuitas. Los primeros, llamados zelanti, eran cardenales italianos de la curia romana (entre ellos estaba Braschi). Los segundos eran los cardenales representantes de las distintas monarquías europeas. Pero los bloques a su vez se dividían en facciones, que estaban de acuerdo para vetar a los candidatos contrarios, pero eran incapaces de respaldar conjuntamente una alternativa. Por fin, tras 264 votaciones infructuosas, se encontró un candidato de compromiso, un cardenal no destacado y con el que nadie contaba al principio del cónclave: el muy moderado Giovanni Angelo Braschi, que tomó el nombre de Pío VI. Ni siquiera estaba consagrado obispo, y hubo que consagrarlo inmediatamente antes de su coronación como Papa el 22 de febrero de 1775.

Déspota ilustrado

Su pontificado siguió el típico modelo del despotismo ilustrado de la época, un proceso de modernización con reformas en la administración, lucha contra la corrupción, grandes obras públicas y protección de las artes. Reimplantó en las plazas los obeliscos que habían traído los romanos de Egipto, restauró la Vía Appia y engrandeció el Museo Clementino, por eso llamado ahora Pío-Clementino. Tuvo conflictos con casi todas las cortes católicas, porque los monarcas ilustrados estaban empeñados en limitar la influencia de la Iglesia en sus países, pero su talante moderado evitó rupturas traumáticas

El pontificado de Pío VI fue de los más largos, un cuarto de siglo, y hubiera terminado felizmente de no producirse el acontecimiento más traumático de la Edad Moderna: la Revolución francesa. Desde el principio Pío VI fue considerado un enemigo de la nueva Francia, y fue quemado en efigie (de dos metros) ante el Palais Royal de París. Cuando el Papa condenó la ejecución de Luis XVI, la Convención respondió cortando la cabeza de dos obispos y 200 curas.

En 1796 la Francia revolucionaria envió a Italia a su estrella militar, el general Bonaparte, que no solo derrotó al Ejército austriaco en Lombardía, sino que proclamó la República Cisalpina en Milán. A continuación atacó los Estados de la Iglesia y se anexionó la Romaña, donde había nacido el Papa, despreciando ocupar militarmente Roma, poca cosa para Bonaparte. Pío VI fue obligado a firmar el humillante Tratado de Tolentino, que, aparte de concesiones territoriales, le hizo entregar a Francia 30 millones de escudos, 100 obras de arte escogidas y 400 valiosos manuscritos del Vaticano.

La voracidad del Directorio francés no se conformó con esquilmar al Papa, quería una república en Roma y envió al hermano de Bonaparte, el que luego sería rey José de España, como embajador a la Santa Sede, aunque su misión era provocar la revolución. La agitación se extendió por la capital papal, y en un disturbio las tropas pontificias mataron a un militar del séquito de José Bonaparte. Era la excusa perfecta para que un ejército al mando del general Berthier ocupase Roma y proclamase la República Romana.

En la madrugada del 20 de febrero de 1798 el octogenario Pío VI fue sacado de Roma en una carroza y emprendió un peregrinaje por varias partes de Italia, hasta terminar en Francia. Llegó a Valence-sur-Rhône al año siguiente en muy mala condición de salud, falleciendo el 29 de agosto en el exilio francés. Se le negó un entierro cristiano y su defunción fue registrada: “Fallecido el ciudadano Braschi, que ejercía la profesión de pontífice”. Los periódicos europeos dieron la noticia de la muerte de “Pío VI y último”.

La Historia demostraría lo equivocados que estaban, el papado sobrevivió hasta ahora, pero lo que sí es cierto es que Pío VI fue el último Papa mártir.

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