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domingo, julio 16

La mina de Daroca II – El riñón de canela

(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 19 de abril de 2020)

La tradición popular atribuye a los moros la construcción de la Mina de Daroca. Pero, como ya he señalado en anteriores artículos, está más que documentado que este túnel de casi 600 metros que atraviesa el cerro de san Jorge es obra del Renacimiento, aunque parezca faraónica. Se consiguió con semejante subterráneo canalizar fuera de la población las avalanchas de lluvias torrenciales que periódicamente destrozaban la calle Mayor, trazada sobre que fue un barranco natural.

La Mina no ha cesado de recibir elogios. En un libro escolar de 1932 he leído este sonsonete considerado entonces muy divulgado por el país: «Si no fuera por la Mina, Daroca no valdría una sardina». Pero, zangolotinas aparte, el geógrafo Labaña la consideró al verla en 1610 «construcción muy insigne y notable»; en 1748, el viajero Pedro J. de Parras anotó: «No hay otra obra más maravillosa en toda la Europa, en línea de minas»; para el historiador Lamberto de Zaragoza es «esmero singular del arte» (1785); el militar Traggia apuntó en 1790: «Puede competir con la gruta del monte Pausilipo de Nápoles»; el polígrafo Vicente de la Fuente remató en 1842: «Obra gigantesca y asombrosa»; «Fábrica, que no tiene igual en España» consideró en 1915 el erudito Toribio del Campillo. En fin, José L. Corral, que le dedicó una monografía en 1990, concluye: «Es el monumento hidráulico más importante de Europa en la época moderna, es decir, entre los siglos XV y XVIII». Aunque su finalidad principal fue y es la indicada más arriba, también se ha utilizado como paso de ganado y, durante la guerra, fue circulada por numerosos camiones en su ir y venir del frente. Amén ya lo señaló Cosme Blasco en 1870, «forma un paseo fresco y agradable en verano, con un no sé qué de fantástico e imponente».

Converso con Alfredo Plou (octogenario, hijo de Daroca): «Entrando a la Mina por su boca más próxima a la ciudad, a cien metros o quizá más, en la pared izquierda te encuentras incrustado un pedruscón. Está a la altura de una persona y medirá más de un metro de largo. Le llamamos 'el Riñón', porque de eso tiene forma. Cuando acompañábamos a algún forastero, siempre le explicábamos que el Riñón olía a canela. Todos se acercaban a olfatearlo, momento que se aprovechaba, con cierta maldad, para propinarles un empujoncico en la cabeza y que se diesen de bruces para llevasen de recuerdo un narigazo ... ipor hacer el canelo! Claro, entre los bromistas los había prudentes y más bestias».

En Daroca, en situaciones increíbles, aún se escucha la cantinela: «Como el riñón de la Mina, que huele a canela fina.

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