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jueves, mayo 6

Balconchán y Mediaoreja

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 23 de agosto de 2015)

Cuando me aproximo a Balconchán, encuentro dos carteles en la carretera. En uno escriben el nombre con 'b', y en el otro lo ponen con 'v’. Es lo primero que pregunto al entrar: «No hay duda, se escribe con 'b'. Le pusieron el nombre que tiene porque en sus calles había muchos balcones; aunque también dicen que si este paraje era un valle en el que se encontraban conchas con gran facilidad». Me lo explica un 'fuino', qué es el apodo de los lugareños, mote injusto porque en nuestra tierra quiere decir persona descarada y poco sociable (según el Andolz’) y en castellano 'fuina' equivale a garduña, mamífero de hábitos nocturnos con fama de destruir las crías de muchos animales (diccionario de la Real Academia).

Balconchán agrupa su caserío en el piedemonte de la sierra de Santa Cruz, comarca de Daroca. En invierno huele a arcillas y en verano a matorral, «tierra de intensos aromas», como leo en una guía. Ya quedan muy pocos habitantes. En mi cuaderno de campo tengo anotado que, antaño, los chiquillos silabeaban estos versos para sortear quién se salvaba en un juego: «Un gato se cayó en un pozo / Las tripas le hicieron igua! / Arremoto, pito, poto / Salvadito estás tú / Cruz, cruz". Indagando topónimos me entero de que hay una peña de la Cuchilla («tiene un terminar muy afilado») y una partida que se denomina Ladronas. ¿Bandoleros?

«Pisa usted los pagos donde mataron a temible Mediaoreja, al final de los años veinte». Natural de Cucalón, donde había nacido hacia 1870, pronto se labró reputación en el mundillo de los malhechores, doctorándose con una condena en el penal de Burgos, en el que pasó enrejado cosa de seis años. Al salir, actuó por los Monegros, donde un tal Bonifacio, cabo de la Guardia Civil, le propinó una tajada en la oreja izquierda llevándose media, episodio origen de su mote. De nuevo en el trullo, ahora para veinte años. Recobrada la libertad, regresó a su pueblo. Pasó tranquilo unos meses pero, a finales de 1929, disparó a un miembro de la benemérita, que falleció. No le quedó otra y se tiró al monte. Fue sitiado en Balconchán, en la paridera de Remundillo, donde se vivieron horas de tensión extrema hasta que fue abatido. Lo bajaron al pueblo utilizando una escalera a modo de camilla, que no estaban los tiempos para más dispendios con el cadáver de un malhechor.

«Se ve que Mediaoreja llevaba al morir un reloj muy bueno; un guardia le dijo al alcalde que se lo quedara como capricho, pero el alcalde, que era muy íntegro, le contestó que no. El caso es que, cuando éramos pequeños, si no nos portábamos bien nos amenazaban: '¡Mira que vendrá Mediaoreja!', y solo con oír eso nos volvíamos ángeles». Eso me cuentan.

 

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