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viernes, abril 2

El misterio comanche, al descubierto

(Un reportaje de Matthias Schulz en el XLSemanal del 6 de julio de 2014)

Los expertos creían que el pueblo comanche, al no conocer la escritura, no había dejado registro de su cultura. Sin embargo, en un barranco del río Grande (en los Estados Unidos) se han descubierto unos dibujos que desvelan la verdadera historia de estos indios y su terrible imperio.

Cuando Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo, todavía vivían en las montañas Rocosas y salían a cazar a pie. En Lugar de bisontes, cazaban conejos. Su escaso equipaje lo cargaban los perros.

Pero el siglo XVII trajo un cambio total para los comanches. Primero les robaron los caballos a los colonos blancos, después les compraron pólvora y armas de fuego. Así, pertrechada, la tribu no tardó en hacerse con el control de un territorio del tamaño de Francia: la llamada Comanchería.

Ahora, nuevas investigaciones históricas están arrojando luz sobre una tribu que fue una verdadera potencia militar, la tribu que gobernó las praderas: un ejército de unos diez mil jinetes con arcos, lazos y armas de fuego. Algunos historiadores llegan a hablar de «imperio».

«Los comanches -escribe el investigador Theodore Fehrenbach—hicieron añicos el sueño de los españoles de dominar América del Norte, impidieron el avance de los franceses hacia el suroeste y frenaron durante casi sesenta años la definitiva conquista del continente por parte de los angloamericanos».

¿Quiénes eran estos nativos que, en lugar de plumas, lucían grandes trenzas engrasadas y que se llamaban a sí mismos numunu ('personas')? Durante mucho tiempo se pensó que este pueblo no había dejado registro sobre su vida e historia. No conocían la escritura ni la construcción en piedra. Su cultura resultaba prácticamente invisible. Sin embargo, acaban de aparecer unos fascinantes restos dejados por estos hombres.

En un valle excavado por el río Grande, el arqueólogo Severin Fowles ha encontrado dibujos raspados sobre la superficie de las rocas y abundantes piedras basálticas cubiertas con grabados. El yacimiento se encuentra en un apartado desfiladero, llamado Vista Verde, y está lleno de imágenes que nos hablan de la vida de los «indios más malvados de los Estados Unidos», como los describió en 1882 Richard Dodge, testigo de primera mano de sus correrías.

Fowles había ido al río Grande a buscar arte prehistórico, pero lo que encontró fueron paredes de roca en las que aparecían sencillas formas humanas, caballos realizados en cuatro trazos y extraños triángulos que representaban los tipis, las típicas tiendas indias hechas con pieles de bisonte. Fowles prepara ya una obra sobre lo que él denomina el 'arquetipo comanche'. El subtítulo de su trabajo es: Arqueología del terror.

Y es que muchas de las imágenes representan escenas de violencia. Hay ladrones robando caballos, cuerpos atravesados por _flechas, hombres luchando cuerpo a cuerpo con escudos... Especialmente llamativa

resulta una imagen en la que se ve un cometa junto a un enorme sol. De acuerdo con las fuentes históricas, un cometa extraordinariamente brillante cruzó durante días el cielo de las Grandes Praderas en 1680. Si esta fecha permitiese datar los mensajes en las piedras de Vista Verde, estaríamos ante un gran acontecimiento, porque se trataría de la referencia a los comanches más antigua de la que se dispondría; la más antigua hasta este momento aparecía en un mapa francés del año 1701.

Los comanches vivían originariamente en Wyoming y se vieron empujados hacia el sur. Cruzaron el río Arkansas con sus trineos tirados por perros y se dirigieron hacia las fronteras del imperio colonial español. Allí vieron pueblos fortificados, asentamientos misioneros extendidos a lo largo de los numerosos valles y cauces secos que atraviesan los actuales estados de Texas y Nuevo México. Los comanches divisaron primero los campanarios de las iglesias, luego se toparon con españoles trabajando los campos. Pero lo más importante que descubrieron fueron unos caballos de largas crines, robustos y resistentes. Nunca habían visto unas criaturas como esas. Los comanches los llamaron 'perros de Dios'. Y los robaron. Gracias a los informes de las autoridades españolas sabemos que en el año 1650 no vivía ni un solo mustango en las praderas. Pero, cincuenta años más tarde, prácticamente todos los numunu tenían caballos robados, que no tardaron en aprender a criar y a montar con acrobática maestría.

En última instancia fueron los caballos los que dieron a los comanches la oportunidad de sumarse a esa gran partida de póker en la que varios jugadores se estaban repartiendo Norteamérica. A lomos de sus mustangos salieron de los protegidos valles de las montañas Rocosas y se adentraron en las Grandes Praderas. Allí vivían más de 60 millones de bisontes, a los que los indios ahora ya podían cazar al galope.

Los comanches habían vivido durante mucho tiempo en una miseria colectiva, sometidos a las inclemencias del tiempo, sucios y al borde de la inanición. Y ahora la fortuna les sonreía: eran los señores de una tierra verde. Su número aumentó considerablemente. Sus vecinos apaches se vieron desplazados por los recién llegados.

Estos nuevos conquistadores no se preocupaban mucho por las cuestiones morales. Los ritos basados en la tortura estaban a la orden del día. Los comanches eran cazadores de cabelleras y a los apaches les arrancaban. el cuero cabelludo en unas ceremonias celebradas en torno al poste de tortura. «Cuando tenían prisa, rajaban a las jóvenes y las dejaban desangrarse —afirma Fehrenbach—. A veces les arrancaban los párpados a sus prisioneros y luego los clavaban al suelo, con el rostro en dirección al sol». Crueldades similares aparecen representadas en los petroglifos de Vista Verde.

Al final consiguieron desplazar a casi todos sus competidores. Los españoles también sufrieron la belicosidad de los comanches. Son muchas las crónicas españolas que describen cómo estos enemigos de piel roja se abalanzaban sobre las haciendas como avispas, masacrando a los ancianos, violando a las mujeres y estrellando a los niños contra rocas y árboles.

A partir de 1740, gracias a las armas de fuego que les vendieron comerciantes franceses que se estaban adentrando en el continente desde la Luisiana, se volvieron aún más destructivos. Pero eso no hizo que cambiaran sus tácticas: los comanches siguieron llevando a cabo su habitual guerra de guerrillas. Se movían de un modo furtivo, como lobos; nunca hacían fuego en sus campamentos, comían carne seca y avanzaban aprovechando la noche.

El desgaste que producían estos continuos ataques guerrilleros fue lo que minó el brío de los conquistadores españoles y, finalmente, detuvo el planeado avance hacia el norte. Esta situación se veía agravada por el hecho de que el rey Carlos III había decidido prohibir desde su trono en Madrid la posesión particular de armas de fuego en todo su imperio. A diferencia de los colonos británicos, los granjeros españoles no tenían derecho a la autodefensa. «Nuestro total desamparo solo puede conducir a una completa destrucción y a la pérdida de esta provincia», se lamentaba el gobernador español de Texas en 1780.

Y así sucedió. Los sangrientos y continuos ataques de los comanches fueron debilitando al ejército. Muchos habitantes de Texas decidieron huir porque los soldados ya no podían protegerlos. Pronto no quedaron en la región más de cuatro mil personas.

Cuando México se declaró independiente en 1821, la frontera norte se derrumbó. El país recién fundado perdió las valiosas provincias de Texas y Nuevo México en la que algunas fuentes denominan 'la guerra de los mil desiertos'. Los comanches se convirtieron en sus-nuevos señores. Agotados y bloqueados por estos salvajes ladrones de caballos, los mexicanos acabaron dejando el campo libre a otros ladrones de tierras. Estos nuevos aventureros habían empezado a aparecer por Texas a partir de 1820: ahora eran británicos y alemanes los que llegaban a bordo de sus carromatos. Eran personas animadas por la tradicional laboriosidad protestante... y que, sobre todo, eran de gatillo fácil.

Los numunu no tenían ninguna posibilidad contra estos nuevos invasores. Su estrella empezó a declinar. Los señores de las praderas fueron de derrota en derrota. La propiedad de la tierra era un concepto ajeno a los indios. Quizá fue precisamente ese desapego a la tierra lo que estimuló su expulsión de unos territorios que no consideraban suyos.

Esta última y dramática etapa ya no aparece representada en Vista Verde. No hay dibujos que hablen de cómo, a partir de 186o, el comandante Kit Carson derrotó a los comanches y los obligó a recluirse finalmente en reservas. Ni de cómo, en 1874, 'la caballería de los Estados Unidos sacrificó primero todos los bisontes y a continuación todos los caballos de los comanches. Ni de cómo, al año siguiente, su último jefe guerrero, Quanah Parker, fue llevado a prisión.

Notas:

La comanchería tenía el tamaño de Francia: comprendía este de Nuevo México, el sudeste de Colorado y Kansas, todo Oklabomí y parte de Texas. Su población llegó a las 50.000 personas. Hoy quedan 10.00.

El comanche Quanah Parker fue el último jefe guerrero y acabó en prisión tras rendirse con 5115 hombres en 1875. Fueron los últimos indios en hacerlo. Quanah era hijo de una mujer blanca que fue secuestrada siendo niña. Al final de su vida se reconcilió con su familia blanca y medió por los derechos de los indios, incluso ante el presidente Theodore Roosevelt. Murió en 1911.

Se movían por las praderas en grupos familiares de entre 100 y 300 personas. No llevaban plumas, sino trenzas enceradas.

Eran unos jinetes excepcionales. Cuando atacaban, los comanches montaban sus caballos en diagonal para evitar los proyectiles de sus enemigos.

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