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lunes, mayo 3

Amnistía internacional

 (Extraído de un artículo de Guillermo Fatás sobre oprimidos y opresores en el Heraldo de Aragón del 31 de mayo de 2015)

[...] En 1961, A. I. nació de un artículo escrito por Peter Benenson, abogado londinense. Su triste queja apareció en "The Observer", dominical fundado en 1791, y pedía a los lectores sensibilidad hacia los presos de conciencia, «encarcelados, torturados o ejecutados porque sus opiniones o su religión no son aceptados por sus gobiernos». 

La iniciativa la suscitó la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar: dos estudiantes de Coimbra fueron encarcelados al saberse que habían brindado por la libertad. El artículo, sencillo e incisivo, fue muy reproducido -la difusión 'viral' no ha nacido con internet- y atrajo el interés de muchos lectores. ¿No habría que calmar la sensación desazonadora de impotencia que producían noticias de esa clase mediante alguna clase de acción colectiva que pudiera resultar eficaz? Sucedió algo aleccionador: esa propuesta, genérica y difusa, fue asumida por lectores de medio mundo, que escribieron a sus periódicos y empezaron a formar agrupaciones locales para apadrinar a presos de conciencia. Meses después, Benenson había convencido a colegas de diversa filiación politica -se ocupó de que hubiera conservadores, laboristas y liberales- para crear una organización estable en defensa de quienes eran perseguidos por defender -de forma pacífica- ideas distintas de las del poder. 

El éxito de Amnistía fue grande. En Aragón, como en otras partes de España, en los años setenta el grupo de Zaragoza, coordinado con otros de países diferentes, ya pudo hacerse cargo de amparar con éxito a algún prisionero de relevancia internacional. Militaba, con otros más, en la organización el abogado y poeta Emilio Gastón. Los coordinaba Pilar Molina, luego sucedida por Miguel Á. Bases. Se seguía una regla de oro [...]: no tratar de los asuntos del propio país. Había, y hay, buenas razones para ello, pues así sé gana en objetividad y discreción y se evitan discordias internas. Los abusos detectados se comunicaban a la central londinense y ésta enviaba informadores ad hoc.

Pronto fue A. I. objetivo apetecible para las infiltraciones y se enfrentó a acusaciones de obrar al dictado de la CIA, sospecha inevitable en estos casos. En Zaragoza también sufrió tales infundios. 

[...]

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