Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

viernes, septiembre 21

El poder oculto de nuestro intestino

(Un texto de Ixone Díaz Landaluce en el XLSemanal del 10 de septiembre de 2017)

Nuestra flora intestinal -formada por bacterias, pero también por virus, hongos y otros patógenos- es, según estudios recientes, un «superórgano» que puede ser tan determinante como el cerebro. Su nombre científico es ‘microbiota’ y sus poderes… ilimitados.

A golpe de microscopio, el ‘paisaje’ es de una exuberancia casi extraterrestre: bacterias forradas de púas, en forma de gusano o de huevo, hongos de largos tentáculos, virus de aspecto amenazante, amebas a las que se les adivinan las intenciones…

Son los habitantes de las paredes, los pliegues y las vellosidades de nuestro intestino, hogar del 90 por cierto de la fauna microbiana que vive en nuestro interior. De hecho, nuestro cuerpo alberga más vida microbiana que células. Según los cálculos más recientes, somos el hogar de 40 billones de seres, una población que puede llegar a pesar dos kilos, más que nuestro propio cerebro.

Hablamos de la flora intestinal de toda la vida, aunque su nombre científico es ‘microbiota’. Es la comunidad de microorganismos, formada por más de 1000 especies diferentes, que habita en nosotros. (El microbioma, en cambio, es el conjunto de su genoma). En general, somos unos anfitriones estupendos. Al fin y al cabo, el intestino es un espacio húmedo con temperatura estable que les permite crecer y en el que se alimentan de las vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos y azúcares que les proporcionamos a diario. La microbiota es, en esencia, nuestra verdadera vida interior.

Antes de nacer, nuestros intestinos son prácticamente estériles, una página en blanco sin rastro de vida microbiana en ellos. La microbiota se asienta en los tres primeros años de vida. Eso sí, la dieta, los fármacos o el estilo de vida pueden influir decisivamente en nuestra población microbiana. La regla general es que cuanta más variedad de especies microbianas alberga nuestro intestino, más saludable es nuestra microbiota.

El secreto mejor guardado

Pero ¿qué hace exactamente la microbiota por nosotros? Para empezar, forra el interior de nuestros intestinos, creando un muro protector contra patógenos nocivos. También interviene en la producción de neurotransmisores (como la serotonina), vitaminas (especialmente la B y la K) y otros nutrientes esenciales como los aminoácidos o los ácidos grasos de cadena corta. Y luego, por supuesto, está su decisivo papel en la digestión.

Hasta hace unos años, casi nadie había mostrado interés o curiosidad por desentrañar los secretos de la flora intestinal más allá de su conocida labor en el proceso digestivo. Pero, en la última década, la investigación alrededor de la microbiota y el papel que desempeña en nuestra salud (o falta de ella) se ha convertido en el campo científico de moda. En 2008, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos puso en marcha el Proyecto Microbioma Humano, que pretende identificar y caracterizar los microorganismos que habitan en nuestro interior; y en 2016 Obama anunció la Iniciativa Nacional del Microbioma. Gracias a ello se está estudiando su papel en trastornos gastrointestinales, por supuesto, pero también en enfermedades cardiovasculares, diabetes o su influencia en el desarrollo de ciertos tipos de cáncer o en la fertilidad.

Aunque todavía no existen resultados concluyentes, parece que su implicación en algunos tipos de obesidad es algo más que una mera hipótesis. Sabemos, por ejemplo, que ratones obesos trasplantados con microbiota de ratones en buena forma pierden peso (y viceversa). Y se está estudiando con particular interés su influencia en el llamado ‘síndrome metabólico’, que aumenta el riesgo de padecer enfermedades coronarias o diabetes y cuyo síntoma más evidente suele ser el sobrepeso.

Sin embargo, la relación más misteriosa y fascinante de la microbiota es la que mantiene con nuestro cerebro. Sus vías de comunicación son múltiples. Por un lado, la microbiota produce sustancias psicoactivas, como la dopamina y la serotonina (las conocidas como ‘hormonas de la felicidad’), que llegan al cerebro a través de la sangre. Además, se encarga de estimular la producción de citoquinas, un tipo de proteínas relacionadas con la depresión, la ansiedad e incluso el autismo. Pero la principal autopista de comunicación entre nuestra población de microbios y nuestro cerebro es el sistema nervioso. El nervio vago se encarga de conectar el cerebro con el vientre. desde el tallo cerebral y a través de la columna vertebral hasta las paredes intestinales, donde las ramificaciones nerviosas entran en contacto con las neuronas (sí, las neuronas) del intestino. De hecho, muchos expertos se refieren al intestino (que alberga una población de 100 millones de células nerviosas) como nuestro segundo cerebro.

El estrés y las ‘tripas’

Por eso, científicos de diferentes disciplinas están estudiando la relación del intestino con trastornos neurológicos tan diversos como el párkinson, el alzhéimer, la esquizofrenia o el autismo. Pero también para explicar si nuestra microbiota puede incidir en ciertos aspectos de nuestro carácter e incluso de nuestro estado de ánimo. Se ha demostrado, por ejemplo, que ratones tranquilos que recibieron trasplantes de microbiota de otros más ansiosos, se volvían más aventureros. El neurocientífico Gerard Clarke, de la Universidad de Cork, en Irlanda, ha investigado su influencia en el estrés. En un estudio realizado con 22 personas sanas descubrió que quienes habían recibido una bacteria presente en el yogur (la Bifidobacterium 1714) padecían menos estrés, registraban niveles más bajos de cortisol en sangre y sus habilidades cognitivas estaban más afinadas que las de los individuos que habían recibido placebo.

Cómo alterar la flora

La siguiente pregunta es obvia: se puede modificar la composición de nuestra microbiota? Sí, pero no es ni mucho menos una ciencia exacta. Un cambio de dieta o un ciclo de antibióticos puede variar la población microbiana de nuestro intestino, aumentando o disminuyendo la cantidad de individuos de cada especie. No obstante, muchos expertos se resisten a dar consejos caseros para mantener en forma nuestra flora intestinal. Es, dicen, demasiado temprano para eso. De momento investigan para encontrar tratamientos que mejoren nuestra microbiota para evitar (o curar) enfermedades relacionadas con los desequilibrios de nuestra flora. Uno de los más prometedores son los trasplantes fecales. No es una idea nueva. De hecho, existe constancia escrita de que versiones más rudimentarias de esta técnica ya se practicaban en China en el siglo IV para curar diarreas severas. En Estados Unidos, este tipo de ensayos comenzaron a realizarse en los años cincuenta; y en la actualidad se han refinado hasta convertirse en tratamientos altamente específicos. La idea es ‘plantar’ flora nueva en pacientes con diferentes trastornos (la colitis ulcerosa, por ejemplo) a partir de heces de personas sanas. Aunque no son concluyentes, algunos de los resultados son muy prometedores. Se sabe, por ejemplo, que resultan particularmente eficaces para tratar infecciones de ciertas bacterias (como la C-difficile) cuando los pacientes han desarrollado una resistencia al antibiótico. De hecho, en Estados Unidos ya existen bancos de heces de personas voluntarias y sanas.

Sin embargo, es necesario ser prudentes. El microbioma, como el propio genoma, es un universo complejo del que aún no conocemos demasiado y cuya investigación requiere potentísimas herramientas de software. Además, existe el riesgo de alimentar sin fundamento el ya boyante negocio de los probióticos, un mercado desregulado y confuso.

Pese a todo, la fiebre científica alrededor de la microbiota está forzando un cambio de paradigma. En las últimas décadas hemos luchado contra los microbios de manera más o menos pasiva (a través de una dieta pobre y del uso y abuso de los antibióticos) y proactiva, utilizando desinfectantes para todo. Por eso, según los expertos, la ‘microbiota occidental’ es cada vez más pobre. Nada que ver con el de algunas comunidades indígenas, cuya población microbiana es mucho más frondosa y variada que la nuestra. De hecho, los expertos creen que algunas especies que en su día poblaron nuestros intestinos ya se han extinguido. Por eso, y por extraño que pueda sonar, los microbiólogos están llamando a «restaurar la ecología» de nuestros intestinos y a concebirnos como un ecosistema. Para eso hay cambiar el chip. Ya no podemos aplicarnos el viejo «somos lo que comemos». Como dice el especialista en flora intestinal Paul O’Toole: «Somos lo que nuestras bacterias hacen con lo que comemos».

ASÍ FUNCIONAMOS POR DENTRO

El intestino delgado recibe la comida del estómago. Continúa la descomposición del alimento. las paredes absorben los nutrientes, que pasan al torrente sanguíneo, y se apartan los desechos, que van al intestino grueso, donde se forman las heces.

Colon ascendente. El agua y las sales minerales son absorbidas a lo largo del intestino grueso, en un proceso que deseca los restos alimentarios.
Duodeno. Parte inicial del intestino delgado, a la que se dirigen las secreciones del páncreas y del hígado.
Íleon. Parte final del intestino delgado, ligada con el intestino grueso.
Ciego. Inicio del intestino grueso.
Ano. Abertura del intestino grueso, por donde salen las heces.
Colon transverso. Los restos no digeridos comienzan a ser transformados en heces.
Colon descendente. Las heces se consolidan y se acumulan antes de ser eliminadas.
Yeyuno. Parte del intestino delgado que liga el duodeno con el íleon.
Colon sigmoide. Contiene una estructura que permite que los gases pasen sin empujar las heces.
Recto. Punto final de la acumulación de heces.

DIFERENCIAS Y COINCIDENCIAS

El intestino delgado mide entre 6 y 7 metros y el grueso promedia 1,5 metros. Sus respectivas constituciones y funcionalidades son complementarias.

Serosa: En ambos, membrana protectora externa.
Submucosa: En ambos, capa suelta con vasos y nervios.
Mucosa: en el delgado absorbe nutrientes a través de proyecciones o vellosidades; en el grueso, absorbente y secretor de moco.
Musculares: en el delgado hay fibras musculares longitudinales externas y circulares internas. Además, está dotado de vellosidades (maximizan el área de la mucosa); en el grueso es capa rígida que mezcla y empuja las heces.
Vellosidades: la pared interna del intestino delgado está revestida de millones de proyecciones llamadas ‘vellosidades’. Cada una está dotada de un vaso linfático y una red de vasos sanguíneos que la nutren. Cada vellosidad está cubierta por una capa celular que absorbe nutrientes. Junto con estas células epiteliales existen unas microvellosidades que optimizan la absorción de nutrientes.

Cinco consejos que tu flora agradecerá

¿Qué dieta seguir?
La mediterránea, por supuesto. Puede sonar a tópico, pero cuanto más variada es nuestra dieta, más lo es también nuestra flora intestinal.

La purga antibiótica
Después de un ciclo de antibióticos, la flora intestinal suele necesitar hasta tres meses para recuperarse. Es bueno ayudarlo consumiendo productos lácteos fermentados con lactobacilos.

Poca carne, mucha verdura
Otro topicazo, pero funciona. La grasa animal desequilibra la microbiota y puede dar lugar a dolencias inflamatorias del intestino. Los alimentos que contienen mucha fibra, en cambio, trabajan como abono para los microbios sanos.

Limpios, pero sin pasarse
Los desinfectantes, tanto en productos de limpieza como de higiene personal, también acaban con las bacterias beneficiosas para nuestro organismo. Estar en contacto con el universo microbiano ejercita nuestro sistema inmune y, a veces, puede actuar como una efectiva vacuna.

Alimenta tu microbiota
Consumir alimentos fermentados, como el yogur, el kéfir, el chucrut e incluso el vino [con moderación] viene con ración extra de bacterias beneficiosas. Luego están los prebióticos, fibras que favorecen la actividad de la microbiota. Algunos de los ‘superalimentos’ ricos en fibra son las alcachofas, el café [el preferido de las bacterias Prevotella], el té o el chocolate negro.

Etiquetas: