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miércoles, abril 10

Edith Piaf



(Un artículo de Gonzalo Ugidos en el suplemento Magazine de El Mundo del 1 de julio de 2012)

Su voz tal vez viniera de la Cabilla, su abuela materna era argelina y llegó a Francia amaestrando pulgas en un circo ambulante; su madre, Annetta Maillard, vendía turrón, llevaba un tiovivo y cantaba. Tenía 16 años cuando en una verbena se dejó seducir por Louis Gassion, un saltimbanqui de 33 años que medía 1,47 y se despachaba 10 copas de Pernod antes de la comida. Se casaron en 1914 y no tardaron en hacer una niña. El padre salió a buscar una ambulancia, se detuvo en todas las tascas que había hasta el hospital y su mujer dio a luz a las cinco de la mañana en el pasillo de su casa; sobre el capote de un guardia. Aunque borracho, era patriota y la llamó Édith por Édith Cavell, la heroína inglesa fusilada una semana antes por los alemanes. Louis tuvo que ir al frente y Annetta se buscó la vida cantando canciones tristes en cafés oscuros mientras endosaba la niña a la abuela cabileña, Emina Said ben Mohammed, que era cantante de cafetín. 

De Emina escuchó Édith los melismas cabileños de sus antepasados bereberes, que después incorporó a su estilo. La abuela le ponía vino en los biberones para matar los microbios. Un día, Anneta desapareció y muchos años después murió de un pico de morfina. Cuando Louis volvió de la guerra encontró a la niña cubierta de costras y se la llevó con su madre, madame Louise, que regentaba un burdel en Normandía. Ocho putas criaron a Édith con mimos y jaculatorias. Era feliz e iba al colegio con cuadernos a cuadritos hasta que, a los 6 años, su padre la reclamó. 

Él andaba cabeza abajo; ella llevaba un monito en los hombros y pasaba la gorra y, si lo hacía mal, se ganaba una bofetada. No era mal tipo Gassion, pero el vino le ponía la mano ligera. También le gustaban las mujeres y enseñó a la niña el número de la huerfanita. Tenía que decir a las señoras macizas que no tenía mamá: "¿No quieres ser mi mamá?", preguntaba la niñita. Y no fallaba, esa noche dormían los tres en la cama de una pensión. Un día Louis se puso malo, no había que comer y Édith salió a la calle, cantó La Marsellesa y sacó más dinero que su padre. Había nacido La Môme. Aquel día descubrió el poder de su voz y empezó a volverse descarada. No levantaba tres palmos del suelo, pero ya quería volar sola.

Como la semilla contiene la espiga, la infancia contiene el resto de la vida. La suya, claro, iba a ser una calamidad. No tardó en dejar a su padre y, acompañada por su amiga Momone, cantaba en las calles de Pigalle, Ménilmontant, Barbés y otras zonas de señoritas que fuman. Pasaba hambre y frío, se emborrachaba y ponía la carne de gallina cuando cantaba. El amor lo conoció entre los brazos del Petit Louis, un macarra que la miró con deseo mientras cantaba. Vivieron juntos en una pensión de mala muerte, los domingos iban al cine y allí descubrió Édith a Charlot. Les nació una niña, pero Édith ya había dejado al Petit Louis. Cantaba por las calles y llevaba a su bebé Cécelle en brazos hasta que se le murió antes de cumplir los 2 años de meningitis (o eso dijeron para referir la miseria de la madre y su ignorancia). Para pagar el entierro subió a una habitación con un hombre por 10 francos. Para olvidar a Cécelle, bebía, reía, armaba escándalos y se liaba con chicos malos que la obligaban a cantar para quedarse con su dinero y la usaban de cebo para desvalijar a mujeres con joyas. Luego se corrían una juerga. Cuando la embriaguez es más, las penas son lo de menos. 

Una mañana de septiembre, Édith canta en una esquina, un señor muy elegante la escucha y le ofrece un contrato en el Gernys de los Campos Elíseos. Es Louis Leplée, el viejo homosexual que reconoció su genio y le dio su nombre: ''En argot al gorrión lo llaman piaf. Serás la Môme Piaf”, dijo. En la primera actuación del pequeño gorrión estaban Chevalier, Mistinguett y Fernandel. Quedaron asombrados, pero su mejor público era el mismo que veía las películas de Charlot: soldados, marineros, chulos y buscavidas que lloraban con sus letras de amores venales y corazones rotos. Cantaba a la evasión, las pasiones y la fatalidad; a un mundo caduco de héroes y tópicos de folletín; pero confería a sus personajes una grandeza heroica, ya fuera un legionario, un marinero o una puta. En el invierno de 1935 firmó su primer contrato para grabar un disco, era Les Mômes de la cloche:"C’est nous les mômes de la cloche/ clochards qui s'en vont, sans un rond en poche" (Somos los chavales mendigos / vagabundos que van sin un céntimo en el bolsillo). 

El acordeonista Raymond Asso, uno de sus primeros letristas, tenía aires de jeque árabe y aspecto de macarra distinguido. Escribía para ella porque la amaba y la llamaba Didou porque a los enamorados les gusta ponerse nombres infantiles. Pero la obligaba a trabajar, la separaba de los amigos que solo sabían cuidarla con vino y coñac y para convertir en mariposa a la crisálida, la pegaba como a una estera. Cuanto más la pegaba él, más lo amaba ella. Édith buscaba en el amor una forma de ser sometida, se sabía salvaje e insumisa y provocaba a sus hombres para que la metieran en cintura. Asso le hizo conocer el éxito hasta que lo movilizaron en 1939 y Édith se pasaba las noches bebiendo, buscaba la calle más larga de París y entraba en cada bar para invitar a una ronda Así olvidaba a Asso, que le había dado canciones inmortales como Mon légionnaire y L'accordéoniste. 

Su forma de resistir a los alemanes fue tener un amante judío, el pianista polaco Norbert Glanzberg, que la zurraba tanto como el otro. Ya entonces se había convertido en la favorita de los intelectuales que querían que cantara canciones comprometidas. No lo hizo jamás, salvo cuando por exigencias del guion cantó La Carmagnole en una película. Para ella el único compromiso era cantar a la desgracia de haber nacido, era una cantante del pueblo. Durante la ocupación, Édith, que ha dejado de ser La Môme Piaf para ser ya para siempre Édith Piaf, sigue dando conciertos, incluso viaja a Berlín, aunque canta canciones con doble sentido como Tu es partout, que evoca la resistencia con los rasgos de un amante.
Para no perder la costumbre, con su siguiente hombre, el actor de moda Paul Meurisse, mantuvo un idilio alimentado de broncas, mentiras y bofetadas. Ella rompió varias veces la vajilla y él pisoteaba el aparato de radio. Con Paul como partenaire rodó la película Montmartre-sur-Seine (1941). Tres años después, en la primavera del 44, canta en el Moulin Rouge, el telonero es un joven que se llama Yves Montand. Cuando este hijo de pobres inmigrantes italianos llegó a su vida, ella descubrió que le gustaba ser Pigmalión y fabricar cantantes como si fueran los hijos que no tenía. Quiso enseñarle a cantar y le presentó a gente importante para impulsar su carrera, pero lo dejó cuando le dio miedo que aquel joven pinturero la superara. El retrato de su mecenas lo hizo Montand muchos años después: "Solo cantaba bien cuanto estaba rota. En el amor era la mujer más pura: rezaba antes de meterse en la cama. Era como Mesalina rezando en camisón". Todavía con Montand, Édith escribió una de sus primeras letras, La vie en rose, su canción más célebre, un clásico absoluto. 

Lo de Montand fue asunto de menor importancia, como casi todos. De hecho, hasta el día de su muerte Édith creyó que en realidad su único gran amor había sido el boxeador francés Marcel Cerdan, campeón del mundo de los pesos medios. Era tierno, ingenuo, inculto y solo sabía hablar bien con los puños; pero no la pegaba, aunque le rompió el corazón. Cerdan estaba casado, pero Édith abominaba de las familias felices y cuando se topaba con un hombre con familia feliz, se encargaba de ello. Siempre fue una robamaridos, las otras mujeres envidiaban lo que Piaf tenía y ella envidiaba a los maridos de las otras mujeres. En Nueva York, con Cerdan, hizo llorar a Charlot, y no era infrecuente que estuvieran entre su público Orson Welles, Judy Garland, Henry Fonda, Bette Davis o Barbara Stanwyck. Fueron tiempos felices, había pasado de Ménilmontant a los Campos Elíseos, había conquistado toda Francia, media Europa y ahora Estados Unidos le ponía focos sobre la cabeza y una peana bajo los pies. Había conquistado América y el corazón de un boxeador bueno.
Juntos compraron una casa, un precioso hotelito en Boulogne-Billancourt que les costó 19 millones de francos, allí compuso Hymne à l'amour. Pero el 28 de octubre de 1949 el avión que llevaba a Cerdan desde París a Nueva York se estrelló en las Azores. Devastada por el dolor, por la culpa y por una poliartritis aguda, toma grandes dosis de morfina. Y canta en su memoria Hymne à l'amour. Viuda de un hombre con el que no tuvo tiempo de casarse, anduvo muchos meses convocándolo en infecundas sesiones de espiritismo. En el hotelito de Boulogne-Billancourt instala a los tres hijos, la mujer y la madre de Marcel Cerdan.

Después, todos sus amores fueron malignos y todos sus desamores lamentables. Su salud también lo era, se le rompía el cuerpo por todos los lados y a veces el dolor era como un tormento. Vivir era una tortura porque el gorrión ya no podía volar cuando quería, ni cantar siquiera. La vida volvía a ser un infierno. Era el canto del cisne, el principio del fin: pancreatitis, úlceras, comas hepáticos, oclusiones intestinales... La factura de sus excesos. Pasaba del dolosal a las drogas duras, siempre había un camello a mano. Parecía un boxeador sonado, sin embargo una fuerza colosal le permitió actuar en 1961 durante cuatro meses en el Olympia de París. 

Se casó con el cantante francés Jacques Pills en NuevaYork y Marlene Dietrich, su mejor amiga entonces, fue su testigo. Cuando ambas se conocieron fue un flechazo entre el hielo alemán y el fuego francés; no se parecían en nada, salvo en que las dos desgarraban con sus voces el corazón de los hombres, que no solían dar la talla. Desde luego no la dio Jacques Pills; pero tampoco ninguno de sus sucesores: el ciclista Tato Gerardin, el actor Eddie Constantine, el cantante Moustaki (que le compuso Milord y la acompañó a la guitarra). A todos sus amantes les hacía jerséis en el camerino que no terminaba, les regalaba mecheros de Cartier, diamantesy trajes azul marino. Desus amores solo le interesaban los primeros compases, luego se aburría.

El último hombre fue también su último marido, era griego, se llamaba Theo Lamboukas y tenía 20 años menos que ella. Seriamente enferma lo llevó al altar justo un año antes de su muerte. Dijo que tenía la impresión de que a sus 26 años Theo era "un hijo que cuida de su vieja madre enferma”. Cuando murió, el 14de octubre de 1963, tenía 47 años aunque aparentaba 20 más. ''Piaf se murió porque se aburría", dijo Moustaki. Theo, en la clandestinidad de la noche, metió su cadáver en el coche y lo condujo desde la costa de Niza hasta París. Había grabado 293 canciones que siguen reeditándose. El mundo la lloró tanto como ella había hecho llorar al mundo. Hace casi medio siglo que nada nuestro es suyo ya, pero su voz no ha dejado de desgarrar el aire y conmover las almas.

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