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miércoles, septiembre 12

¿Podemos fiarnos de nuestros recuerdos?

(Un texto de Yaiza Martínez en la revista Mujer de Hoy del 16 de septiembre de 2017)

La autobiografía es un relato íntimo muy poco fiables. Estamos constantemente reescribiendo nuestros recuerdos en una mezcla de realidad y fantasía que se aleja, cada vez más, de los hechos.

A todos nos ha pasado. Empiezas a contar a alguna anécdota que compartes con tu hermana, tu novio, tu amiga... (¡por no hablar de tu madre! que, indudablemente, tiene una versión muy distinta de tu infancia) y la otra persona te contradice indignada: "Pero ¿qué dices? Yo no dije eso. Yo no hice eso...". Por no hablar de reproches y agravios: "¡Nunca me hacías caso!". Y así, en bucle.

Huellas emocionales

Pero, lo sentimos, no podemos darte la razón. En esas discusiones tan apasionadas como inútiles, nadie está en posesión de la verdad. Porque nuestro recuerdo depende del relato que hacemos de él y, por lo tanto, es una construcción que tiene muy poco que ver con la realidad documental.

Como explica la escritora Siri Hustvedt en uno de sus ensayos de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), la forma en que nos contamos nuestra biografía es inestable y nunca deja de cambiar. Bajo la influencia de los sentimientos y la voluntad, las imágenes de la memoria se transforman en imágenes de la imaginación, que nos engaña por su parecido con las experiencias reales.

¿Y por qué unos momentos se quedan y otros desaparecen? Nuestro cerebro no guarda con detalle todo lo vivido sino que, a su modo, hace una especie de resumen, que se convierte en víctima de las nuevas percepciones. Esa "autoedición" de los recuerdos almacenados, es un mecanismo de supervivencia, ya que se adaptan a un contexto que cambia constantemente. Se puede decir así que el cerebro humano ejerce una especie de "revisionismo histórico" adaptativo.

Pero la clave de lo que se queda almacenado está en la emoción. Cualquier recuerdo que lleve consigo un intenso sentimiento (de pérdida, de alegría, de descubrimiento, de humillación...) tiene muchas más papeletas de quedarse en el disco duro que el rato que pasaste ayer poniendo el lavavajillas. Según explica el neurocientífico argentino Facundo Manes, a nuestro córtex le gusta suprimir hechos no deseados o poco relevantes. Un mecanismo que tiene que ver, entre otras cosas, con la dopamina, la hormona que nos impulsa a perseguir constantemente el placer y la recompensa.

Pero la memoria sigue siendo un gran misterio para los científicos. Hasta ahora, solo saben que está diseminada en el cerebro y no existe un único lugar físico para ella: en algunas regiones del córtex temporal se almacenan los recuerdos de infancia; el significado de las palabras está guardado en la región central del hemisferio derecho; y los datos de aprendizaje, en el córtex parieto-temporal. Muchos de nuestros automatismos (acciones no conscientes) se ubican en el cerebelo.

Curiosamente, la pérdida de memoria por traumatismos o enfermedades afecta solo al tipo memoria que nos permite "saber qué son las cosas" o "recordar acontecimientos de nuestra autobiografía". En cambio, no daña la parte que participa en el recuerdo de las habilidades motoras.

Esta "deslocalización" explicaría el caso de Lonnie Sue Johnson, una artista y piloto estadounidense de 64 años con amnesia desde 2007 por una encefalitis viral, capaz de recordar muy bien cómo se pilota un avión o cómo se pinta una acuarela, pero incapaz de acordarse de los viajes que hizo como piloto o de sus obras artísticas.

Durante muchos años, los neurocientíficos han debatido sobre si la amnesia retrógrada (la incapacidad de acceder a la memoria que causa un traumatismo o una enfermedad como el alzhéimer) se debía a que el recuerdo no se llegaba a almacenar o si, por el contrario, se almacenaba pero permanecía inaccesible. La versión más aceptada hoy es que, a consecuencia de los daños, no se puede acceder a esos recuerdos, pero están. Aunque parezca un truco de circo, el resultado es muy relevante para conocer mejor cuáles son las rutas que actúan cada vez que un recuerdo pasa a nuestra memoria a largo plazo y, sobre todo, para saber qué pasa con los recuerdos que hemos perdido.

Amnesia postraumática

En 2011, H. Z. (un varón de 63 años) sufrió una anoxia (carencia de oxígeno) cerebral por una parada cardiorrespiratoria. Desde entonces, vive sin sus recuerdos previos. Tampoco puede crear nuevos. Desconoce la fecha o su edad, y disfruta de sus nietos mientras está con ellos, pero luego no se acuerda. Esta situación está siendo muy dura para él: "Me siento como una especie de mueble. Cuento con mi mujer, pero sin ella no podría hacer nada". A veces, con la amnesia, se dan situaciones muy duras. Ha habido casos en que una mujer terminaba abandonando a su marido y a sus hijos porque no solo no les reconocía, sino que era incapaz de recuperar el vínculo emocional con ellos.

El caso de A. E. (una mujer de 59 años) es diferente. En 1999, sufrió un traumatismo en un accidente de tráfico y tuvo una amnesia postraumática. "En un principio, estaba desconectada del mundo. Olvidé mi carrera y mi trabajo, muchas cosas que sabía. Luego, poco a poco, fui reconociendo cómo era el mundo y las relaciones humanas", nos dice. Su recuperación fue muy lenta y laboriosa y, aún hoy, considera que "hay cosas que he perdido y nunca voy a poder recuperar".

Estos pacientes han sufrido diferentes tipos de amnesia, provocados por causas diversas. En el caso del primero (amnesia por anoxia), la recuperación de la memoria suele ser imposible. En el segundo, (amnesia por trauma) el olvido puede revertirse, nos explica la doctora Carmen Cuenca Muñoz, neuropsicóloga y profesora del CES Cardenal Cisneros de Madrid. Según la zona afectada del cerebro, "un paciente puede saber que está casado aunque no recuerde su boda -dice la dra. Cuenca Muñoz-; o cuál es su coche, aunque no recuerde haberlo comprado o conducido nunca. En otras ocasiones, solo recuerdan detalles". Lo curioso es que este fenómeno no es exclusivo de la amnesia.

¿Apropiación indebida?

En psicología se denominan "falsos recuerdos" a las memorias de acontecimientos que nunca ocurrieron o a la distorsión de hechos reales. Según los expertos, se pueden crear falsos recuerdos usando la imaginación o apropiándonos de los de otras personas. Esto último le ha pasado a Mercedes Sheen, una investigadora de la universidad de Duke (EE.UU.) especializada en falsos recuerdos. Sheen tiene una hermana gemela con la que todavía se disputa el recuerdo de su primer beso, a los 12 años. Las dos creen haber besado al mismo chico. Así que una de ellas se ha apropiado del recuerdo de la otra, pero no saben cuál es.

Sheen y su equipo han constatado que algunas escenas que las personas consideran como más importantes de su biografía podrían ser experiencias de otros individuos. Es un fenómeno que sucede sobre todo en gemelos, pero también entre personas muy cercanas. La mayoría de los "recuerdos robados" se refieren a logros o desgracias y resultan provechosos (como una enseñanza) para quienes los tienen. No suelen robarse recuerdos de actos deshonrosos o negativos. Aunque la apropiación de los recuerdos de otros suele hacerse sin intención y de manera inconsciente.

En cuanto al papel de la imaginación, está demostrado que nos permite inventar cosas que nunca han pasado, y archivarlas en nuestro cerebro como ciertas. En este proceso, la preocupación juega un papel importante. Los científicos han comprobado, midiendo la actividad cerebral, que la preocupación por lo que va a ocurrir puede convertirse en un recuerdo de hechos que no han ocurrido.

Ana tiene miedo de volar en avión y, antes de su próximo vuelo, pasa mucho tiempo imaginando catástrofes aéreas. Estas imágenes quedan fuertemente grabadas en su cerebro, así que, cada vez que coja un avión de nuevo, las recordará como si hubieran sido ciertas.

El poder de la imaginación para crear recuerdos se debe a que en el cerebro se superponen las zonas (hipocampo izquierdo y la corteza prefrontal izquierda) que utilizamos para percibir objetos y aquellas que usamos para imaginarlos. Por eso, si imaginamos un hecho de manera suficientemente vívida, dejará en nuestro cerebro la misma marca que un hecho realmente ocurrido.

En la creación de falsos recuerdos también juega un papel importante el lenguaje. En 1997, el psicólogo de la Universidad de Virginia James Coan imprimió cuatro folletos sobre la historia de una familia, llenos de eventos reales y de uno que nunca había ocurrido: la pérdida en un centro comercial de uno de ellos cuando era niño. El científico dio a leer los folletos a toda la familia y luego les preguntó por las historias. Uno de los hermanos recordó la pérdida del pequeño, e incluyó detalles adicionales inventados. Fue incapaz de reconocer que era falsa.

Borrado selectivo

Pero, a veces, recordar la verdad solo es una manera de hurgar en la herida. En 2004, la película Olvídate de mí, con Jim Carrey y Kate Winslet, planteaba la posibilidad de borrar recuerdos de forma artificial para dejar de sufrir por amor. ¿Sería posible borrar los que nos hacen sufrir sin necesidad de ayuda tecnológica? En este caso, la ciencia echa mano de lo psicológico para responder: si los recuerdos tienen un contenido emocional potente, será imposible. "Es tan corto el amor, y tan largo el olvido", decía Neruda.

En estos casos, la única posibilidad de "borrar" sería "reformularlos". Reescribir nuestros recuerdos más emocionales, de tal manera que, en ellos, tengamos un papel protagonista o más activo, puede mejorar el estado de ánimo y cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos. A veces tu pasado es un cuento que te has contado. Así que no te fíes, del todo, de tus recuerdos.

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