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martes, junio 14

Algunas leyendas orientales

(Leído en la columna de Paulo Coelho del 2 de diciembre de 2003)

El rey y la diosa
El rey Sivi era un hombre bueno y la diosa Raky decidió ponerlo a prueba. Tras pedir a una paloma que volase hasta la habitación del rey, se convirtió en halcón y fue a cazar la paloma delante de los ojos de Sivi. –¡No lo hagas! –le rogó éste. –¿Por qué no voy a hacerlo? –preguntó el halcón–. Mi alimento es la carne fresca. ¿Acaso queréis subvertir la naturaleza? –Tienes razón –dijo Sivi–. Acepta entonces mi carne fresca. Sacó un puñal de la cintura y cuando se disponía a cortarse una parte del brazo para ofrecérselo al halcón, éste volvió a transformarse en Raky. –Un hombre bueno siempre llega a extremos para probar sus cualidades –dijo la diosa–. Cuando mueras, habitarás en nuestro reino.

Sirviendo a Dios
El monje Chu Lai descansaba cerca de un riachuelo cuando llegó un joven. –Quiero saber cuál es la mejor manera de llevar una vida de acuerdo con los principios divinos –le pidió. –Oración, penitencia y reparación –respondió el monje. –¿Y cuál es la peor manera? –Las ofensas al prójimo. –Pensaba que lo peor era ofender a Dios. –Estás engañado. Dios está en todas partes y lo podrás encontrar siempre que te arrepientas. Pero cuando ofendes al prójimo sin motivo, éste puede partir a un lugar lejano. Entonces ya no tendrás la oportunidad de pedir perdón y estarás sembrando infelicidad en el mundo.

Los rápidos elogios
Un viejo se acercó a un grupo que estaba reunido en torno de Al-Yahi. Durante mucho tiempo estuvo escuchando las enseñanzas del sabio. Al terminar, le dijo a uno de los discípulos: –¡Es un hombre con la sabiduría de Dios! La tarde de hoy quedará para siempre marcada en mi corazón. Animado, el discípulo fue a contárselo al maestro. Al-Yahi, sin embargo, no dio importancia a las palabras del viejo, y respondió: –Mucho cuidado con los rápidos elogios. Aquellos que, en la primera tarde, son capaces de ver cualidades que no tienes, también descubren rápidamente defectos que nunca poseíste.

Los cuatro elementos
«Sé tierra –dijo el maestro–. La tierra recibe las deyecciones de hombres y animales y esto no le molesta. Muy al contrario, transforma las impurezas en abono y fertiliza el campo.»

«Sé agua –dijo el maestro–. El agua se limpia a sí misma y limpia todo aquello que toca. Sé agua en torrente.»

«Sé fuego –dijo el maestro–. El fuego hace que la madera se transforme en luz y calor. Sé el fuego que quema y purifica.»

«Sé viento –dijo el maestro–. El viento esparce las simientes sobre la tierra, hace que el fuego arda con más vigor y empuja las nubes para que el agua caiga sobre todos los hombres.»

«Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua, la fuerza del fuego y la justicia del viento, entonces eres libre.»

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