La palabra “puta” fue un eufemismo
(Un texto de Alex Grijelmo en El País del 16 de diciembre de
2018)
De tal forma, su significado original de “niña” o “muchacha” desapareció para contaminarse con el que pretendía reemplazar.
¿Así que “puta” fue un eufemismo?
Pues sí. Esto suena sorprendente hoy en día, salvo que se conozca, o se intuya, la teoría del dominó que formuló el lingüista norteamericano Dwight Bolinger en su obra Languague: The Loaded Weapon (Lenguaje: el arma cargada), (Longman, Nueva York, 1980, página 74).
Según esa formulación, las palabras que sustituyen a otras que nos suenan mal (aunque se refieran a lo mismo) tienen una vida limitada porque son sustituidas a su vez tras absorber la fuerza peyorativa de la anterior.
Hemos presenciado muchos casos así en los últimos decenios, al nombrar realidades que preferiríamos que no existiesen. Por ejemplo:
• La palabra “viejos” quedó sustituida en el lenguaje políticamente correcto por “ancianos”, que a su vez se volvió negativa. Llegó entonces “personas de la tercera edad”, que reemplazamos ahora por “personas mayores”.
• Los “países subdesarrollados” se convirtieron en “países del Tercer Mundo” o “tercermundistas”, hasta que eso se consideró un insulto. Así que decidimos denominarlos “países en vías de desarrollo”, locución que empieza a sustituirse por “países emergentes”.
• Las “facciones” de los partidos políticos se transformaron en “tendencias”, y después en “corrientes”, y luego en “familias”, y finalmente en “distintas sensibilidades”.
• Los “mongólicos” recibieron con esa palabra una designación descriptiva, que se tornó perversa. Surgió entonces “subnormales”, impulsada por las propias asociaciones de familiares: “Asociación de Familiares de Niños y Adultos Subnormales” (Afanias). Años más tarde se debió sustituir en el lenguaje correcto por “retrasados” o por “deficientes”, más tarde por “insuficientes mentales” o “discapacitados psíquicos”, y finalmente por “niño con síndrome de Down” o, ahora, “un Down”.
• El juego de los eufemismos desechó en su día los términos “tullidos” y “lisiados” para elegir “inválidos”, pero el efecto dominó aportó “minusválidos”, y luego “disminuidos” y más tarde “discapacitados”.
Pues bien, el Consejo de Ministros acordó el 7 de diciembre proponer una reforma del artículo 49 de la Constitución, en el que se habla de las políticas favorables a “los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”. El Gobierno pretende sustituir esos términos incómodos por el último vocablo biensonante de hoy en día: “personas con discapacidad”.
Obviamente, todos compartimos la idea de respeto y solidaridad que impulsa ese cambio. Sin embargo, la historia, si consideramos que sirve para algo, puede avisarnos sobre lo que ocurrirá más adelante con esta nueva fórmula: que quizás haya que modificar la Constitución otra vez. Y otra, y otra.
La ministra portavoz, Isabel Celaá, explicó que los referidos vocablos que figuran en la Carta Fundamental están “obsoletos” y son “injustos”. Obsoletos, sí. Pero injustos…, según desde qué fecha se mire. Alguien podrá decir dentro de unos años que “persona con discapacidad” también lo es.
Etiquetas: Ayudando a Supereñe (y a sus amigos guiris)
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