A moverse tocan
(Un artículo de Carlos Salas en el suplemento dominical de El Mundo del 14 de marzo de 2010)
¿Va usted al gimnasio durante el fin de semana? ¿Hace
caminatas por la montaña con sus pequeños? ¿Juega un partido de tenis o de
fútbol con los colegas? Borre esa sonrisa porque eso no es suficiente.
No es suficiente porque usted está
empleando un 5% de su
tiempo
en restablecer el orden en un organismo apagado la mayor parte de la semana. Piense lo
siguiente: el mundo del trabajo nos adhiere una silla al trasero durante casi
todas las horas del día
A la hora de comer estamos
sentados. Si cogemos un taxi, más de lo mismo. El trabajo sedentario crea un montón de
molestias que no nos quitamos de encima por mucho gimnasio
en los findes.
La actividad muscular constante desata
unas hormonas que actúan
sobre
una proteína llamada lipasa. Esta proteína es crucial para quemar las grasas.
Cuando no hay actividad, no se fabrica la proteína y las grasas nos invaden
causando problemas de salud, cardiovasculares. La mayor parte de las enfermedades cardiovasculares
y musculares de nuestra era proceden de esa actividad antinatural. Mejor dicho: la
inactividad es antinatural. Esto empezó a suceder cuando estalló la Revolución
Industrial, allá por el siglo XVIII. ¿Se acuerdan de los libros de historia? Había un
párrafo que nos estremecía. Era más o menos así: «La aparición de las máquinas
supuso el fin
de
muchos artesanos y obligó a millones de agricultores a trasladarse a las
ciudades para servir como mano de obra a los nuevos templos de la economía: las
fábricas».
Lo que no contaron esos libros es que ese cambio
tuvo un impacto terrible en la salud de los occidentales. Les obligó a ejecutar
movimíentos mecánicos todo el día, sin moverse apenas del sitio.
Si el homo sapiens tiene una
historia de 200.000 años, piensen que hasta que empezó eso que llaman
civilización estuvimos 190.000 años cazando, recolectando, corriendo detrás de
animales o delante de ellos para huir, vigilando a la prole, trashumando,
luchando, recolectando, sembrando y sobreviviendo. Aquello era movidito. El
cuerpo humano, tal y como lo conocemos hoy, desarrolló sus capacidades adaptándose
al ambiente salvaje. No lo hicimos mal. Estábamos en nuestra salsa.
Piensen
que de la Revolución Industrial hasta hoy sólo ha transcurrido el 0,1% de nuestra
historia. Y piensen que en el siglo XVIII el 90% de la humanidad vivía en el campo. Éramos
campesinos. Tipos rudos. Todos tenemos un antepasado campesino, boscoso, cazador,
recolector, a veces, algo bestia, sí. Ahora tomen ese manojo de músculos,
tendones y huesos que nuestros antepasados forjaron durante siglos y métanlos en
una oficina, sentaditos, así sin moverse como buenos niños. De nueve a seis
(media hora para el bocata, se me olvidaba).
¿Cómo reaccionamos? Con dolores
por todas partes. Es
el
lenguaje de la atrofia. Una de las mayores
dolencias de nuestra vida es el dolor de espalda. Es una de las principales
causas de las bajas laborales. Lógico, diría cualquíer médico. Si el paciente
no mueve el escibenqueleto, la máquina se atrofia. La vida sedentaria impide
que circule sangre por las esquinas del cuerpo, de la cabeza a los pies. Y si
la savia no llega a determinadas ramas, se pudren, se atrofian, se mueren.
Para contrarrestar tantos males
hacemos ejercicio de vez
en cuando, pero
los médicos saben que no basta. También ingerimos unas cuantas pastillas
mágicas. De abi
el
éxito de los Revidox, los Ateronom, los licopenos, las semillas de baya goji,
los cócteles de magnesio, pastillas de calcio, cápsulas de hierro o multivitaminas.
Disparamos balas contra los radicales libres, que son un grupo de moléculas anarquistas que
atacan las células y las oxidan. Pero tampoco basta. Para contrarrestar la decadencia
muscular, deberiamos pasarnos una buena parte del día haciendo estiramientos. Nuestro
cuerpo sabe que hay algo que no funciona con la irrigación de la sangre y por eso
nos estiramos espontáneamente en el trabajo, a veces con un quejido. En las
empresas orientales, antes de iniciar la jornada laboral, los trabajadores hacen
ejercicios con estiramientos para afrontar el día con más ánimo.
Aquí nos reíamos de los japonesitos, como nos
reíamos de sus muchas manías, pero al finallos imitamos. ¿No me creen?
Entonces, que alguien me explique qué hacen un montón de oficinistas yendo al
mediodía a clases de yoga, taí chi, reiki, o simplemente a una sala de masajes
orientales.
Para evitar todas esas oxidaciones, las empresas deberian obligar a todos los trabajadores a hacer estiramientos diarios. De cuello, de piernas, de espalda, de todo. Hay una página web que les recomiendo, www.estiramientos.es. Muy sencillita, ahí están las imágenes para suavizar la sobrecarga laboral con unos cuantos y sencillos movimientos.
Pero hay otra cosa que está mucho mejor. Es someter al cuerpo a las viejas amenazas de la selva y tonificarlo con una buena dosis de peligro. Apúntense al MovNat. Significa Movimiento Natural (http://movnat.com). Fue creado por un francés medio chalado llamado Erwan Le Corre. Consiste en ir al campo a hacer el ganso. En un vídeo, Erwan Le Corre carga piedras, salta rios, escala montañas a pelo, cruza aguas frías a nado, corre como un gamo... Más o menos lo que hacían nuestros antepasados cuando querian comer fieras o para evitar que las fieras se los comieran a ellos.
Este movimiento tiene un significado terapéutico: al tener ocupada la mente en cómo salir de todos esos desafíos, no hay sitio para las depresiones. Con lo cual no sólo se logra fortalecer el cuerpo contra todo tipo de enfermedades y dolencias (bueno, sí, alguno vuelve con una pierna rota), sino que la mente se cura de estupideces. Es lo mismo que hace el personaje de la serie El último superviviente. Somos nosotros en nuestra salsa. Sometidos a situaciones límite. Es lo que hemos hecho en el 99% de nuestra existencia como especie. Lo anormal es lo que hacemos ahora.
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