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viernes, junio 3

La paradoja de Jevons

(Parte extraído de una columna de Tom Burns Marañón en el suplemento económico de El Mundo del 6 de marzo. Además, hay un par de notas extraídas de varios artículos de Internet)


James Watt mejoró con sus innovaciones la máquina de vapor hasta conseguir un modelo, salvando las distancias evolutivas, semejante a uno actual. Con su trabajo, mejoró principalmente la eficiencia en relación al coste, ya que para hacer funcionar su máquina, era necesario menos carbón. Esta evolución tecnológica orientada a una reducción de costes para aumentar rendimiento, acabó en un incremento del uso de la máquina, con lo que generó un crecimiento en la demanda de carbón.


Se trata de una paradoja poco lógica ya que es opuesta a un pensamiento común. Usando términos general, al mejorar los procesos de producción con la tecnología, se obtienen menos coste en la fabricación y además un mejor producto final. Esta ecuación hace que ante un decrecimiento inicial de los recursos necesarios para su fabricación, éstos sufran posteriormente un incremento paralelo al aumento del uso del producto.


"Aumentar la eficiencia disminuye el consumo instantáneo pero incrementa el uso del modelo lo que provoca un incremento del consumo global". Este concepto es acuñado dentro de la denominada paradoja de Jevons, formulada a mediados del siglo XIX. Esta paradoja, formulada en 1869 por William Jevons, un sabio que, con 29 años, escribió The Coal Question. La cuestión del carbón, decía Jevons, era que este recurso, base del dominio británico en su dorado e imperial XIX, se estaba agotando. Sin embargo, y aquí la paradoja, explicó que «es erróneo pensar que un uso más económico del combustible da lugar a una reducción de su consumo. En cambio lo contrario es cierto».


Según Jevons, el efecto no deseado de lo que llamamos eficiencia es que fomenta un mayor uso de la energía. Su paradoja fue sacada del cajón del olvido cuando, en los 70, el cartel de los productores de petróleo acabó con la gasolina barata. Lo que consiguió el alto precio del combustible fue fomentar avances en su refino e incrementar la eficiencia de su uso a través de mejores motores. Lo que no hubo en aquellos años de shock fue una reducción del uso de combustible. Hoy, los que abogan por la limitación de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento global han caído en la cuenta de que lo que consiguen las tecnologías que limitan el CO2 en grandes plantas industriales es aumentar la producción.


Lo que debería resultar obvio es que poner topes a la velocidad de los coches, y demás tonterías, no sirve de nada. Si se quiere ahorrar en lo que se paga por el combustible habrá que invertir en energías alternativas. La nuclear, por supuesto. Y la eólica y la solar también.