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domingo, mayo 31

Inventos que cambian el mundo


(Un texto de E. Font en el XLSemanal del 7 de febrero de 2016)

Gafas por un euro, sal convertida en luz, zapatos que 'crecen' al tiempo que el pie de los niños... Estos inventos no tienen más misterio que su asombrosa sencillez. Ideas geniales que resuelven problemas muy complejos y mejoran la vida de millones de personas en los países más pobres del mundo. se lo contamos. 

Gafas por un dólar 
Martin solo tuvo que echar cuentas. Según la Organización Mundial de la Salud, 150 millones de personas necesitan gafas, pero no tienen dinero para comprarlas. Consecuencia: los niños no pueden estudiar ni los adultos trabajar, lo que a su vez les impide alimentar a sus familias. Las economías de los países pobres dejan de generar por esta causa la friolera de 120.000 millones de dólares cada año, casi el volumen anual de toda la ayuda al desarrollo. Todos estos datos no hacían más que bullir en la cabeza de Martin Aufmuth, de 41 años. y decidió buscar una solución.

Empezó a investigar y consultó con los oftalmólogos que colaboran enviando gafas viejas a África. Un sistema bienintencionado, pero insuficiente, pensó. Los necesitados de gafas reciben unas que se adaptan algo a su problema, pero nadie se las arregla si se les rompe.

Ya de pequeño, Martín - nacido en Algovia, al suroeste de Alemania- era muy manitas y soñaba con ser inventor. Sin embargo, acabó centrándose en la docencia y se convirtió en profesor de Matemáticas y Física. Pero su alma de inventor volvió a revivir...

EL CUBO MÁGICO. Martín estudió un millar de patentes y experimentó con innumerables materiales. Necesitaba hallar la montura perfecta para sus gafas: extremadamente dura, extremadamente flexible y con una resistencia a la torsión adecuada para no partirse fácilmente. Y lo logró: medio metro de alambre de acero es la materia prima para sus monturas. Pero para darle forma con precisión no bastan unas tenazas normales. Por eso, Martín se pasó meses en el sótano de su casa desarrollando una máquina que resolviera el problema de forma rápida y sencilla. El resultado: un cubo de madera de 30 centímetros. La fábrica de gafas más pequeña del mundo.

PERMITEN VER Y COMER. Con sus monturas, Martin usa unas lentes sintéticas irrompibles y resistentes a los arañazos. Todo el material cuesta un dólar. Además, para montar estas gafas no hacen falta tornillos ni fresadoras, ni electricidad. Y todas las piezas se prefabrican in situ. La organización EinDollarBrille ('Gafas por un Dólar'), fundada por Martín en 20I2, ya está en ocho países de África y América Latina. Operarios de la organización fabrican las gafas en cada país y luego las venden por valor de entre dos y tres veces el salario diario medio en cada país. Los trabajadores locales reciben como pago la diferencia entre costes e ingreso. En una de las regiones de Burkina Faso en las que la organización está presente se han vendido ya 10.000 gafas, y 25 trabajadores locales y sus familias viven de los beneficios.

SOSTENIBILIDAD. El compromiso de Martín, padre de tres hijos, le exige viajar por medio mundo para enseñar cómo se fabrican sus gafas, organizar el envío del material, convencer a posibles colaboradores, reunir donativos... La organización necesita invertir al menos 50.000 euros antes de que el primer equipo pueda producir gafas de calidad autónomamente en un país. «Pero luego es sostenible -dice Martín- y funciona sin necesidad de donativos». Más información en: www.eindollarbrille.com

Zapatos que “crecen”
Más de 300 millones de niños en todo el mundo no tienen zapatos. Y millones más se ven obligados a usar un calzado que no se corresponde con su talla. Esa imagen se le clavó en la mente al norteamericano Kenton Lee en 2007, cuando estaba en Kenia trabajando como voluntario con niños huérfanos. «Un dia vi a una pequeña de seis años que llevaba unos zapatos tan desgastados y diminutos que sus dedos asomaban por la punta. Pensé que sería genial que hubiera un calzado que se adaptase al crecimiento de los niños». No es solo un tema de dignidad. Es una cuestión de salud. Más de 2000 millones de personas sufren enfermedades transmitidas por las plantas de los pies.

CONTRA VIENTO Y... LAS GRANDES MARCAS. Kenton, un estudiante sin preparación empresarial ni de diseño, regresó a su Idaho natal convencido de que tenía que hallar una solución, y se puso a dibujar hasta que dio con la clave: unos zapatos que 'crezcan’. Como no era zapatero, necesitaba apoyo profesional. Contactó con la industria del calzado, pero las grandes firmas no mostraron interés en su prototipo. Y eso que él estaba dispuesto a ceder la patente. No quería dinero, sólo que alguien los fabricase. Un año después, desesperado, decidió crear su propia ONG, Because International, para recaudar fondos que le permitiesen fabricar la sandalia. En 2008 contó con una ayuda inesperada, otra ONG, Proof of Concept, que aceptó desarrollar el primer prototipo. Así nació el zapato que 'crece'.

La punta y el talón se estiran para aumentar de largo y los laterales se amplían para ganar en anchura. Se puede comprar en dos tamaños: el pequeño, para niños de entre 5 y 9 años; y el grande, para los que tienen entre 10 y 14. Gracias a sus sólidos materiales, cuero y goma, duran cinco años y se reparan con facilidad.

TAMBIÉN EN ESTADOS UNIDOS. Sin embargo, Lee tardaría aún un par de años en poder enviar la primera partida de 3000 sandalias a Ruanda y Kenia (este año enviará 5000 más). Su comercialización se ha convertido en un problema. De momento depende de las donaciones para fabricar y enviar. Un par de estos zapatos cuesta 50 dólares, pero el precio baja hasta 15 si se compran más de 100 pares. Por ello, Lee quiere fabricar estos zapatos de forma masiva en los sitios de destino, y así reducir los costes y no depender de las donaciones. Curiosamente, también ha surgido otro mercado potencial: Estados Unidos. Lee está sorprendido con la cantidad de solicitudes recibidas en su país. Hacer frente a los gastos del calzado de los niños es también un problema para miles de familias americanas. Más información en: http://theshoethatgrows.org

Lámparas con sal
«Esto no es tecnología espacial -dice Aisa Mijeno-. Son cosas que se estudian en las clases de Química en el instituto. Solo hay que aplicarlas». Eso hicieron ella y su hermano al crear la lámpara que funciona con sal en vez de con electricidad. «Sorprende que el 70 por ciento de la superficie de la Tierra sea agua salada -añade- y solo una chica filipina haya pensado en usar este enorme recurso para encender lámparas».

Mijeno, ingeniera de formación, convivió durante mucho tiempo con la tribu Kalinga mientras colaboraba con una ONG. Le impresionó que no tuvieran acceso a la electricidad y que usasen queroseno para sus lámparas. Caminaban 12 horas para conseguirlo. Así que el sistema no solo era caro, también peligroso, contaminante e inflamable. En 2010, cuando se incorporó a dar clases en la Universidad de La Salle, Aisa ya le estaba dando vueltas a cómo solucionar el problema. Pero no fue hasta 2013 cuando la incubadora de start-ups filipina Ideaspace Foundation le permitió presentar su proyecto en su competición anual. La fundación 'compró' su lámpara de sal. Ella y su hermano Raphael crearon la empresa Startup Alternative Lighting o SALt, que utiliza tecnología de celdas galvánicas, pero en lugar de electrolitos emplea cloruro de sodio. La lámpara funciona ocho horas al día durante seis meses; Después hay que reemplazar el ánodo, pero es mejor que comprar queroseno cada dos días. Más información en: www.salt.ph

Una Incubadora portátil
Todo empezó con un trabajo para clase. En el máster de la Universidad de Standford le encargaron a Jane Chen, licenciada en Psicología y Económicas, y a sus compañeros que creasen una incubadora barata que se pudiera usar en áreas rurales. Dieron con una idea tan sencilla y útil que hoy Chen es la consejera delegada de Embrace Innovations, empresa dedicada al diseño de tecnologías para la salud en países en desarrollo. La incubadora consiste en una especie de bolsa de dormir con un sistema térmico que funciona con agua hervida y mantiene una temperatura de 37 grados hasta 6 horas sin necesitar energía eléctrica. Es portátil y mantiene la temperatura corporal del bebé hasta que pueda recibir los cuidados adecuados. Además, es reciclable, ya que puede esterilizarse y volver a ser utilizada. Y solo cuesta 25 dólares, cuando una tradicional ronda los 20000 dólares. El invento ha salvado la vida de más de 150.000 niños prematuros o nacidos con bajo peso. Y es que los estudiantes de Stanford unieron a su creatividad su talento para comunicar. Chen usó TED para llegar a potenciales inversores. Una de las primeras en poner 125.000 dólares fue Beyoncé. Más información en: www.embraceinnovatlons.com

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