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lunes, julio 5

Luces y sombras de la Bauhaus

 (Un artículo de Ulrike Knöfel en el XLSemanal del 3 de febrero de 2019)

Tras la Gran Guerra, Alemania -desgarrada por la derrota- abrazó la modernidad. Había que crear «un hombre nuevo». La Bauhaus fue su principal semillero. Sin embargo, esta escuela icónica y el año de su fundación, 1919, también están ligados al horror que estaba por llegar.
 
En el fondo había ciertos delirios de grandeza en la forma en la que el arquitecto y veterano de guerra Walter Gropius inauguró en Weimar, en 1919, una escuela a la que llamó Bauhaus, ‘casa de la construcción’. Su propósito era formar artistas y diseñadores, pero también hacer «un hombre nuevo en un entorno nuevo».
 
El fin de la Gran Guerra había puesto de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano. Un año más tarde, las heridas todavía no estaban cerradas y la sociedad alemana continuaba desgarrada. Artistas, políticos, gurús esotéricos… todo el mundo hablaba del «hombre nuevo», de la «nueva condición humana». En aquel primer año tras el final de la guerra, revistas dedicadas al arte como Deutsche Kunst und Dekoration demandaban un «nuevo estilo de vida franco y genuino», para culminar «la transición intelectual y espiritual que hay que llevar a cabo».
 
La humanidad esperaba de aquella nueva modernidad redención, como si de una religión se tratase. Muchos historiadores del arte afirman que adquirió la naturaleza de una especie de fe sustitutiva. La lámpara de Wagenfeld, el sillón de acero de Breuer, la tetera de Marianne Brandt… las piezas más conocidas de la Bauhaus son símbolos de un pasado alemán tan espléndido como breve.

Pero lo cierto es que estos iconos del diseño no cuentan toda la verdad sobre la institución de la que surgieron, sobre una era tan contradictoria y que tantas repercusiones ha tenido en los años y las décadas siguientes.

Muchos piensan en la escuela de la Bauhaus como en el lugar de nacimiento de una estética racional; la conciben como una especie de frío laboratorio. Sin embargo, en sus primeros años fue lo contrario. Gropius fusionó dos escuelas de arte que ya existían en Weimar, con la voluntad de que la naciente institución sirviera para dar pie a algo novedoso y al mismo tiempo extremadamente nostálgico: su Bauhaus tenía que ser una reelaboración de los gremios de constructores de la Europa medieval. Gropius quería fortalecer lo artesanal, el sentimiento de oficio. En su manifiesto fundacional invoca una nueva fe. Y su alumnado no tardó en responder: se lanzó a trabajar con el espíritu del gótico, «un espíritu que puede sacar y sacará a nuestro pueblo del abismo».

En esta escuela tan nueva, pero en sus inicios tan orientada al pasado, a los profesores se los llamaba ‘maestros’. Uno de ellos era el pintor suizo Johannes Itten, que se convirtió en la figura dominante de los primeros años. Su intención era «hacer de la Bauhaus un monasterio con santos, o al menos con monjes», según otro maestro.

Itten también quería crear un ser humano nuevo, lo quería aún más si cabe que el propio Gropius, y contaba para ello con una oscura doctrina denominada ‘mazdaznan’. Se trataba de una creencia basada en el mazdekismo persa del siglo VI e importada de Estados Unidos, donde la había desarrollado un emigrante llamado Otto Hanisch a finales del XIX. De la mano de Itten se convirtió en la más popular de entre las muchas corrientes esotéricas que circulaban por la escuela. «El esoterismo era un tema habitual de conversación» en la Bauhaus, como contaría tiempo después uno de los maestros.

El mazdaznan era una mezcla de diversos mitos antiguos, pero también era una ideología impregnada de racismo. Itten, que se paseaba por la escuela vestido con túnica, sobre todo se encargaba de los alumnos nuevos, pero también intentaba influir en la comida que se servía en la cantina. El pintor creía que la alimentación vegetariana, la respiración consciente, la actividad física y una forma de vida correcta ayudarían a la «raza blanca aria a continuar evolucionando». En sus disertaciones hablaba sobre los «objetivos de la enseñanza aria pura» y del «hombre venidero». También ideó una Casa del Hombre Blanco, con un estilo cubista muy Bauhaus.

Este maestro con aires de gurú autoritario abandonó la escuela en 1923. Tras reunir a un numeroso grupo de seguidores entre el alumnado, intentó convertirse en el líder de la institución, con lo que terminó de desbordar el vaso de la paciencia de Gropius y otros profesores contrarios a las ideas esotéricas en la escuela.

Tras su partida, la Bauhaus se transformó en un laboratorio de la vanguardia, de la funcionalidad. Pero siguió conservando ciertos tintes esotéricos a través de profesores como el pintor Vasili Kandinski. En la escuela nunca se renunció del todo a venerar lo utópico. Esta nueva fe tomó cuerpo en forma de cunas triangulares, alfombras geométricas, tipografías claras y experimentación fotográfica.

Pero, junto con estos movimientos modernos, en Alemania se desarrollaron movimientos antimodernos. Los años veinte no fueron exclusivamente una década de bohemios de conducta disipada. Términos como ‘disciplina’ o ‘autodisciplina’ se hicieron muy populares. Pero también se intuía la presencia de demonios por todas partes.

En Alemania y Suiza dio mucho que hablar el esotérico Rudolf Steiner y su antroposofía, doctrina a la que definía como una ciencia del espíritu. El pintor Johannes Itten se contaba entre los iniciados en la materia. El movimiento de Steiner, austriaco de nacimiento, se basaba en visiones, en las ‘enseñanzas’ que Steiner extraía del ‘éter universal’. Steiner prometía a sus alumnos espirituales guiarlos fuera del caos. En su opinión, este caos lo regía todo; por eso, todo -desde el Estado y la economía hasta la medicina y la pedagogía- debía ser reformado. Aparte del rechazo a la democracia representativa, también preconizaba el racismo; el concepto de la ‘raza raíz’ era crucial en su ideología.

No había nada de lo que Steiner no creyera saberlo todo. Incluso redactó un quinto evangelio. En 1919 editó un libro en el que reunía sus enseñanzas. Ese mismo año abrió en Stuttgart la primera escuela Waldorf.

Aunque Steiner murió en 1925, sus hermanos de fe dieron continuidad al movimiento hasta que la Sociedad Antroposófica fue prohibida en Alemania en 1935; esto no impidió que, en sus publicaciones, la asociación celebrara a Hitler incluso después de esa fecha; de él decía que defendía «el honor y los derechos vitales del pueblo alemán». Esta corriente ideológica volvió a consolidarse tras la Segunda Guerra Mundial.

A partir de 1919, figuras como Itten, Steiner y otros profetas del hombre nuevo insistieron en la necesidad de cambio y transformación, animaron a sus alumnos a trabajar en su propio yo. Sin embargo, ninguno de ellos quería a su alrededor personalidades fuertes, sino jóvenes maleables. En última instancia, lo importante no eran los hombres buenos, sino los acólitos buenos. Y la cultura, en la que Gropius y otros confiaban como medio para fortalecer y mejorar a las personas, fue incapaz de proteger al país de lo que estaba por venir.

El nacionalsocialismo también tuvo sus orígenes hace 100 años. En 1919 se fundó el Partido Obrero Alemán (DAP). Sus líderes pronunciaban en las cervecerías de Múnich discursos sobre cómo vencer al capitalismo. Ese mismo otoño hizo su aparición un treintañero llamado Adolf Hitler, que se ganaba la vida trabajando como informante del Ejército, pero que aún confiaba en poder desarrollar una carrera como artista. En 1920 rebautizó al DAP como Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP).

Hitler, que diseñaba en persona las banderas y estandartes del partido, también frecuentaba el barrio de Múnich donde se daban cita los artistas. Según cuenta la historiadora del arte Birgit Schwarz en un libro publicado hace dos años y fundamental para comprender el culto a Hitler, este no solo no dejó nunca de considerarse un genio, sino que desarrolló el mito del Führer, el caudillo providencial, a partir de su conciencia de artista. No tardaría mucho en defender la necesidad de un «dictador que sea un genio».

La Bauhaus no tardó en granjearse la hostilidad de una derecha que en Weimar cobró fuerza antes que en otros lugares de Alemania. En 1925, la escuela se trasladó a Dessau. La última parada fue Berlín. Luego, en 1933, llegó el cierre. Se había vuelto demasiado revolucionaria, demasiado progresista. Ya no era el ser humano el que tenía que transformarse. Ya no había que crear al hombre nuevo, sino que a lo que se aspiraba era a crear los hombres nuevos. Había aflorado el totalitarismo; no se trataba del individuo, sino de la masa. Los nazis pensaban en plural.

Nota: Los partidarios de la filosofía Steiner creían que Hitler defendía "los derechos vitales del pueblo alemán".

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