La picadura del escorpión
(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 25 de febrero de 2018)
Escorpión o alacrán (y arraclán), lo mismo da. Etimología latina o árabe, a elección del consumidor. En Aragón nos han dado pánico, cosa que me confirma un abuelo en el carasol de Tolva: «Por esta parte de Ribagorza se han visto muchos, de los malos; de los amarillos. A mí me han picado dos veces, y no veas la calorada que te entra; para curarte hay que machacar el animal y ponerte ese emplasto donde te duele». Tal remedio era muy popular, lo tengo anotado en lugares tan distantes como Sástago y San Juan de Plan.
En Robres rizaban el rizo: se freía el animal en aceite de oliva antes de aplicarlo en cataplasma. Hace medio siglo, el farmacéutico José María Palacín, apasionado por la folcmedicina, recogió este otro alivio en el valle oscense de Bardají: «Consiste en atrapar siete escorpiones, cortarles las colas y cocerlas en agua. Con el agua cocida, se dan tres friegas al día en el lugar de la picadura, o en la parte dolorida».
Casi tan sorprendente como lo que, allá en el siglo I, anotó Plinio el Viejo, que estimaba un eficaz antídoto contra el veneno de estos arácnidos practicar suaves masajes con el cerumen de un individuo picado por ellos.
Pero el dolor capaz de producir un escorpión no solo se calma con preparados directamente relacionados con el propio animal. Hemos creído -no sé si con razón- que bailar jotas alivia. En Escatrón, siempre se prestaba algún voluntario a hacer sonar durante toda la noche la guitarra o la bandurria junto al lecho de quien había padecido la desgracia de ser picado por un alacrán, que de esta forma mitigaba su angustia (por cierto, en el mundo clásico se pensó que el sonido de la flauta era beneficioso para el fin que nos ocupa).
El dedo de la fortuna investía de gracia para curar picaduras de animales venenosos a quienes nacían el día de enero en el que se conmemora la Conversión de San Pablo. En Chalamera esos afortunados sanadores transmitían bálsamo con su propia saliva.
Pero, como no siempre fue fácil tener a mano a alguien con semejante don, la imaginación popular encontró diversos auxilios: cataplasmas de ajo picado, aplicar un duro de plata, contacto con el humo que desprende una rama de pino verde al ser quemada y ungüento de polvo de cangrejo tostado (en la serranía turolense de Griegos así lo hacían al final de la Edad Media). En la Alta Ribagorza se bebía varias veces al día aceite mezclado con leche y en la Guarguera tragos de agua en la que hubiese sido sumergida la 'piedra viborera' de Ordovés, de la que algún día me tendré que ocupar.
Etiquetas: Sobre plantas y bichos, Tradiciones varias
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