Álvaro de Bazán, el líder completo
(Un artículo de José Javier Esparza en La Gaceta del
12 de diciembre de 2010)
Si hubiera sido inglés, ya le habrían hecho una
película. Como fue español, se ha quedado sin ella. Pero don Álvaro de Bazán
fue el mejor marino de su tiempo, un talento empresarial de primera magnitud,
un mecenas cultural de fuste y un patriota sin tacha. Venció en las Azores,
Malta y Lepanto. No perdió jamás. Los poetas le cantaron y sus enemigos le
temieron.
Podemos empezar con una escena, precisamente, de película.
Estamos en1543. En España y en medio mundo
impera Carlos I. Pero el rey de Francia, Francisco I,
no
soporta la hegemonía española y trama una gran operación para desarbolar el
poderío imperial: golpear las costas gallegas y destruir nuestros astilleros. En
julio de1543, los franceses lanzan 25 barcos sobre el litoral de Galicia. España
reacciona: el capitán general de las galeras imperiales, Álvaro de Bazán, acude
al lugar con 15 naves armadas a toda prisa en Vizcaya, Guipúzcoa y las Cuatro Villas
cántabras. La batalla será el 25 de julio -día de
Santiago-en la Ría de Muros, en La Coruña. Pese a su inferioridad numérica, los
españoles aplastan a los franceses. A bordo de la nao capitana, un muchacho de 17
años
asiste a la victoria: es el hijo del capitán general y se llama como su padre, Álvaro
de Bazán. Pronto la fama del hijo llegará tan alto que al padre habrá que
ponerle el apelativo de El Viejo. Así debutó en la Historia nuestro personaje,
don Álvaro de Bazán y Guzmán, marqués de Santa Cruz.
De casta le venía al galgo, evidentemente. La vida
del Bazán el Viejo es la de un victorioso almirante que termina inventando y construyendo
galeones para la ruta de Indias. El hijo, nuestro Álvaro, heredará su talento
militar y también su eficacia empresarial. Estos Bazán provenían de los señores
del Valle del Baztán, en Navarra. Instalados en Castilla, se convertirán en un
nombre fundamental de la Armada española. Nuestro Álvaro había nacido en
Granada en 1526. Su padre, Álvaro el Viejo,
se ocupó de que recibiera una educación esmeradísima al lado de Pedro González
de Simancas, amigo de Garcilaso. De manera que ese muchacho que asiste a la
victoria de Muros es ya un caballero completo, versado en las armas y en las
letras, amante de la espada tanto como del arte y, por supuesto, devoto
cristiano, porque un caballero español del XVI no podía concebir la vida sin la
cruz.
Las primeras misiones políticas y militares de Bazán
son
herencia de su padre: proteger a la flota de Indias, vigilar las rutas que van
y vienen de América frente a las asechanzas de los piratas. En España reina ya
Felipe II y la coalición internacional contra la corona española es
multitudinaria. Franceses e ingleses venden armas a los moros de Marruecos. El
estrecho de Gibraltar se convierte en un polvorín. Bazán
desmantela
escuadras corsarias francesas en las costas de Portugal y en Canarias, y desarticula
una red inglesa que proveía de armamento a los moros marroquíes. Acto seguido
se le encomienda asegurar la ruta de Indias, y lo hace a la perfección: los ataques
a la flota española descienden drásticamente. Hacia 1560
ya
es almirante de la escuadra del Estrecho. Aún no tiene 35
años.
Y en esta misma época comienza a construir en las tierras familiares un
palacio: el de El Viso del Marqués, que diseñó el italiano Bergamasco (Giovanni
Battista Castello) y que es una de las grandes joyas de la arquitectura
renacentista española. Todavía está en pie.
A partir de ahí, la carrera militar de Bazán es una
sucesión de resonantes victorias. En1564 participa de manera destaca en la
conquista del Peñón de Vélez de la Gomera, importante base de los piratas que asolaban
las costas españolas e italianas. Al año siguiente vuelve a sacudir a los
piratas en el río de Tetuán. Ese mismo 1565 su intervención es decisiva para el
auxilio a la isla de Malta, asediada por los turcos. La
sucesión
de victorias eleva a nuestro personaje al cargo de capitán general de las
galeras de Nápoles, es decir, el encargado de la seguridad naval en el
Mediterráneo español. En 1569 cubre el frente naval de la guerra contra los
moriscos y los derrota en el Peñón de Frigiliana. Felipe II le nombra marqués
de Santa Cruz. Y enseguida vendrá "la más alta ocasión que vieron los
siglos", como dijo Cervantes: la batalla de Lepanto.
La batalla de Lepanto fue tan importante que
merecería una narración aparte. Señalemos lo fundamental: el poder naval turco
había cerrado el Mediterráneo y amenazaba no sólo a Italia, sino al conjunto de
la cristiandad. Era preciso parar a los turcos. A instancias del Papa se constituyó
una liga Santa. España jugó ahí un papel fundamental. Y en la estrategia de la
liga, a los barcos de Bazán les tocó una misión crucial: primero, proteger las
costas italianas mientras zarpaba la flota; después, reforzar el despliegue de
los barcos cristianos y, por último, acudir en socorro de aquel sector del
frente que Bazán considerara más necesario. Para ello el jefe de la flota, don
Juan de Austria, dejó a Bazán entera libertad, confiado en el buen tino de
nuestro hombre. Y Bazán no defraudó: su intervención en socorro de la galera
real española fue decisiva para la victoria final.
Después de Lepanto vendrán las Azores, donde Bazán
aplastó a una flota de corsarios franceses que le doblaba en número. Por cierto
que en las Azores se ensayó por primera vez el empleo de fuerzas de infantería
para desembarcar y tomar una playa. Había nacido la Infantería de Marina.
Hasta aquí, el historial de Bazán es el de un jefe
militar prodigioso. Pero lo que más impresiona en don Álvaro es su
inteligencia. Cuando los italianos descubrieron una importante mejora técnica
para los timones de los barcos, don Álvaro se apresuró a incorporarla. Como
capitán general en Nápoles, impulsó los astilleros napolitanos hasta
convertirlos en los primeros de Italia. En todas las reuniones estratégicas
aparecía siempre como la voz ponderada y firme de quien busca la opción más
eficaz por encima de sus simpatías personales. Inteligencia y lucidez, pero
también sangre fría para asumir los riesgos. En la planificación de la acción
de Malta, los otros generales le reprocharon que su plan, que había previsto
incluso el peso de las vituallas que debía llevar cada soldado, dejaba sin
embargo demasiadas cosas abiertas al riesgo. Bazán contestó así: "Tengo
aprendido de Horacio, y la propia experiencia me lo ha confirmado, que en las
empresas, después de haber pesado bien las circunstancias, hay que dejar siempre
algo a la fortuna". La fortuna le sonrió, en
efecto, pero porque antes había "pesado muy bien las circunstancias".
Todo ello acompañado de unas dotes de liderazgo excepcionales: no en vano dijo
de él Cervantes que era "el padre de sus soldados".
La campaña suprema de su vida tenía
que haber sido la que pasó a la Historia como Armada Invencible, y que aquí se
llamó Grande y felicísima Armada. El panorama internacional era grave. En
Flandes, los calvinistas conspiraban contra Felipe II. Ellos solos no podían inquietar
al rey, pero contaban con un aliado poderoso: la Inglaterra de Isabel I, una
reina fanática que detestaba a los católicos en general y a los españoles en
particular. Isabel había encontrado en la guerra de Flandes un buen instrumento:
era ella la que financiaba a los rebeldes. Además, la reina de Inglaterra
acababa de ejecutar a su prima, la católica María Estuardo. España, en
consecuencia, se propuso dar un escarmiento a los ingleses. La flota española
era fuerte. Había vencido en San Juan de Ullúa a los ingleses, en Lepanto a los
turcos, en las Azores a los franceses. El golpe era posible.
No había mejor general que don Álvaro para organizar
esta fiesta. En este momento, 1588, tiene 62 años y lleva 44 en la mar. Lo sabe
todo y lo ha vivido todo. Su historial es sencillamente impresionante: ha
conquistado 27 ciudades, ocho islas y 36 fortalezas; ha vencido a 10 generales
y a sesenta jefes más; ha rendido a 4.759 franceses, a 780 ingleses, a 6.243
portugueses y a varios millares de turcos en Lepanto y Malta, y de berberiscos
en el Peñón de Vélez de la Gomera; ha liberado a1564 cautivos cristianos en
tierras del moro; ha capturado más de doscientos barcos enemigos, galeones la
mitad de ellos, y casi dos mil piezas de artillería. Y todo eso, con ninguna
derrota. Nadie en Europa podía exhibir un palmarés semejante.
Los preparativos debieron de ser cosa digna de
verse. Bazán fue aglutinando en Lisboa gran cantidad de barcos con sus
respectivas dotaciones, pertrechos, cañones, pólvora, víveres. Todo era
optimismo. Los voluntarios eran muchos. Entre otros, Lope de Vega. Pero en esa
circunstancia, nuestro personaje recibió una incómoda visita: la muerte. Don
Álvaro de Bazán murió súbitamente en febrero de1588 en Lisboa, en plena
organización de la que tenía que haber sido la mayor campaña de su vida. Y así
se extinguió la vida del mejor marino de Felipe II.
Es difícil saber qué hubiera ocurrido con el invicto
Bazán al frente. Unos opinan que los posteriores quebrantos de la Armada,
víctima de la meteorología más que del enemigo, fueron precisamente
responsabilidad de Bazán, porque la idea que nuestro hombre se hacía de la
guerra naval, tan eficaz en el Mediterráneo, no valía para el Atlántico. Otros,
por el contrario, creen que una mente como la de Bazán, diestra en resolver
sobre la marcha complejísimas problemas de organización, sin duda hubiera
sabido tomar las decisiones oportunas en el momento preciso. Por desgracia, los
futuribles sirven de bien poco: el hecho fue que Bazán murió y la Armada falló
en su intento. El desastre no alcanzó la gravedad legendaria que se le
atribuye, pero el orgullo español sufrió un severo revés. En el fondo, no dejó
de ser providencial que a Bazán se le privara de ese último sinsabor.
Lo que de Bazán nos queda, aparte del impresionante
palacio de El Viso, es la memoria que dejaron los poetas. Lope escribió sobre él:
"El fiero turco en Lepanto, /en la Tercera el francés,/ y en todo mar el
inglés,/tuvieron de verme espanto. /Rey servido y patria
honrada/ dirán mejor quién he sido/ por la cruz de mi apellido/y con la cruz de
mi espada". Góngora tampoco ahorró incienso: "No en bronces, que
caducan, mortal mano, /oh católico Sol de los Bazanes/ que ya entre gloriosos
capitanes/ eres deidad armada, Marte humano, / esculpirá tus hechos, sino en
vano, /cuando descubrir quiera tus afanes".
Hoy don Álvaro de Bazán es, para muchos españoles,
un desconocido, a pesar de que su estatua muda preside la vieja Plaza de la
Villa en Madrid. En 1947 se fundó una empresa naviera estatal que llevaba su
nombre; la Bazán fue la constructora del portaaviones Príncipe de Asturias. Después
la Bazán se integró en la sociedad pública Navantia, que sigue fabricando
barcos de guerra. La Armada española posee
una clase de fragatas -las F-100- que lleva el nombre de don Álvaro, y Álvaro de Bazán se llama precisamente el
primer buque de esa familia. Pero, además, su figura ha servido de inspiración
para expertos en liderazgo empresarial como Martín Hernández- Palacios, que
encuentran en nuestro personaje un perfecto ejemplo de jefe que sabe resolver
problemas a fuerza de organización, disciplina y talento. A más de un político
español le vendría bien estudiar el método del viejo marino.
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