La Isla de Mozambique, calles de arena amarilla
(Un texto de Javier Martín en el suplemento de viajes de El
País del 23 de mayo de 2014)
Pescadores. cabañas playeras y un pasado portugués en la isla de
Mozambique.
Un puente de tres kilómetros une la isla al continente. Se cruza y
aparece un mundo dentro de un país: la isla de Mozambique, patrimonio de la
humanidad.
Dos capillas y dos fuertes marcan los límites de esta sardina de 3.200
metros de largo y 400 de ancho con forma de isla. Entre medias se han ido
acumulando todas las razas desde que en el siglo VIII el sultán Musa bin Biki estableciera
el lugar como centro del comercio marítimo. Mozambique, la isla, es ahora un
singular parque temático de civilizaciones en medio del Índico.
"¡Mucunha, mucunha!", hombre blanco, hombre blanco,
gritan los niños al ver pasar a rostros pálidos. A esta isla al norte del país
no llega mucho turista, aunque el primero lo hiciera muy pronto, allá por 1498
con el portugués Vasco de Gama.
La isla es de calles de arena amarilla y de choque de
edificaciones, dos tercios de adobe y un tercio de piedra, muestra de su
glorioso pasado portugués. Desde que llegara Vasco de Gama con sus portugueses,
la que era musulmana se convirtió en cristiana. Así, en una esquina de la isla
tenemos la capilla de San Antonio, y en la otra, al norte, por donde se avistaban
las naos holandesas, la capilla de Nuestra Señora, la edificación europea más
antigua del hemisferio sur. Aún aguanta su púlpito y algunos rastros de
tumbas de los soldados más nobles.
La Virgen ayudó a mantener portuguesa la isla ante los intentos de
invasión de los holandeses, aunque también hicieron lo suyo los cañones de la
fortaleza de San Sebastián (1558).
El fuerte, como todo en la isla, está a medio caer o a medio
levantar -habrá que volver en unos años para confirmar tendencias-. Walter, un
chaval-guía improvisado, resuelve la burocracia del pago de las entradas y explica
que antes todo estaba peor. Efectivamente, hay partes de la fortaleza restauradas
con rigor y sin exageraciones. Los aljibes de agua, que servían para
aguantar asedios, vuelven a abastecer a la población en época de sequía.
El morro de la fortaleza cae sobre el agua. Y solo una oscura rampa
con su reja comunica el fuerte con el agua. Aquí se embarcaban los esclavos,
una de las principales fuentes de riqueza de la isla hasta 1868, cuando el rey de
Portugal abolió la esclavitud. Luego la capital del país se trasladó a Maputo y
la isla entró en decadencia.
Camino de Goa
Saliendo de la fortaleza continúan los edificios de piedra, del pasado
esplendoroso, como el palacio de los Gobernadores (portugueses), expropiado a
los expoderosos jesuitas. Porque de aquí se iban a las Indias, a comerciar y a
cristianar. ¡Qué tiempos aquellos! Entre ellos, san Francisco Javier, que embarcaba
aquí camino de Goa. Ahora la isla es 90% musulmana.
El edificio civil más importante es un hospital de piedra, de grandiosa
escalinata, con sus parterres para flores y sus fuentes. En la fecha de su
construcción en 1877 fue el hospital más importante al sur del Sáhara, y el más
avanzado, con diversos edificios según las enfermedades. Hoy los parterres no
tienen flores y tampoco brota el agua de las fuentes.
La calle del hospital separa abruptamente la ciudad de piedra y
la ciudad de barro, la ciudad macuti, casucas hechas de barro y palma (macuti),
hacinadas y soterradas. Aquí se excavaba el mate· rial destinado, unos
metros más allá, a las murallas del fuerte. La hondonada fue aprovechada para cobijo
de los familiares de pacientes del hospital, y lo que empezó siendo provisional
es hoy una ciudad dentro de la ciudad, lugar de acogida y de paz durante la
guerra de la independencia. Aquí llegaba la gente huyendo de unos y de
otros, y en la ciudad macuti se quedaron. Hoy concentra el 80% de los
habitantes de la isla.
A media mañana, en la bahía se ven, no se ven, cayucos hechos con la
madera de los manglares. Una pala rústica y una bolsa de basura por si hay que
izar la vela es todo lo que necesita el pescador para echar el día en medio de esta
bahía perfecta, cerrada por una barrera de coral, que detiene a corsarios y a
ballenas. Cabecitas negras pescan prácticamente con sus manos, aprovechando las
aguas transparentes y la calma del Índico. Con el mismo tran tran, los
pescadores se van a su casa de Cabeceira Pequenha, donde los niños han pasado
el día jugando al fútbol entre cabras, y las mujeres, yendo al pozo que descubriera
Vasco de Gama. Desde que el portugués construyera el pozo hace seis siglos, lo
mejor que les ha pasado sucedió hace un par de años, cuando un hotelito vecino
les puso electricidad.
Caracolas gigantes
En la bajamar, el agua se retira cientos de metros, dejando al
descubierto conchas y caracolas gigantes para recuerdo de los turistas. Algunos
tienen que llegar chapoteando entre las aguas limpias, arrastrando sus maletas,
pues el suelo coralino impide aproximarse al taxi-barca. Solo 10 cabañas para
visitantes rompen con la naturaleza. No hay cristales en sus ventanas ni en sus
puertas. La madera y el cañizo preservan de los rigores del sol, fuerte a
partir del mes de octubre. Su restaurante se nutre de lo que sus mismos empleados
pescan y de lo que cae de las palmeras. Sus infinitas playas salvajes,
de olas domesticadas, solo se rompen con el manglar, donde se funde la vida
terrestre y la marítima, el macaco gritón y una estrella de mar adaptada a las
aguas salídulces. La isla de Mozambique y su bahía han sabido congraciar razas,
civilizaciones y hasta su fauna.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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