Olivia de Havilland y Joan Fontaine: hermanas y rivales hasta la muerte
(Un reportaje de Isabel Navarro en la revista Mujer de Hoy del 7 de agosto de 2010)
Las dos legendarias actrices de Hollywood son el claro ejemplo de que los lazos fraternos pueden convertirse en ásperas sogas, capaces de enfrentar a dos hermanas para el resto de sus días. Pero no son las únicas.
Casi un siglo de rencor. Joan Fontaine siempre se sintió menos querida que su hermana mayor, Olivia de Havilland. El cine las encumbró pero fue otro de los motivos de su enfrentamiento.
A sus 94 y 93 años, Olivia de Havilland y Joan Fontaine eran (y siguen siendo) unas mujeres bellas, generosas y educadas que, sin embargo, se comportan con arrogancia, desdén y rencor en la relación fraternal. Son el vivo ejemplo de que se puede ser una buena persona y una hermana patética. ¿Las razones? Una madre manipuladora, un padre ausente y la rivalidad infantil que se fue envenenando con el paso del tiempo.
A menudo, para la hermana mayor, es fácil sentirse la mejor: ha llegado primero, es la más deseada, la más observada, la más aplaudida, la única a la quien han prestado atención cuando balbuceaba o tropezaba por primera vez. Con el resto de hijos el catálogo de primeras veces se agota y la ilusión de la crianza se transforma en trabajo. Ésa es la excusa que se daba a sí misma Joan Fontaine para sentirse menos querida que Olivia, su hermana mayor.
Joan fue la segunda hija de una actriz frustrada y de un abogado de patentes destinado en Japón. Ella y su hermana Olivia de Havilland (la beatífica Melania Hamilton de "Lo que el viento se llevó") nacieron en Tokio, pero a los cuatro años sus padres se divorciaron y Lillian, la madre, volvió a California para mejorar la salud de su hija pequeña, que había nacido con problemas respiratorios y de motricidad. Joan aún recuerda que su madre le ordenaba quedarse en la ventana cazando moscas para mejorar su coordinación mientras peinaba con delicadeza a su hermana Olivia, que tenía la etiqueta de la más guapa. Lillian creía que sus hijas estaban predestinadas a la gloria y consideraba fundamental su educación, por Lo que cada noche les enseñaba dicción leyendo a Shakespeare en voz alta. Joan sacó la nota más alta en un test de inteligencia cuando era pequeña, pero como faltaba a menudo a clase por su enfermedad, las mejores notas las sacaba Olivia, que incluso mantuvo un romance epistolar en latín con un estudiante de Princeton cuando tenía 14 años.
Las dos estudiaban ballet y hacían teatro en el colegio, pero Olivia fue la primera que dio el salto a los escenarios. En aquella época la madre se volvió a casar con un hombre que condenaba los intereses artísticos de sus hijastras y la situación en casa se hizo tan insoportable que Joan decidió marcharse durante un tiempo a Japón con su padre, en un desesperado intento por ser única y valorada. Allí vivió durante dos años, hasta que una noche su padre, borracho, se coló en su cama. A la mañana siguiente, Joan hizo las maletas, pero volvió a Estados Unidos aún más herida.
Al regreso, se encontró con que su hermana Olivia ya había conseguido hacerse un hueco en Hollywood, trabajando en películas de aventuras de la Warner junto a Errol Flyn. Joan anunció a la familia que también deseaba ser actriz, pero su madre y su hermana escucharon la noticia sin entusiasmo y le exigieron que no utilizara el apellido de Havilland. En un primer momento, Joan cambió su apellido por el de Burtfield, pero más tarde optó por Fontaine, que era el de su madre, tratando, otra vez, de ganarse el corazón de Lillian, del que seguía sintiéndose excluida.
Poco a poco Joan se abrió camino en los castings, pero tras rodar "No more ladies" para la Metro se quedó sin trabajo y tuvo que aceptar la hospitalidad de Olivia, que ya era una estrella y había conseguido su primera nominación a los Oscar por "Lo que el viento se llevó".
NOMINADAS. En 1941 los papeles se invirtieron porque Joan Fontaine se hizo con el papel protagonista de "Rebeca", la primera película de Hitchcock en EE.UU. El productor David O'Selznick se sentó casualmente al lado de Joan en una cena y se pasaron toda la noche hablando de la novela. Al día siguiente, llamó a Hitchcock para que le hiciera una prueba y el director se dio cuenta de que había encontrado a la actriz perfecta para el papel. Hitchcock siempre fue un sádico con sus actrices y disfrutó con la insegura y frágil Joan, que era tan torpe en la vida como su personaje. De hecho, cada vez que podía deslizaba comentarios sobre lo incómodo que estaba su compañero Laurence Olivier con su trabajo. Así conseguía que se sintiera tan aislada y vulnerable como la desgraciada señora Winters, cuyo nombre nadie pronuncia en toda la película.
"Rebeca" obtuvo nueve nominaciones, incluida la de Fontaine, pero ella se fue a casa sin la estatuilla. Sin embargo, al año siguiente con "Sospecha" volvió a estar nominada. Y esta vez competía directamente con Olivia de Havilland, que también había sido nominada por "Si no amaneciera". Olivia nunca ha reconocido sentir celos por su hermana y su único reproche hacia Joan ha sido la ingratitud. Aquella noche, por primera vez en su vida, la hermana pequeña derrotó en público a la mayor. Cuando Joan escuchó su nombre sufrió tal shock que pasó unos segundos congelada. Fue Olivia quien le dijo: "¡Sube de una vez!". Lo paradójico es que las fotos de Joan, sentada frente at Oscar, destilan una profunda melancolía. En sus memorias escribió que cruzaron frente a sus ojos todos los momentos en que su hermana le había humillado, cuando le pegaba o cuando decía ante cualquier contratiempo: "Da igual porque soy más guapa que Joan". "Me sentí como si tuviera cuatro años de nuevo", escribió Joan, pero ganar no hizo que se sintiera feliz.
DESPRECIO Y RECHAZO. A partir de ese momento la relación quedó tocada. Dos años después Olivia ganó un Oscar y la Academia (que quiso explotar el morbo) escogió a Joan para entregarlo. Los diarios sensacionalistas tuvieron carnaza porque Olivia aceptó el premio, pero rechazó la mano de su hermana, que se quedó muerta en el aire, un gesto recogido por todas las cámaras. “Acababa de hacer un comentario despreciativo sobre mi marido y estaba enfadada con ella", diría Olivia más tarde para justificarse, pero ya nada pudo borrar aquel desprecio.
Pese a los roces, las actrices continuaron su relación hasta 1975, fecha en que la muerte de la madre acabó por distanciarlas y dejaron de hablarse. Olivia cuidó de Lillian hasta sus últimos días y organizó un funeral al que Joan no asistió, según ella, porque nadie la había invitado; según la hermana mayor, porque se había desentendió de todo.
El rencor entre hermanas es oficial, aunque a veces en Hollywood, algún olvidadizo meta la pata. En 1988, cuando la Academia celebró el 60 aniversario de los Oscar, la organización cometió la imprudencia de ponerlas en la misma planta del hotel Ambassador, pero ellas exigieron que hubiese al menos siete pisos entre sus habitaciones. En la fiesta ni se saludaron y nunca más han vuelto a coincidir. Las malas lenguas dicen que si a los 93 y 94 años siguen vivas es porque ninguna quiere ser la primera en marcharse. Por el momento, ninguna se ha envenenado mordiéndose la lengua.
La rivalidad fraterna
La rivalidad fraterna siempre se origina en la infancia por el amor de los padres. Cuando no ha habido un lugar y un reconocimiento para cada hermano o hermana, lo más probable es que se reproduzca la situación con diferentes figuras y contextos en la edad adulta.
En Las culturas occidentales, por la tradición cristiana, suele hablarse de amor fraternal como ejemplo del amor ideal. Sin embargo, el problema de la enemistad entre hermanos o "rivalidad fraterna" es uno de los más antiguos de la humanidad. La historia de Caín y Abel es una de las primeras del Antiguo Testamento. "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?", pregunta Caín a sus padres, una indignación que acaba en fraticidio.
Según La psicoanalista Isabel Menéndez, "tener un hermano es, en primer lugar, tener un rival. Al él le atribuimos la responsabilidad de habernos expulsado del paraíso materno. Los celos son la primera emoción fuerte que se siente ante la aparición de un hermano. Están motivados por La amenaza de que otro se convierta en el centro de atención de los padres".
Las comparaciones son odiosas. Cuando la figura de autoridad hace diferencias o está comparando constantemente a los hijos, los celos se acentúan. Aunque no se diga delante de los hijos, los niños siempre perciben si estamos decepcionados o les consideramos mejores, por lo que es importante no proyectar sobre los hijos los conflictos inconscientes no resueltos.
La frustración y la rivalidad entre hermanos es normal que exista y durante la infancia es importante no negarla, pero los psicólogos opinan que, si se prolonga en el tiempo y es constante, hay que actuar.
Los hijos han de sentir que son únicos para sus padres: hay tareas que se hacen compartidas pero cada uno tiene que tener su propio espacio.
Tratar de darles a todos los hijos lo mismo para evitar los celos no sirve para nada.
En las peleas entre hermanos hay que procurar mantenerse siempre al margen, poniendo como único límite el respeto. Como padre o madre no se puede exigir a los hermanos que se quieran, pero sí que se respeten.
Etiquetas: Tardes de cine y palomitas
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