Mejillones
(Leído en la columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 1 de junio de 2009)
Doy por sentado que todos los integrantes de la Real Academia Española son sabios y maestros del idioma; pero, al mismo tiempo, sospecho que viven alejados de la realidad que impera en las lonjas pescaderas de todo el litoral, en las granjas en que crecen los animales, de pelo y pluma, que nos alimentan o en los campos en que se cultivan los benéficos vegetales de nuestro condumio. El DRAE resulta especialmente impreciso, cuando no errático, en las voces referentes a las cosas de comer. Así, por ejemplo, definen el mejillón como un «molusco lamelibranquio marino (...) de unos cuatro centímetros de longitud». ¿Habrán visto alguna vez un mejillón, lo habrán comido? Los mejillones gallegos y los holandeses, por ese orden, son los mejores del mundo y será difícil encontrar alguno tan pequeño como el que, edición tras edición, viene definiendo el diccionario.
Es como si hubiera una campaña para desacreditar tan sabroso molusco. El hecho de ser la proteína más barata de las que tenemos a nuestro alcance hace que algunos no lo consideren con el rango gastronómico que se merece. En Bélgica los toman, con patatas fritas y como en un acto litúrgico y devoto, hechos a la bruxelloise, con apio, cebolla y mantequilla. En España su cultivo, que comenzó en Irlanda en el siglo XIV, se llama miticultura y es una industria próspera que, como decía Álvaro Cunqueiro, suministra el marisco de los pobres. Son frecuentes abiertos al vapor, con pimienta y limón, y acabo de probarlos, como en Palermo, en La Taverna Siciliana (Orellana, 1, Madrid) donde los guisan con una salsa picante de tomate y albahaca. Mi abuela, en La Coruña, los guisaba con patatas y guisantes, pero eran otros tiempos…
Etiquetas: Con las manos en la masa
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