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viernes, febrero 28

J.T. Leroy, escondido en el anonimato



(Un texto sacado del suplemento dominical de El Mundo del 18 de abril de 2010)

[…] A mediados de los 90, un adolescente chapero, yanqui, enfermo de sida y envuelto en un misterio espeso alcanzó el éxito literario con tres libros autobiográficos traducidos a 20 idiomas: Sarah, El corazón es mentiroso y El final de Harold (editados en España por Mondadori).

Supuestamente, su autor, J.T. Leroy, nacido en Virginia en 1980, había sido prostituido por su madre en aparcamientos de camioneros. Su madre lo tuvo con 14 años, se llamaba Sarah y era yonqui y lot lizard (prostituta de carretera). Lo bautizó J, por el profeta Jeremías, y T, por Terminator. Lo maquillaba, lo vestía con una minifalda de cuero y lo ofrecía por unos dólares para comprar la heroína que después se chutaban juntos. Le regaló a su hijo muchas más miserias de las que caben en las obras completas de Dickens y, antes de morir, lo abandonó a su suerte en San Francisco. Laura Albert y Geoffrey Knoop, una pareja de músicos rockeros de la banda Thistle, lo recogieron en los suburbios y lo pusieron en manos del psicólogo Terrence Owens que, tras varias sesiones de terapia telefónica, no sólo evitó el suicidio del muchacho, sino que le prescribió que contara su vida por escrito. Pasó sus textos al editor Eric Willinski y, a los 17 años, cerró el acuerdo para publicar Sarah, que se convirtió en la gran revelación del año 2000. Pero nadie pudo ver a su autor.

J.T. Leroy contactó por teléfono, fax y e-mail con algunas vacas sagradas de la narrativa americana, como Dennis Cooper, que lo apadrinó con júbilo y lo sacó en uno de sus libros. Tom Waits lo entrevistó para Vanity Fair y presentó su tercera novela, El final de Harold. Asia Argento llevó la segunda al cine en 2004, El corazón es mentiroso, mientras el cineasta Gus Van Sant dijo haber colaborado con Leroy para el guión de Elefante, Palma de Oro en Cannes en 2003: "Durante un año entero estuvimos conversando todos los días, a veces, durante cinco horas", dijo el director; pero no precisó que sólo escuchó la voz de Leroy a través del teléfono.

Como un nuevo apóstol del underground, Leroy se convirtió en una celebridad y se codeó con Winona Ryder, Madonna, Courtney Love y Shirley Manson, vocalista de Garbage, quien lo homenajeó con la canción Cherry Lips (Go Baby Go!) de su disco Beautiful Garbage.

El carrerón era de órdago, porque nada mejor que una vida perra rehabilitada por la literatura. Publicó en medios prestigiosos, como The New York Times, The Times y Vogue, manteniendo su anonimato. Además, fue incluido en antologías y le encargaron guiones de televisión. Pero como el personal se hacía muchas preguntas, tuvo que empezar a dar la cara en 2001; eso sí, siempre camuflado con pelucas rubias y gafas de sol.

La revista británica The Face lo sacó con antifaz, bigotes felinos y una minifalda mientras se comía un plátano. En decenas de entrevistas por teléfono o correo electrónico, el niño prodigio se convirtió en una presencia espectral. Siempre acompañado de Laura Albert y Geoffrey Knoop, en sus contadas apariciones públicas, JT Leroy no decía ni palabra y su encanto extravagante, unido a su extrema timidez, empezaron a levantar sospechas. Hasta que pasó lo que tenía que pasar.

Varios medios catalogaron los misterios que escoltaban al fenómeno Leroy y se empezó a proyectar alguna luz sobre tantas sombras. Warren St. John, que en 2004 había firmado en The New York Times un perfil del Leroy titulado Una vida literaria nacida en la brutalidad, se sintió un pobre estúpido y se propuso rehabilitarse con alharacas. Primero, en enero del 2006, desvaneció uno de los misterios: la persona que aparecía en público como Leroy era, en realidad, Savannah Knoop, hermanastra de Geoffrey. Pocos meses después, desmontó todo el tinglado de la farsa.

Mucho le ayudaron las incongruencias de Savannah Knoop, que erraba fechas, lugares y detalles en las entrevistas. El sabueso resentido recorrió hoteles y descubrió que muchas veces Albert se había registrado como JT Leroy. Cuando comprobó que no existía ningún pasaporte expedido a nombre del chico, y que el psicólogo Terrence Owens sólo había hablado con él por teléfono, el reportero echó la suma: él era ella. JT Leroy era Laura Albert.

La mujer justificó su fraude diciendo que “las aventuras de un niño que había sido obligado a prostituirse por su madre siempre serían más interesantes que las vivencias de una mujer común de 30 años". Exacto. Leroy olía a cadaverina y hubo que enterrarlo con distintas multas e indemnizaciones. Las celebrities que, conmovidas por su historia, lo quisieron tanto, quedaron consternadas por uno de los grandes timos de la historia universal de la picaresca. Como si Oliver Twist hubiera sido sólo un dulce sueño imposible en medio de una vida corta y llena de tanta porquería como la escalera de un gallinero. […]

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