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jueves, abril 29

El doctor Sacks

(Un artículo de Juan Manuel Iranzo en el Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2015)

Agosto, mes usualmente despreocupado, ha estado políticamente tan proceloso este año que casi olvida su fiel regalo de ocasión y tiempo para postergar lo urgente y atender a lo importante o, mejor, a lo esencial. Al fin, su obsequio me ha llegado hoy y quiero dedicárselo, con mi gratitud, al doctor Oliver Sacks.

A quien aún no haya gozado el placer de leerle le diré que Oliver Sacks es seguramente el divulgador científico más popular del mundo y el más querido. A él debe la neurología ser una disciplina que atrae a tantos y tan varios lectores. Sus libros unen al rigor y la honradez intelectual una belleza literaria y una hondura humana inigualables. Para mí han sido, todos, un manantial de iluminación y de júbilo. Y ahora el doctor Sacks se muere.

En febrero, en un artículo reproducido globalmente, nos decía que un tumor le dejaba pocos meses de vida y describía su actitud ante el final. Traduzco: «Me siento intensamente vivo y quiero y espero, en el tiempo que me queda, ahondar mis amistades, despedirme de quienes amo, escribir más, viajar si tengo fuerzas, alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión (...) Para eso necesitaré audacia, lucidez y hablar claro, e intentar arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también tendré tiempo para divertirme y hasta para hacer alguna tontería (...) No puedo fingir que no tengo miedo. Pero en mí prevalece el sentimiento de gratitud. He amado y me han amado; he recibido mucho y algo he dado a cambio; he leído, viajado, pensado y escrito (...) Sobre todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante en este hermoso planeta y eso, por sí solo, ha sido un inmenso privilegio».

'The New York Times' publicó el pasado domingo un artículo donde Sacks evocaba el significado que, en su infancia, el sábado tenía para su ortodoxa familia, de la cual, como de sus creencias, se distanció en su juventud. Pero la celebración del centésimo cumpleaños de una tía muy querida lo llevó, tras décadas de alejamiento, a una ceremonia familiar creyente y, al compartirla, a reencontrar un sentido que describía así: «La paz del sábado, de un mundo detenido, un tiempo fuera del tiempo, era palpable; lo impregnaba todo y me sentí inundado de melancolía, de algo semejante a la nostalgia, y me pregunté: ¿Y si...? ¿Y si A, B y C hubieran sido diferentes? ¿Qué clase de persona habría sido? ¿Qué vida habría vivido?». Y añadía: «Y ahora, débil, escaso de aliento, con mis músculos otrora fuertes debilitados por el cáncer, descubrí que mi pensamiento cada vez más va, no a lo sobrenatural y lo espiritual, sino a lo que es vivir una vida que haya merecido la pena, una vida buena: sentirse en paz con uno mismo. Descubro que mis pensamientos vuelven al sábado, el día de descanso, el séptimo día de la semana y quizá de la propia vida; el día en que uno puede sentir qué su obra está acabada y puede también, en buena conciencia, descansar».

Esa obra suma casi sesenta años de labor clínica, decenas de artículos y una docena de libros maravillosos de los que les hablaría largamente, pero que pueden resumirse en dos palabras: amor y música. Sacks cita a menudo unos versos de Novalis que resumen su visión de la vida y de la medicina: «Toda enfermedad es un problema musical, toda cura es una solución musical». Para él, cada persona es una gran compañía artística: la orquesta de la mente interpreta la partitura del mundo en torno y los actos del cuerpo danzan la vida; consonante o disonante, la salud es armonía y la enfermedad, su pérdida, que las artes médicas buscan restaurar, recomponer o reemplazar. Por eso sus pacientes no son máquinas rotas sino singulares obras de arte cuya esencia no son sus aflicciones y discapacidades, sino sus capacidades, remanentes y nuevas, y su carácter. Los protagonistas de sus narraciones en 'Despertares', 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero', 'Un antropólogo en Marte', ‘Musicofilia' o 'Los ojos de la mente' poseen una enorme dignidad y buscan, y a veces hallan, un hogar en su diversa condición. Los pacientes de 'Migraña', 'Veo una voz: viajé al mundo de los sordos', 'La isla de los ciegos al color y la isla de las citas' muestran la habilidad y la creatividad individual y la amorosa solidaridad colectiva que pueden surgir si se vive la enfermedad como una oportunidad.

Pronto aparecerá su autobiografía, que formará tetralogía con ‘El tío tungsteno', 'Con una sola pierna' y 'Diario de Oaxaca'. Completarán su legado algunos libros que casi ha terminado. Y cuando pasee por un bosque o mire las estrellas buscaré «la paz que emana de la inconmensurabilidad del tiempo y la belleza del cielo», como él la sentía.

(Por si alguien quiere leer la carta entera: https://www.nytimes.com/2015/02/19/opinion/oliver-sacks-on-learning-he-has-terminal-cancer.html)

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