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domingo, mayo 19

Nuestras reinas Berenguelas



(Un artículo de José Javier Esparza en La Gaceta del 19 de diciembre de 2010)

Una catalana salvó Toledo en el siglo XII. Se llamaba Berenguela. Cien años más tarde, una bisnieta de aquella mujer diseñó la unión de León y Castilla. Se llamaba Berenguela también. Dos mujeres extraordinarias que demostraron valor y talento. Nuestras reinas Berenguelas. 

Estamos hacia 1139, en plena Reconquista. En la España mora empieza a descomponerse el imperio almorávide. El rey emperador de León, Alfonso VII, percibe claramente que tiene una oportunidad y se aplica a explotarla. El objetivó: asentar la hegemonía cristiana en la frontera sur, en el valle del Tajo, ocupando plazas fuertes para proteger la repoblación. Alfonso cerca la fortaleza mora de Colmenar de Oreja, al noreste de Toledo. Y es aquí, en el cerco de Colmenar, donde la tradición sitúa el episodio de la catalana que salvó Toledo. Esa catalana fue la reina Berenguela. 

Nuestra dama debía de tener por entonces unos 23 años. Era hija de Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, y de la dama Dulce de Provenza. Había sido entregada en matrimonio al rey de León en 1128, a la edad de 14 años. Tenía ya cinco hijos: Sancho, Ramón, Constanza, Sancha y Fernando, con varios partos múltiples. No era un florero, Berenguela: parece indudable que su influencia fue decisiva para soldar la alianza entre el emperador leonés y la Corona de Aragón. Y ahora el destino le había preparado una dura prueba. 

Volvamos a Colmenar de Oreja. Alfonso VII ha concentrado a sus ejércitos. Todas las huestes de la cercana Toledo acuden a la llamada. Pero en ese movimiento, Toledo, la capital, queda desguarnecida. Los almorávides se dan cuenta y dividen su ataque: mientras una parte de la fuerza musulmana acude a Oreja, otra parte marcha contra Toledo. Y de esta manera los habitantes de Toledo, ciudad que se había quedado prácticamente sin soldados, vieron un buen día aparecer frente a sus muros a un poderoso contingente musulmán. 

En Toledo -dice la tradición- habían quedado solamente la reina Berenguela y sus damas. Era la primavera de 1139 y aquella mujer estaba allí, con sus cinco hijos -el mayor tendría tres años y sus damas de la corte, sola ante ese ejército musulmán que aparecía por el horizonte. La situación es crítica. Toledo, sin otra defensa que sus muros, no podría resistir un asedio de los sarracenos. ¿Qué hacer? La reina Berenguela toma una decisión. Pide pluma y papel. Dicta una carta que habrá de ser enviada al jefe de las huestes moras. Sus palabras desarmarán a los sarracenos. 

Aquella carta decía así: "Hija soy de Raimundo Berenguer de Barcelona, muerto hace ahora nueve natividades, e hija soy de doña Dulce de Provenza. Cuando por ellos fui entregada en matrimonio a mi esposo, el emperador, me fue explicada la importancia de mi presencia junto a él, y se me ilustró sobre el valor de mi vida, y sobre el valor de mi muerte. Desde entonces no temo ni al día de las pompas ni a la noche de las guerras. Preparada estoy, pues, para morir en cualquier instante, como mujer y como emperatriz. Y lo haré, si es menester, en la defensa de este castillo de San Servando, si a vos os quema la vergüenza de guerrear contra una mujer, sabiendo como sabéis que mi esposo, el emperador, se halla en conquista de Oreja, a no muchas leguas de aquí, donde con su ejército podría ofreceros la batalla que tanto parecéis anhelar como miedo parecéis tener...". 

En plata: si tenéis lo que hay que tener, id a pelear donde están los hombres en vez de amenazar a unas pocas mujeres solas. Y para reafirmar sus palabras, la reina se vistió con las ropas más suntuosas que tenía a mano, hizo trasladar su trono a la torre más alta de la muralla toledana y se sentó allí, bien a la vista de los musulmanes. Hoy lo llamaríamos guerra psicológica. 

Dice la tradición que los sarracenos, avergonzados, deliberaron brevemente entre sí, se inclinaron ante la reina Berenguela y después, lentamente, abandonaron las murallas de Toledo, levantaron el asedio y marcharon hacia Oreja, donde Alfonso les esperaba. Hoy se conoce como Torres de la Reina a esa parte de la muralla toledana donde la reina se mostró a los moros, entre la Puerta de Bisagra y la torre de la Almofala. Y así fue como una catalana salvó Toledo, la capital del emperador. 

Berenguela de Barcelona murió en 1149, con 33 años, en el mismo momento en que moría su último hijo, Alfonso, de apenas tres años de edad. De Berenguela de Barcelona nació el rey Sancho III de Castilla. De Sancho III nació Alfonso VIII, el vencedor de Las Navas de Tolosa. Y de Alfonso VIII nació otra Berenguela que iba a hacer historia: Berenguela I de Castilla, bisnieta de nuestra anterior dama. Y también de esta Berenguela hay que hablar. 

Saltamos ahora cien años en el tiempo. Estamos en 1214. Dos años antes, los cristianos han vencido a los almohades en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa. El gran vencedor de aquel día, Alfonso VIII, nieto de Berenguela de Barcelona, muere ahora sin descendencia mayor de edad. Pero tiene una hija: Berenguela de Castilla, que se convierte en regente del Reino. Ahora bien, Berenguela tiene un pasado. Y de ese pasado surgirá una unión de reinos. 

Nuestra nueva Berenguela, la bisnieta de la catalana, había nacido en Segovia en 1180. Era hija primogénita del rey Alfonso VIII y de Leonor Plantagenet, la hermana de Ricardo Corazón de León. Desde niña había sido destinada a dorar con su matrimonio los blasones de Castilla: a la muchacha había que casarla lo mejor posible. Tenía sólo siete años cuando se concedió su mano al príncipe alemán Conrado, hijo del emperador Federico I Barbarroja. Una unión de campanillas. Pero aquello no salió bien, el matrimonio fue anulado y entonces la mano de Berenguela se empleó para otros fines: pacificar las relaciones con León. ¿Cómo? Casando a la infanta castellana con el rey de León, A1fonso IX. León y Castilla se las tenían tiesas desde muchos años atrás por asuntos fronterizos. Este matrimonio podría arreglar las cosas. Y así Berenguela, ya con 18 años, se convirtió en reina consorte de León. 

Lamentablemente, también esto salió mal. ¿Por qué? Porque los novios eran parientes lejanos y el matrimonio fue anulado por consanguinidad. Berenguela y Alfonso, en efecto, eran parientes en tercer grado: el novio era tío segundo de la novia. Roma, en principio, autorizó el enlace, pero en1204 llegó un nuevo papa mucho más exigente en la materia -Inocencio III-y lo anuló. Para entonces Berenguela ya tenía cinco hijos de Alfonso. Por más que ambos rogaron a Roma, no hubo nada que hacer. Su matrimonio fue declarado nulo. Berenguela se quedó sin corona. Nuestra dama cogió a sus cinco hijos y volvió a Castilla. Al menos consiguió que su progenie no fuera considerada ilegítima. Pero Berenguela-las vueltas que da la vida- iba a convertirse en regente de Castilla.
Berenguela llegó a la regencia por pura carambola. El rey Alfonso VIII de Castilla, su padre, había dejado un heredero varón, Enrique, que era menor de edad (por eso hacía falta un regente). La primera regencia la desempeñó su madre, Leonor Plantagenet, pero la reina murió enseguida. Y como Enrique seguía siendo menor, hacía falta un nuevo regente. ¿Quién? La hermana mayor: nuestra Berenguela.
No lo tendrá fácil. La inestable situación despertó mil intrigas en Castilla. Los clanes de la nobleza -los Lara, los Raro, los Girón- pelean por apoderarse de la regencia y hacerse con la voluntad del heredero, el pequeño Enrique. Mas he aquí que el destino juega a todos una mala pasada: Enrique se pelea a pedradas con otros niños, una piedra le hiere y Enrique muere. Castilla se queda sin heredero. Y la corona, por ley, sólo podía pasar a una persona: Berenguela, la hermana mayor. Berenguela I de Castilla.

Fue entonces cuando Berenguela demostró una suprema inteligencia política. Nuestra dama sabía perfectamente que, con una mujer en el trono, los nobles iban a multiplicar sus conspiraciones. Pero también sabía que todas las zozobras se extinguirían si se anunciaba para Castilla otro heredero varón. Berenguela había tenido cinco hijos con Alfonso, el leonés. Uno de ellos, Fernando, el mayor, 16 años en aquel momento, era el centro de todas las miradas. Y nuestra dama, en el mismo acto de proclamación que la elevaba al trono, renunció a la corona en favor de su primogénito. 

Era una jugada política de enorme alcance. La renuncia de Berenguela no sólo afianzaba a un heredero varón en Castilla, sino que además tenía implicaciones que afectaban a toda la cristiandad. Porque este Femando era hijo del rey de León, que no tenía herederos varones. Y así Fernando, que será Fernando III, podría ceñir sobre sus sienes las coronas de Castilla y de León a la vez.
A partir de aquí, Berenguela de Castilla organiza concienzudamente las cosas. Busca para su hijo una novia de altura: la princesa alemana Beatriz de Suabia, nieta de dos emperadores, Federico Barbarroja e Isaac II de Bizancio. Enseguida fuerza un acuerdo entre su ex marido, Alfonso de León, y su hijo, Femando de Castilla: fue el pacto de Toro, en agosto de 1218. Después neutraliza a los peligrosos Lara casando a una Lara, Mafalda, con un hijo de la propia Berenguela, Alfonso. Y acto seguido, siega la hierba bajo los pies de su propio ex­marido con otra jugada dinástica de altura: se dirige al caballero que el rey de León había buscado para desposar a una de sus hijas, Juan de Brienne, rey de Jerusalén, y le ofrece la mano de una infanta de Castilla. Así el de León se queda sin yerno que pudiera reclamar el trono. Berenguela ganaba, una vez más. 

El rey de Castilla será Femando, pero la tarea política de Berenguela es inagotable. Mientras el hijo combate en la frontera contra los musulmanes, la madre se dedica a reorganizar el Reino. Y hace más cosas: protege monasterios, dirige las obras de las catedrales de Toledo y Burgos, encarga una crónica sobre los reyes de Castilla y León al obispo Lucas de Tuy (el Tudense)... Berenguela ya es una auténtica mujer de Estado. Y algunos años después ejecuta su última gran jugada: la que pondrá sobre su hijo la ansiada corona de León. 

Estamos ya en1230. El ex­marido de Berenguela, Alfonso IX de León, es ya un hombre de 60 años. Tras una victoriosa campaña militar, el rey decide peregrinar a Santiago. Por el camino enferma gravemente. Morirá pocos días después. El Reino queda en manos de tres mujeres: su viuda, Teresa de Portugal, y sus hijas Dulce y Sancha. Berenguela, rápida, convoca a Teresa en Benavente. Le ofrece riquezas y ventajas para sus hijas. Teresa, sensata, sabe que ni ella ni sus hijas pueden gobernar el reino. La viuda renuncia a la corona. Y así Castilla y León se unieron bajo un mismo cetro: el de Fernando III, el hijo de Berenguela.

 La huella de nuestra dama todavía se proyectará durante años. Cuando Fernando enviude de Beatriz de Suabia, Berenguela, en muy madre, se encargará de buscarle nueva esposa "con el fin de que la virtud del reyno se menoscabase con relaciones ilícitas". La elegida fue una dama de la casa real francesa, Juana de Danmartín. Berenguela murió hacia 1246, con 66 años de edad. Dejaba tras de sí una obra de gobierno impresionante. Elija usted Berenguela: la barcelonesa que salvó Toledo o la segoviana que unió Castilla y León. En ambos casos, dos mujeres excepcionales.

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