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miércoles, mayo 19

El báculo y el agua

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 29 de enero de 2017)

Corre el siglo IV. El obispo Valero de Cesaraugusta -de cuya realidad histórica nadie duda- y su joven diácono Vicente -a quien el mitrado había confiado las tareas de portavoz- son conducidos hacia Valencia, presos por orden del gobernador Daciano, que quiere interrogarlos y, sobre todo, poner fin a su labor de proselitismo. La pareja recorre el largo camino encadenada, padeciendo un trato amargo y despiadado. Para aumentar las penas, no se les permite beber. La situación se hace extrema. Llegados a la actual Cariñena, Valero (supongo yo que enfadado) coge su báculo y golpea la tierra seca. Al instante, mana una fuente que, desde entonces, se conocerá como el pozo de San Valero. Los dos cautivos consiguen refrescarse antes de ser obligados a proseguir el camino. El prodigio se difunde de boca en boca.

He visto reflejada la leyenda en documentos del siglo XVIII, momento en el que hace referencia a ella fray Pedro J. Parras para apostillar: «En tiempo de grandes secas, han faltado las aguas de los demás manantiales, y solo en este pozo en que jamás ha faltado, han hallado refugio». La cita procede de un manuscrito del fraile titulado 'Diario y derrotero de los viajes que ha hecho Fray Pedro de Parras, desde que salió de la ciudad de Zaragoza para la América'. Doy por seguro que también difundió el milagro en tan lejanos lugares.

Volvamos al siglo IV. El portento de conseguir que manara agua de un secarral debió de originar el consiguiente zurriburri entre las tropas que custodiaban a los prisioneros, pero continuó la expedición. Cuentan las hagiografías (que nunca hay que confundir con la historia verdadera) que Valero y Vicente entraron en lo que hoy es Daroca «con el calzado roto, los pies ensangrentados de tanto caminar, el traje cubierto de polvo y el rostro manchado por el sudor». El obispo «llega rendido y muerto de sed, y si no fuera porque el diácono Vicente le ayuda llevándole el brazo, exánime cayera antes de llegar al lugar de descanso» (Padre Beltrán, 1929).

La comitiva hace un alto en la calle Grajera y los soldados aprovechan y reponen fuerzas... sin invitar. Ante una situación similar a la de Cariñena, solución calcada: ¡Cómo que nos está prohibido beber! Puesto en pie y cabreado, será ahora el diácono quien coja el bastón de su jefe Valero para pegar con él tres golpes en el suelo, de donde brota de inmediato una fuente que desde entonces se conoce como el pozo de San Vicente.

Y como no hay dos sin tres, antes de salir de Aragón y adentrarse en Valencia, los mismo (o muy parecido) aconteció en Fombuena, donde también presumen de un paraje y de una fuente de San Vicente.

 

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