La envidia, el anhelo de lo ajeno (i): Diana y Camilla
(Un reportaje de Ana Mattern en la revista Mujer de Hoy del 13 de agosto de 2011 para la serie del verano. Primera parte.)
“La envidia es una declaración de inferioridad”, decía Napoleón Bonaparte. Sin embargo, hasta los más fuertes y poderosos son vulnerables a este sentimiento de frustración insoportable, a este resquemor insatisfecho ante lo que posee el otro, quien, como un espejo, les recuerda sus limitaciones y sus carencias. En esta rivalidad por poseer, por ser más y mejor, actúan como combustible la rabia vengadora, el narcisismo incontrolado y la dominación repleta de ofensas. Al menos eso ocurrió en la historia de celos de una princesa desdichada, la relación de competencia entre dos músicos míticos y la pareja formada por dos de las estrellas más glamurosas de los años 40.
No poder soportar que al otro le vaya bien y ambicionar sus goces y posesiones”. “Desear que el otro no disfrute de lo que tiene”. Así define el filósofo Fernando Savater la envidia. Y así debió sentirse lady Di cuando declaró, en noviembre de 1995, “en mi matrimonio siempre fuimos tres”, ante las cámaras de la BBC, erosionando los límites entre la vida pública y privada de la monarquía británica. O tal vez la que sintió la “sensación de que uno podría tener todo lo bueno de los otros” y sufrió al “contemplar el bien como algo inalcanzable” fue Camilla Parker Bowles el 29 de julio de 1981, al ver a Carlos y Diana Spencer recorriendo la nave central de la catedral de St. Paul, convertidos en marido y mujer. Ese día, tanto Diana como Camila deseaban conseguir lo que no poseían.
Diana era perfecta para cumplir su papel: dar un heredero al trono británico. Tenía 20 años cuando se casó. Capturó los corazones de todos, primero como novia ruborizada y, más tarde, como princesa sofisticada y solidaria, y madre cariñosa. Pero el cuento de hadas duró poco. Se cuenta que odiaba la parafernalia real y que su relación con la reina siempre fue conflictiva. Además, una sombra la acompañó durante su matrimonio: Camilla Shand. Milla, como la llaman sus amigos, conoció a Carlos, cuando él tenía 25 años, a principio de los 70. La amistad se convirtió en un romance, que se renovó cinco años después (o quizás antes) de su boda con lady Di. Ella siempre supo de la existencia de la amante, “pero no estaba en condiciones de hacer nada al respecto”, declaró Diana en aquella histórica entrevista de la BBC. “Éramos –añadió– un buen equipo en público, a pesar de lo que estaba sucediendo en privado”. Y empezaron a dormir en habitaciones separadas, pero sin fallar a las obligaciones monárquicas. Diana transformó el deber en vocación y éxito personal.
El príncipe celoso. En este ascenso a la celebridad, también el príncipe tuvo su crisis de envidia. La “mujer más fotografiada del mundo” atendía cada día más compromisos sociales y actos en favor de los marginados. “Con la atención de la prensa, llegaron los celos”, explicó Diana en referencia al segundo plano que ocupaba el heredero. “Me he dado cuenta que lo mejor es tener dos esposas, para que atienda mejor ambos lados de la calle”, bromeaba él ante el constante estrechar de manos de Diana a sus seguidores. “Mi trabajo siempre he tenido más publicidad que el suyo”, alegaba ella. En 1986, comenzaron los rumores de crisis. La fachada de pareja feliz había caído.
El anuncio de su separación tuvo lugar en diciembre de 1992. Se desató una guerra de acusaciones entre los defensores de la princesa y de la Casa Real. Según lady Di, la batalla en su contra se entabló por envidia de su popularidad y por miedo a las consecuencias para la monarquía.
La esposa despechada. Sin embargo, la envidia de Diana también aumentó varios grados. ¿Qué esposa puede soportar sin rencor que su marido ame a otra mujer? Confesó haber sufrido lo indecible y que tuvo trastornos alimenticios y depresión. “Yo estaba pidiendo ayuda a gritos, pero dando las señales equivocadas. La gente usó mi bulimia y decidieron que el problema era que Diana era inestable”, dijo. “Mi marido y yo –añadió- teníamos que mantenernos juntos, porque yo no quería decepcionar a la gente. Sin embargo, no había pasión dentro de nuestras cuatro paredes. La bulimia era mi válvula de escape”. Diana aceptó el divorcio en 1996. “No siento resentimiento. Siento tristeza, porque el matrimonio no ha funcionado”, declaraba meses antes a la BBC. El interés por la princesa desdichada, la madre bulímica y la esposa agraviada no se desvaneció. La prensa siguió acosándola. Diana llegó a reconocer su adulterio con James Hewitt y la lista de los amantes que le atribuyeron fue creciendo.
La amante triunfadora. Mientras, Camila se había mantenido en un segundo plano. En 1995 se había divorciado de Andrew Parker Bowles, con quien se casó en 1973 y tuvo dos hijos. Su presencia comenzó a ser presentada cuidadosamente ante los británicos. Una vez superados el bochorno de la conversación sobre el Tampax, los dos divorcios, la muerte de lady Di y las agresiones con panes lanzados por los seguidores de su rival, y con la aceptación de los príncipes Guillermo y Enrique, el amor entre Camila y el heredero triunfó y ella fue presentada a la reina en 2004. “Fred” y “Gladys” (como en la intimidad se llaman) habían tenido que recorrer un sendero largo y sinuoso. La boda se celebró en abril de 2005. Al fin, Camila, transformada en duquesa de Cornualles a fuerza de amor, lealtad y constancia, recibió los honores de alteza real. Muchos consideran que jamás podrá igualar a Diana, la mujer que se enfrentó a la hipocresía, que despertó la incontinencia emocional de los británicos, la defensora de los oprimidos que practicó una “filantropía sexy” y se convirtió en icono de moda. La figura mediática de la “Princesa del Pueblo” tardará en extinguirse. Quizá Camila todavía la envidie.
Etiquetas: Culturilla general
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