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miércoles, diciembre 25

La voz de T. S. Eliot: en mi fin está mi principio

(Un texto de Pedro García Cuartango en el abc.es del 12 de diciembre de 2018)


Los «Cuatro cuartetos» de T. S. Elliot son una indagación mística sobre la naturaleza del tiempo y las ilusiones de la conciencia.

T. S. Eliot comenzó a escribir sus Cuatro cuartetos a finales de 1935 y acabó su composición en septiembre de 1942. Fueron siete años para concluir cuatro poemas de una extensión cercana a diez páginas cada uno. El dato cronológico es relevante porque ilustra sobre la lenta maduración de esta tetralogía que supone la culminación de la obra de Eliot y uno de los momentos más gloriosos de la poesía contemporánea.

Su autor había publicado en 1922, tras el final de la Gran Guerra, el trabajo que le había catapultado al éxito: La tierra baldía, un poema en el que es perceptible la influencia de su amigo Ezra Pound. Es una obra elegiaca, entre lo profético y la sátira, en la que expresa con distintas voces la catástrofe que se ha abatido sobre el mundo. No es casualidad que ese mismo año viera la luz el Ulises de Joyce.

Confieso de entrada que la primera vez que leí los Cuatro cuartetos hace 40 años no entendí nada, pero quedé fascinado por la forma del texto y sus metáforas. T. S. Eliot es como un orfebre que pule cuidadosamente un diamante para resaltar su belleza. Sus versos no obedecen a una métrica ni a una estructura definida, son fragmentos con autonomía propia que van adquiriendo un sentido a medida que avanza la lectura.

Todo gira en torno al gran misterio del tiempo como un agujero negro que nos traga y, la vez, nos singulariza como seres únicos e irrepetibles. La obra comienza con la cita clásica de Heráclito que ilumina el propósito del poema: «el camino que sube y el que baja son uno y el mismo». Y es que el tiempo es pura ilusión de permanencia que acaba en la nada o, para el autor, en Dios.

Eliot había nacido en Saint Louis (Misuri) en 1888 en el seno de una familia pudiente, ya que su padre era un influyente y respetado empresario. Estudió filosofía en Harvard, donde entabló amistad con Bertrand Russell, hasta que en 1909 decidió emigrar a París para iniciar su carrera literaria. Luego viviría en Múnich y en otras ciudades europeas, siguiendo los pasos de Joyce.
Tras instalarse en Londres, se había convertido al anglicanismo en los años 20 y estaba atravesando una fuerte crisis personal cuando escribió sus Cuartetos, ya que se había separado de su mujer y la guerra asolaba Inglaterra. Allí viviría desde 1914 hasta su muerte en 1965 tras haber obtenido la nacionalidad británica. Siempre se consideró un híbrido de las dos culturas: «Mi poesía no habría sido la misma si me hubiese quedado en EE.UU., pero tampoco si hubiera nacido en Inglaterra».

En cierta forma, los Cuatro cuartetos son una obra mística, atravesada por un fervor religioso, en la que la Naturaleza confluye en un Dios impersonal en el que se disuelve la incierta peripecia de los hombres: «Todas (las cosas) se arreglarán cuando las lenguas de llama se entrelacen en el coronado nudo de fuego y sean la rosa y el fuego uno». Ese nudo de fuego es el Todopoderoso que nos aniquila al salvarnos.
Burnt Norton, el primero de los cuartetos, versa sobre el espejismo individual de creer que el pasado podría haber sido distinto si no se hubiera cruzado el azar en el camino. En el segundo, East Cooker, el poeta aborda el transcurso de las cuatro estaciones y de los ciclos naturales como falsa ilusión de la eternidad. El primer verso apunta que «en mi principio está mi fin» y el último concluye que «en mi fin está mi principio», apelando a esa circularidad del tiempo.

El tercer cuarteto es Dry Salvajes, alusión a unos islotes, en el que plantea la imposibilidad de penetrar en los misterios de una Naturaleza que nos arrastra como una poderosa ola. Finalmente, en Little Gidding, el poema gira en torno a las limitaciones de la conciencia humana que intenta orientarse en un mundo donde todo se pierde en el vacío del devenir como los ecos de los pasos en un jardín.

No deja de ser una vana pretensión fijar un sentido a una obra tan abierta e impregnada de sentimientos y de alusiones místicas. Construida como un collage, llena de referencias culturales, religiosas e históricas, Eliot sigue una técnica similar a la de Ezra Pound en los Cantos. Por eso, los Cuartetos dejan la misma impresión que si uno estuviera leyendo a San Juan de la Cruz o Santa Teresa.

Eliot es, tal vez, el poeta más original y seductor del siglo XX, ya que, aunque se le ha catalogado dentro del modernismo junto a creadores como Yeats o Auden, su voz es inclasificable. Sencillamente hay que leerle y dejar que las palabras floten en nuestro interior.

Y aquí un fragmento:

El hogar es el punto del que partimos.
El mundo se torna más extraño a medida que envejecemos,
más complicada la trama de los muertos y los vivos.
No el vívido instante aislado sin después ni antes,
sino el arder constante de una vida,
y no la sola vida de un hombre, sino de viejas
piedras que nadie sabe descifrar.
Hay un tiempo para la noche bajo la luz de las estrellas
y un tiempo para la noche a la luz de la lámpara
(noche del álbum de fotografías).
Es más él mismo el amor cuando
aquí y ahora deja de importar.
Los viejos deberían ser
exploradores, aquí y allí no importa,
debemos quedarnos quietos
y movernos hacia otra intensidad
para lograr mayor unión, una comunión
más profunda en la fría desolación oscura,
entre los gritos del viento y la ola,
en las aguas inmensas del petrel
y la marsopa. En mi fin está mi principio.

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