Rezadores
(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 14 de mayo de 2017)
El mundo está en constante transformación, es ley de vida. Por eso no hay que golpearse porque muchas costumbres vayan desapareciendo, siempre ha ocurrido y así se avanza. Considero, no obstante, que estamos obligados a guardar memoria de ellas. Tampoco han logrado sobrevivir numerosos oficios de tiempos de los abuelos, nada que objetar... pero sí muestro mi deseo de recordar.
Se imaginan que en nuestros pueblos de hoy se dieran vida «rezadores» profesionales, nominados por el ayuntamiento. Eso ocurría, por ejemplo, en Épila a finales del siglo XIX, según contó en la revista Aragón' en 1932 Alejandro Espiago: «Como una figura de leyenda, como algo típico, recuerdo la venerable figura del tío Cazaña, no sé desde cuándo empezaría a ejercer su peregrinación mañanera por las puertas de nuestro pueblo rezando por vivos y difuntos, por enemigos y bienhechores. Yo lo conocí muy anciano. El tintineo de su campanilla me ha despertado no pocas veces y mi abuela me hacía vestir deprisa para responder a los ‘paternoster' que aplicábamos a todos los ascendientes y descendientes de mi casa.
Abrumado, más que por el peso de muchos años, por el de la tosca y recia capa que siempre llevaba colgada a sus hombros, visitaba las casas de todos los que le pagaban un real al mes, por esa cantidad rezaba en los patios de las que ya estaban abiertas o en las portaladas que estaban cerradas». A Cazaña lo retiraron en 1898, cuando accedió a la alcaldía uno que no era de su color, esas cosas pasaban (ahora sería imposible, ¿no?). Se nombró entonces a quien quizás fuera el último rezador de Épila, Hermenegildo Martínez.
En alguna ocasión les he comentado que un tipo popular en el Caspe de la primera mitad del siglo XX era el «avisador» (o la «avisadora»). Pregonaba los nombres de los difuntos y solicitaba oraciones, informando de la hora y circunstancia del sepelio. También dirigía los rezos en las casas que estaban de luto. Uno de ellos fue Mariano Bordonaba. Nacido en la última década del siglo XIX, en los cuarenta del XX estaba en plena actividad. De pocas carnes y ligera cojera, se ganó la vida, principalmente, como sacristán. Gonzalo Pérez evocó en un breve apunte, en 1972, el modo y manera que este caspolino aplicaba a la hora de dirigir los rezos fúnebres para un finado en lo que había sido su hogar: «Con buena voz, y moviendo la mano delante de su boca, conseguía que sus avemarías y glorias llegasen a todos los rincones de la casa, repleta de personal».
También los de Calcena contaron con sus avisadores. La tía María la Peineta alcanzó fama como rezadora de Tarazona. En fin, para estos oficios el tiempo ha sido un puro tósigo.
Etiquetas: Tradiciones varias
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