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lunes, mayo 30

Respuestas incompletas

(Artículo de José Medina publicado en el suplemento económico de El Mundo del 4 de enero de 2009 y titulado "Crisis, valores y lo malo de lo bueno") "¿Qué les vamos a decir a los jóvenes profesionales que entran en esta casa? ¿Qué mensaje de valores y de ilusión podemos transmitir, con autoridad moral, después de este desbarajuste financiero y económico que hemos montado?" Así de preocupado me hablaba recientemente el Socio Director de una gran firma de servicios profesionales de nuestro país.

Intuitivamente, traté de responderle con inocencia y espontaneidad. A mi mente vinieron aquellos pecados capitales del catecismo en nuestra ¡ay! lejana educación religiosa. Soberbia y avaricia, temibles. Lujuria, ira y gula, más comprensibles, alguna vez hasta objeto de broma. Envidia y pereza, también malvadas.

Afortunadamente, cada vicio tenía su antídoto o virtud: humildad, mesura y generosidad, caridad y amor al prójimo, diligencia y trabajo. El padre jesuita nos descubrió además un valor prácticamente infalible contra todo vicio: la honradez. Ésta y las viejas virtudes citadas pueden ser propuesta de valores para nuevas generaciones, dije a mi colega.

"Nada en exceso", esculpido en el templo de Apolo, en Delfos, hace 2.500 años. Todo con mesura. Virtudes que nos honran se transforman en vicios al exagerarlas. Mucho más de lo bueno no siempre es mejor; y puede terminar siendo malo. La sana ambición pasa a codicia, el sentimiento religioso a fanatismo, el liderazgo a talento predador, y el deporte competitivo a guerra destructora.

Cortoplacismo y exigencias permanentes de altas rentabilidades esquilman las empresas, como pesca y cultivo intensivos agotan mares y tierras. El sistema financiero, cuya misión principal es financiar la actividad productiva, se ha ido transformando en un fin en sí mismo, reciclando productos financieros en una espiral especulativa que culmina en falta de solvencia y de liquidez. De pescadilla que se muerde la cola pasó a dragón que termina por devorarse a sí mismo.

Adam Smith mencionaba la fraternidad entre los principios y valores que deben inspirar la economía de mercado y el capitalismo, como instrumentos generadores de riqueza y bienestar. Estos instrumentos no pueden, ni deben, ser confundidos con valores, ni mucho menos suplantarlos. Son los valores y leyes de una sociedad democrática los que deben gobernar a los instrumentos, no estos a la sociedad.

Más profunda que la crisis financiera y económica que vivimos y sufrimos actualmente es quizá la crisis de valores en un mundo donde casi todo se mide con dinero. Aquí comienzan muchos problemas.

Empezamos por apreciar y desear el becerro de oro, lo cual es humano. A continuación, pasamos a adorarlo y, finalmente, terminamos adorando al oro del becerro, como decía Antonio Gala. Lo que empieza por ser razonable y bueno dentro de una mesura, termina siendo malo por los excesos. Ya dijo Aristóteles que el dinero no es un fin, sino sólo un medio para alcanzar cosas más importantes en la vida.

Ponzi y "Dona Branca, a Banqueira dos Pobres" explotaban la ignorancia de las personas. Madoff explotó no la ignorancia, sino todas las necesidades de apariencia y reconocimiento social, de ser parte del club de los importantes y de ser exclusivo, dentro del club de los excluyentes, donde también reinan la envidia, arrogancia y soberbia.

Si el fracaso del ignorante es comprensible, el fracaso del inteligente, brillante e irresistible, siempre es enigmático. Codicia, soberbia y malas pasiones hacen bajar la guardia y logran transformar lo bueno en malo, el oro en plomo.

Mi colega y amigo hará una propuesta de valores a las nuevas generaciones de profesionales basada en la honradez, orgullo por el trabajo bien hecho, sobriedad, sana ambición y, sobre todo, mesura en disfrutar de todo lo bueno que hemos creado, sin excesos, para no convertirlo en malo.

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