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jueves, mayo 16

Álvaro de Bazán, el líder completo



(Un artículo de José Javier Esparza en La Gaceta del 12 de diciembre de 2010)

Si hubiera sido inglés, ya le habrían hecho una película. Como fue español, se ha quedado sin ella. Pero don Álvaro de Bazán fue el mejor marino de su tiempo, un talento empresarial de primera magnitud, un mecenas cultural de fuste y un patriota sin tacha. Venció en las Azores, Malta y Lepanto. No perdió jamás. Los poetas le cantaron y sus enemigos le temieron. 

Podemos empezar con una escena, precisamente, de película. Estamos en1543. En España y en medio mundo impera Carlos I. Pero el rey de Francia, Francisco I, no soporta la hegemonía española y trama una gran operación para desarbolar el poderío imperial: golpear las costas gallegas y destruir nuestros astilleros. En julio de1543, los franceses lanzan 25 barcos sobre el litoral de Galicia. España reacciona: el capitán general de las galeras imperiales, Álvaro de Bazán, acude al lugar con 15 naves armadas a toda prisa en Vizcaya, Guipúzcoa y las Cuatro Villas cántabras. La batalla será el 25 de julio -día de Santiago-en la Ría de Muros, en La Coruña. Pese a su inferioridad numérica, los españoles aplastan a los franceses. A bordo de la nao capitana, un muchacho de 17 años asiste a la victoria: es el hijo del capitán general y se llama como su padre, Álvaro de Bazán. Pronto la fama del hijo llegará tan alto que al padre habrá que ponerle el apelativo de El Viejo. Así debutó en la Historia nuestro personaje, don Álvaro de Bazán y Guzmán, marqués de Santa Cruz. 

De casta le venía al galgo, evidentemente. La vida del Bazán el Viejo es la de un victorioso almirante que termina inventando y construyendo galeones para la ruta de Indias. El hijo, nuestro Álvaro, heredará su talento militar y también su eficacia empresarial. Estos Bazán provenían de los señores del Valle del Baztán, en Navarra. Instalados en Castilla, se convertirán en un nombre fundamental de la Armada española. Nuestro Álvaro había nacido en Granada en 1526. Su padre, Álvaro el Viejo, se ocupó de que recibiera una educación esmeradísima al lado de Pedro González de Simancas, amigo de Garcilaso. De manera que ese muchacho que asiste a la victoria de Muros es ya un caballero completo, versado en las armas y en las letras, amante de la espada tanto como del arte y, por supuesto, devoto cristiano, porque un caballero español del XVI no podía concebir la vida sin la cruz.

Las primeras misiones políticas y militares de Bazán son herencia de su padre: proteger a la flota de Indias, vigilar las rutas que van y vienen de América frente a las asechanzas de los piratas. En España reina ya Felipe II y la coalición internacional contra la corona española es multitudinaria. Franceses e ingleses venden armas a los moros de Marruecos. El estrecho de Gibraltar se convierte en un polvorín. Bazán desmantela escuadras corsarias francesas en las costas de Portugal y en Canarias, y desarticula una red inglesa que proveía de armamento a los moros marroquíes. Acto seguido se le encomienda asegurar la ruta de Indias, y lo hace a la perfección: los ataques a la flota española descienden drásticamente. Hacia 1560 ya es almirante de la escuadra del Estrecho. Aún no tiene 35 años. Y en esta misma época comienza a construir en las tierras familiares un palacio: el de El Viso del Marqués, que diseñó el italiano Bergamasco (Giovanni Battista Castello) y que es una de las grandes joyas de la arquitectura renacentista española. Todavía está en pie. 

A partir de ahí, la carrera militar de Bazán es una sucesión de resonantes victorias. En1564 participa de manera destaca en la conquista del Peñón de Vélez de la Gomera, importante base de los piratas que asolaban las costas españolas e italianas. Al año siguiente vuelve a sacudir a los piratas en el río de Tetuán. Ese mismo 1565 su intervención es decisiva para el auxilio a la isla de Malta, asediada por los turcos. La sucesión de victorias eleva a nuestro personaje al cargo de capitán general de las galeras de Nápoles, es decir, el encargado de la seguridad naval en el Mediterráneo español. En 1569 cubre el frente naval de la guerra contra los moriscos y los derrota en el Peñón de Frigiliana. Felipe II le nombra marqués de Santa Cruz. Y enseguida vendrá "la más alta ocasión que vieron los siglos", como dijo Cervantes: la batalla de Lepanto.

La batalla de Lepanto fue tan importante que merecería una narración aparte. Señalemos lo fundamental: el poder naval turco había cerrado el Mediterráneo y amenazaba no sólo a Italia, sino al conjunto de la cristiandad. Era preciso parar a los turcos. A instancias del Papa se constituyó una liga Santa. España jugó ahí un papel fundamental. Y en la estrategia de la liga, a los barcos de Bazán les tocó una misión crucial: primero, proteger las costas italianas mientras zarpaba la flota; después, reforzar el despliegue de los barcos cristianos y, por último, acudir en socorro de aquel sector del frente que Bazán considerara más necesario. Para ello el jefe de la flota, don Juan de Austria, dejó a Bazán entera libertad, confiado en el buen tino de nuestro hombre. Y Bazán no defraudó: su intervención en socorro de la galera real española fue decisiva para la victoria final. 

Después de Lepanto vendrán las Azores, donde Bazán aplastó a una flota de corsarios franceses que le doblaba en número. Por cierto que en las Azores se ensayó por primera vez el empleo de fuerzas de infantería para desembarcar y tomar una playa. Había nacido la Infantería de Marina. 

Hasta aquí, el historial de Bazán es el de un jefe militar prodigioso. Pero lo que más impresiona en don Álvaro es su inteligencia. Cuando los italianos descubrieron una importante mejora técnica para los timones de los barcos, don Álvaro se apresuró a incorporarla. Como capitán general en Nápoles, impulsó los astilleros napolitanos hasta convertirlos en los primeros de Italia. En todas las reuniones estratégicas aparecía siempre como la voz ponderada y firme de quien busca la opción más eficaz por encima de sus simpatías personales. Inteligencia y lucidez, pero también sangre fría para asumir los riesgos. En la planificación de la acción de Malta, los otros generales le reprocharon que su plan, que había previsto incluso el peso de las vituallas que debía llevar cada soldado, dejaba sin embargo demasiadas cosas abiertas al riesgo. Bazán contestó así: "Tengo aprendido de Horacio, y la propia experiencia me lo ha confirmado, que en las empresas, después de haber pesado bien las circunstancias, hay que dejar siempre algo a la fortuna". La fortuna le sonrió, en efecto, pero porque antes había "pesado muy bien las circunstancias". Todo ello acompañado de unas dotes de liderazgo excepcionales: no en vano dijo de él Cervantes que era "el padre de sus soldados". 

La campaña suprema de su vida tenía que haber sido la que pasó a la Historia como Armada Invencible, y que aquí se llamó Grande y felicísima Armada. El panorama internacional era grave. En Flandes, los calvinistas conspiraban contra Felipe II. Ellos solos no podían inquietar al rey, pero contaban con un aliado poderoso: la Inglaterra de Isabel I, una reina fanática que detestaba a los católicos en general y a los españoles en particular. Isabel había encontrado en la guerra de Flandes un buen instrumento: era ella la que financiaba a los rebeldes. Además, la reina de Inglaterra acababa de ejecutar a su prima, la católica María Estuardo. España, en consecuencia, se propuso dar un escarmiento a los ingleses. La flota española era fuerte. Había vencido en San Juan de Ullúa a los ingleses, en Lepanto a los turcos, en las Azores a los franceses. El golpe era posible. 

No había mejor general que don Álvaro para organizar esta fiesta. En este momento, 1588, tiene 62 años y lleva 44 en la mar. Lo sabe todo y lo ha vivido todo. Su historial es sencillamente impresionante: ha conquistado 27 ciudades, ocho islas y 36 fortalezas; ha vencido a 10 generales y a sesenta jefes más; ha rendido a 4.759 franceses, a 780 ingleses, a 6.243 portugueses y a varios millares de turcos en Lepanto y Malta, y de berberiscos en el Peñón de Vélez de la Gomera; ha liberado a1564 cautivos cristianos en tierras del moro; ha capturado más de doscientos barcos enemigos, galeones la mitad de ellos, y casi dos mil piezas de artillería. Y todo eso, con ninguna derrota. Nadie en Europa podía exhibir un palmarés semejante. 

Los preparativos debieron de ser cosa digna de verse. Bazán fue aglutinando en Lisboa gran cantidad de barcos con sus respectivas dotaciones, pertrechos, cañones, pólvora, víveres. Todo era optimismo. Los voluntarios eran muchos. Entre otros, Lope de Vega. Pero en esa circunstancia, nuestro personaje recibió una incómoda visita: la muerte. Don Álvaro de Bazán murió súbitamente en febrero de1588 en Lisboa, en plena organización de la que tenía que haber sido la mayor campaña de su vida. Y así se extinguió la vida del mejor marino de Felipe II. 

Es difícil saber qué hubiera ocurrido con el invicto Bazán al frente. Unos opinan que los posteriores quebrantos de la Armada, víctima de la meteorología más que del enemigo, fueron precisamente responsabilidad de Bazán, porque la idea que nuestro hombre se hacía de la guerra naval, tan eficaz en el Mediterráneo, no valía para el Atlántico. Otros, por el contrario, creen que una mente como la de Bazán, diestra en resolver sobre la marcha complejísimas problemas de organización, sin duda hubiera sabido tomar las decisiones oportunas en el momento preciso. Por desgracia, los futuribles sirven de bien poco: el hecho fue que Bazán murió y la Armada falló en su intento. El desastre no alcanzó la gravedad legendaria que se le atribuye, pero el orgullo español sufrió un severo revés. En el fondo, no dejó de ser providencial que a Bazán se le privara de ese último sinsabor. 

Lo que de Bazán nos queda, aparte del impresionante palacio de El Viso, es la memoria que dejaron los poetas. Lope escribió sobre él: "El fiero turco en Lepanto, /en la Tercera el francés,/ y en todo mar el inglés,/tuvieron de verme espanto. /Rey servido y patria honrada/ dirán mejor quién he sido/ por la cruz de mi apellido/y con la cruz de mi espada". Góngora tampoco ahorró incienso: "No en bronces, que caducan, mortal mano, /oh católico Sol de los Bazanes/ que ya entre gloriosos capitanes/ eres deidad armada, Marte humano, / esculpirá tus hechos, sino en vano, /cuando descubrir quiera tus afanes". 

Hoy don Álvaro de Bazán es, para muchos españoles, un desconocido, a pesar de que su estatua muda preside la vieja Plaza de la Villa en Madrid. En 1947 se fundó una empresa naviera estatal que llevaba su nombre; la Bazán fue la constructora del portaaviones Príncipe de Asturias. Después la Bazán se integró en la sociedad pública Navantia, que sigue fabricando barcos de guerra. La Armada española posee una clase de fragatas -las F-100- que lleva el nombre de don Álvaro, y Álvaro de Bazán se llama precisamente el primer buque de esa familia. Pero, además, su figura ha servido de inspiración para expertos en liderazgo empresarial como Martín Hernández- Palacios, que encuentran en nuestro personaje un perfecto ejemplo de jefe que sabe resolver problemas a fuerza de organización, disciplina y talento. A más de un político español le vendría bien estudiar el método del viejo marino.