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domingo, junio 7

El Greco me cautiva


(Un texto de Cristóbal Toral en el suplemento dominical de El Mundo del 15 de diciembre de 2013)

En Creta interiorizó el estilo bizantino, en Venecia aprendió de Tiziano, en Roma desairó a Miguel Ángel y en Toledo acabó triunfando impulsado por el espíritu de la contrarreforma. Cristóbal Toral, admirador del pintor que ha llegado a dedicarle dos óleos, traza su biografía y analiza su obra, durante siglos minusvalorada. En sus cuadros, asegura, se anticipan logros de Cezanne, Marc Chagall, Van Gogh, Picasso y Matisse.

Doménikos Theotokópoulos, conocido en la Historia del Arte como El Greco (el griego), nació en Candía, Creta, en 1541 y murió en Toledo en 1614. Desde niño sintió una apasionada vocación y se inició como pintor de iconos bizantinos, que era la tendencia que imperaba en su época. Pero el mundo no acababa, ni siquiera entonces, y menos aún para un artista, en los confines de una isla griega. El comienzo de su carrera se puede concretar en tres escenarios muy distintos: Candía, donde desarrolla el mencionado estilo bizantino hasta la edad de 26 años; Venecia, y, finalmente, Roma Fue sobre 1567 cuando se trasladó a Italia. En esa época Creta pertenecía a la República de Venecia, y, como veneciano, no le resultó difícil continuar su formación en la pujante capital. El joven Doménikos era consciente de la importancia de esa elección, pues como pintor conocía que en esos momentos era uno de los centros artísticos más importantes de Europa. Allí triunfaba Tiziano, el genio reconocido en vida, pero también los pintores Tintoretto, Paolo Veronese y Jacopo Bassano.

El Greco posiblemente aprendió directamente en el taller de Tiziano el lenguaje de la pintura al óleo, pero sobre todo, la primacía del color y la evanescencia de la pincelada que caracterizaba a la escuela veneciana. Una de las obras más destacadas de su periodo veneciano es Cristo cura al ciego, pintada hacia 1571 y hoy conservada en la Galería de los Maestros Antiguos de Dresde, en la que se aprecia la influencia de Tiziano y Tintoretto.

Pero, al contrario de otros pintores que se quedaron en Venecia eclipsados por la fama de los maestros, él entendió, ya en 1570, que para brillar con luz propia tenía que buscar otros destinos. Pensó en Roma. Pero antes de conocer la obra de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, decidió detenerse en Parma para admirar la de Correggio, artista que le entusiasmaba hasta el extremo de llegar a calificarlo como "figura única de la pintura".


PROTEGIDO DEL CARDENAL FARNESIO. Sus buenas relaciones le ayudaron a planificar su viaje con recomendaciones útiles, entre las que figuraba una carta de su amigo Giulio Clovio para que se la entregara al cardenal Alejandro Farnesio. El texto decía: "Ha llegado a Roma un joven candiota, discípulo de Tiziano, que a mi juicio figura entre los excelentes de la pintura…". Clovio pedía al cardenal que acogiese al pintor en su palacio hasta que encontrase estudio en la ciudad. En su corta estancia allí, El Greco consiguió la influencia del bibliotecario del cardenal, el erudito Fulvio Orsini, que le presentó a los intelectuales más ilustres del momento.

Sorprendentemente, en esa privilegiada situación, con el mecenazgo del cardenal y del bibliotecario, no se entiende qué pudo pasar para que el mayordomo lo expulsara violentamente del Palacio Farnesio. El incidente debió de ser muy grave. La única documentación que existe sobre el mismo es la carta que el pintor escribió al cardenal en la que denunciaba la falsedad de las acusaciones contra su persona.

A pesar de ello, El Greco no se achantó y, pasados unos meses, logró abrir su propio taller y contratar a dos pintores. Uno de ellos, Francesco Preveste, trabajó con él hasta su muerte. En esta etapa pintó numerosas obras muy influidas por la pintura veneciana. Algunas llegaban a confundirse con originales de Tiziano… Sus ayudantes contribuyeron a aumentar su producción.

EL JUICIO FINAL. Este fecundo ritmo de trabajo tuvo unas consecuencias económicas muy positivas para El Greco. La creencia de que había trabajado con Tiziano le dio mucha fama y prestigio. La influencia que tenía en esos tiempos de la pintura veneciana lo convertía en un artista más de esa escuela. Resultaba entonces muy difícil prever su posterior evolución, esa que lo convertiría en un pintor singular y genial.

Su éxito lo encumbró lo suficiente corno para provocar un nuevo incidente. Julio Mancini, que escribió su primera biografía en 1621, siete años después de su muerte, cuenta que cuando El Greco vivía en Roma se rumoreaba sobre la necesidad de cubrir algunas figuras desnudas del Juicio Final, que el papa Pío V consideraba indecentes. El Greco terció en el debate para decir que, si se borraba toda la pintura de la Capilla Sixtina, él podía pintarla de nuevo con honestidad y decencia no inferior a la buena ejecución pictórica de Miguel Ángel...

Aquella injerencia fue una ofensa contra los admiradores de Buonarroti. Un amplio grupo de indignados pintores lo acusó de irreverente y de soberbio por situarse a su altura. Los más exaltados propusieron lincharlo y expulsarlo de Roma.

Ante tal panorama de hostilidad, El Greco decidió establecerse en otro lugar. Como no solía perder el tiempo, a través de sus amigos Clovio y Orsini conoció en Roma a Benito Arias Montano, delegado de Felipe II, y a Luis de Castilla, hijo de Diego de Castilla, deán de la catedral de Toledo. Arias y Castilla le ayudaron a organizar su viaje a España.

A finales de 1576 El Greco llegó a Madrid y poco después se instaló en Toledo. Pronto empezarían los encargos, uno de los primeros el retablo mayor de la iglesia de Santo Domingo. Felipe II solicitó su colaboración para decorar el monasterio de El Escorial. Pintó El Martirio de San Mauricio y La Alegoría de la Santa Liga, pero ninguna de las dos obras gustaron al rey. Su conocido sueño de entrar en la corte quedó frustrado. La Historia ha confirmado, sin embargo, que Toledo fue el lugar ideal para su carrera. En aquella época era la capital religiosa de España y una de las ciudades más importantes y conocidas de Europa.

PINTOR DE LA CONTRARREFORMA. Vivió además, para su suerte, durante una etapa de fervor católico favorecido por el Concilio de Trento (1545-1563). La archidiócesis de Toledo era el núcleo más activo para defender las ideas de la Contrarreforma. Y El Greco, con su extensa iconografía de santos, vírgenes y las exaltaciones de la Sagrada Familia, se convirtió en el pintor preferido para ilustrar el espíritu eclesial de la época.

Estas circunstancias hicieron que le llovieran los encargos. Tanto que, para atender tan abrumadora demanda, abrió un amplio taller con una gran plantilla de artistas y trabajadores que se encargaban de hacer los retablos y de ayudar al maestro. Racionalizó el trabajo en equipo y marcó distintos niveles creativos: los encargos importantes los realizaba en su totalidad el maestro; en los menos importantes su intervención era parcial con algunos retoques de correcciones y estilo; por último, algunas obras eran ejecutadas completamente por sus ayudantes. Esta escala de categorías le permitía establecer diferentes precios.

Pero si su vida profesional y artística está más o menos documentada, su vida íntima resulta un misterio. Es muy poco lo que se conoce. Lo más relevante, que en 1578 nació su hijo Jorge Manuel. La madre era Jerónima de las Cuevas con la que, según algunos historiadores, nunca se llegó a casar. Algunos eruditos como Gregorio Marañón creen que murió pronto, incluso en el parto de su hijo. En cambio, el escritor y crítico Sánchez Cantón cree que vivió mucho tiempo y que su cabeza podía ser la de algunas de las mujeres de sus cuadros, como Re-trato de una dama desconocida (datado entre 1577 y 1580) del Museo de Arte de Filadelfia.

Sobre si se casó o no con Jerónima de las Cuevas existen dos teorías contrapuestas: la primera arguye que en aquellos tiempos de Inquisición y estrictas leyes religiosas un hombre tan relacionado con la Iglesia como El Greco difícilmente podía mantener una relación ilegal de amancebamiento. Los que afirman que nunca se casó se basan en un poder para testar que dice: "Jorge Manuel mi hijo y de Doña Jerónima de las Cuevas…" sin que se anteponga la expresión "mi mujer" como era costumbre en esos documentos.


EL PRECIO DE SUS CUADROS. Don Gregorio Marañón, en su libro El Greco y Toledo (cuya primera edición es de 1956, de Espasa Calpe), recoge estas opuestas teorías y recuerda con cierta maldad un suceso que ocurrió en la capital manchega en la época que vivió el pintor: "Don Diego, Duque de Estrada, apuñala a su prometida al sorprenderla en íntimo coloquio con su rival...". Más adelante Marañón concreta que en la España de entonces, a pesar de la severidad religiosa, se producían corrupciones y licencias amorosas. ¿Tuvo El Greco alguna relación con alguna toledana de piel pálida como las que pintaba? Seguramente nunca lo sabremos.

Lo que sí conocemos de su vida cotidiana son algunos conflictos y litigios relacionados con el precio de sus cuadros. Por ejemplo, cuando entregó El Expolio (1577-1579), el cabildo de la catedral le pagó mucho menos de lo que pidió el pintor.  Por su famosa obra El Entierro del Conde de Orgaz (1586-1588) el párroco de Santo Tomé se negó a pagarle los 1.200 ducados que pedía el artista, exigiendo una tasación por expertos. Sorprendentemente, lo valoraron en 1.600 ducados. El religioso anuló esta segunda tasación y dio por buena la primera.

Pero de estos problemas el más sonado fue el del Hospital de la Caridad de Illescas. Le pagaron por el retablo que realizó una cantidad muy inferior a su valoración, lo que motivó un largo pleito y una importante lesión económica para el pintor, que se vio obligado a pedir un préstamo de 2.000 ducados a su amigo Gregorio de Ángulo.

El Greco falleció el 7 de abril de 1614 Fue enterrado en Santo Domingo el Antiguo, en Toledo, pero poco después sus restos fueron trasladados al también toledano monasterio de San Torcuato. La iglesia del monasterio fue destruida y sus huesos se dispersaron sin dejar rastro.

De Grecia a España

1541 Doménikos Theotokópoulos nace en Candía, actual Heraclión, capital de Creta, en aquel momento posesión de la República de Venecia. Sobre su familia hay pocos datos. Su padre se llamaba Giorgio y se cree que su profesión fue la de marino. Parece que su hermano mayor, Mussos, gozaba de una buena situación económica.

1563 Pronto alcanza una posición importante entre los pintores cretenses, llegando incluso a ser denominado maistro.

1567 Abandona su ciudad natal para trasladarse a Venecia. Tras tres años se acabará marchando debido a la importante competencia existente.

1570 Se instala en Roma. Allí conoce a Giulio Clovio, con el que entabla amistad. Esto le permite ingresar en el palacio del mecenas Cardenal Alejandro Farnesio.

1571 Conoce al clérigo español Don Luis de Castilla. Forjarán una estrecha amistad, este defenderá la obra del artista toda su vida y será albacea en su testamento.

1572 Es admitido en la romana Academia San Lucas en la categoría de miniaturista.

1576 Abandona la ciudad de Roma y se traslada a Madrid.

1577 Se establece en Toledo y allí desarrolla su personal manera de pintar. Este mismo año acomete La Asunción.

1579 Nace Jorge Manuel Theotocópuli, su único hijo, fruto de su relación con Jerónima de las Cuevas. Abre un taller para poder atender sus encargos.

1579 Pinta La Trinidad y El caballero de la mano en el pecho.

1580 Felipe II le encarga la pintura El Martirio de San Mauricio para El Escorial.

1581 A partir de este año consolida la temática religiosa de sus cuadros.

1582 Acaba el encargo para Felipe ll y él mismo lo traslada desde el monasterio de Toledo. Al rey no le gusta y el cuadro es destinado a una estancia secundaria. Rómulo Cincinnato fue el encargado de pintar la obra que sustituiría a la de Domenikus.

1585 Se instala en casa del marqués de Villena, en Toledo, y allí establece su taller.

1586 La élite eclesiástica de la ciudad lo elige como su pintor, de ella recibe sus mejores encargos.

1588 El párroco don Andrés Núñez de Madrid le encarga El entierro del señor de Orgaz, cuyo protagonista es don Gonzalo Ruiz de Toledo.

1589 Deja de ser un simple residente de la ciudad de Toledo para empezar a aparecer como vecino.

1591 Da un giro a sus métodos comenzando a realizar retablos y no solo pinturas, para poder introducirse de pleno en el mercado español.

1592 Su hijo entra como aprendiz en su taller.

1596 Dada la reputación que alcanzó y su amistad mecenas locales, se produce un aumento de los encargos, algo que se mantendría hasta su muerte.

1597 Firma un contrato con el clérigo presbítero Martín Ramírez de Zaya. Se compromete a realizar tres retablos para una capilla privada en Toledo dedicada a San José.

1603 Es contratado por el Hospital de la Caridad de Illescas para la realización de un retablo. Entrará en pleito por las tasaciones de esta obra. Su hermano Mussos se traslada a vivir con él.

1604 Fallece su hermano sin realizar testamento, puesto que a su llegada a España nada quedaba de su fortuna.

1606 Da poderes a su hijo para la construcción en su nombre del retablo mayor de la iglesia de Lugarnuevo de Montalbán.

1607 Tras cuatro años de litigios, finalmente recibe el pago por los retablos de Illescas. Tras varias tasaciones acepta la más barata, posiblemente por su falta de liquidez.

1609 El Greco recibía en su casa de Toledo a intelectuales como Luis de Góngora o Fray Hortensio Félix de Paravincio.

1614 Fallece el 7 de abril, una semana después de nombrar a sus albaceas. Fue enterrado en la bóveda de Santo Domingo el Antiguo.

1619 Aunque su cadáver es trasladado al Monasterio de San Torcuato, no hay rastro de sus huesos pues el templo se ha destruido.

REFERENTE PARA LA VANGUARDIA
El personal estilo de El Greco fue olvidado tras su muerte para dar paso a un nuevo realismo representado por José de Ribera, Francisco Zurbarán y Diego Velázquez. Pasaron tres siglos hasta que, a finales del XIX y principios del XX, se iniciara un proceso en su favor.

Frente a los intelectuales y pintores que lo reivindicaban como Gaultier, Lefort, Cezánne, Gauguin, Manet o los españoles Zuloaga y Rusiñol, surgieron algunos académicos y críticos que seguían rechazándolo. Cuando su obra se expuso por vez primera en el Museo del Prado, para algunos supuso un escándalo, pues no entendían que lo situaran al nivel de Velázquez y Zurbarán...

Hoy nadie duda de la genialidad de El Greco. Es más, se ha convertido en un sólido referente para la vanguardia y la modernidad. Para muchos de los que nos dedicamos a pintar, la lección más importante que aporta es su ejemplo de cómo partiendo de la realidad y de la figuración se puede crear una obra tremendamente original y moderna.

He buscado en la realidad el origen de sus figuras ascendentes, ingrávidas y sinuosas y estoy convencido de que parten de las ondulaciones y de las líneas temblorosas que dibujan las llamas de una hoguera. En efecto, si miramos con los ojos entornados su cuadro La Visión de San Juan (1608-1614), del Metropolitan Museum de Nueva York, podemos apreciar cómo las figuras desnudas se convierten en esquemáticas llamaradas. Lo más extraordinario es que en dicha obra ya están las bañistas de Cezánne y la ingravidez de Marc Chagall. Los expertos aseguran incluso que Picasso se inspiró en esta obra para sus Señoritas de Avignon.

Cuando visito el Metropolitan siempre observo Vista de Toledo (1597-1607), uno de los paisajes con más fuerza y belleza de la Historia del Arte. El celaje anubarrado del fondo anuncia los bellísimos y dinámicos ciclos de Vincent Van Gogh. De la misma forma que el ritmo y el movimiento de su Laoconte (1609), en la National Gallery de Washington, presagie La Danza de Matisse.

Me interesa especialmente otro aspecto en sus obras: los dos niveles en sus composiciones, que marcan un espacio terrenal y otro celestial.

En su cuadro El Entierro del Conde de Orgaz (1586-1588) estos planos estén perfectamente definidos. En la pintura del siglo XX el plano celestial ha sido sustituido por un espacio cósmico donde flotan aviones y astronautas. Su obra Vista y plano de Toledo (1608-1614), que se puede ver en el Museo de El Greco, en Toledo, se convertiría fácilmente en una fotografía tomada por un astronauta: el horizonte del paisaje se curva y los ángeles que flotan en el cielo estarían ocupando el lugar de una cápsula espacial.

En cuanto al color, resulta increíble la valentía con que lo aplica al lienzo. impresiona también su esquema rotundo de rojos, azules, amarillos, verdes, grises y negros. Sin duda, el expresionismo más feroz y el action painting ya estaban concebidos en las seguras pinceladas del griego.

En resumen, podemos afirmar que Doménikus Theotokópoulos, El Greco, impregnado por tres corrientes pictóricas, consigue trascender el arte bizantino, el veneciano y el manierismo para convertirse en uno de los pintores más originales y modernos de la Historia del Arte.

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