Los gallegos del canal de Panamá
(Un texto de Gonzalo Ugidos en el suplemento Crónica de El
Mundo del 12 de enero de 2014)
Tras 32 años de lucha contra las enfermedades, revoluciones y
terremotos, hace 100 años se inauguró el Canal de Panamá, el paso que acortaría
las distancias de la Tierra comunicando los dos grandes océanos, el Atlántico y
el Pacífico, sin necesidad de rodear las peligrosas aguas del estrecho de
Magallanes. Ese hito histórico fue mucho más que una prodigiosa obra de ingeniería,
fue también un acontecimiento que cambió el mundo. Su construcción se convirtió
en un drama tan devastador que, exceptuando los conflictos bélicos, constituyó
el esfuerzo más costoso de la Historia en vidas humanas y dinero.
[…] ésta es la historia de la mayor obra de ingeniería
emprendida nunca y la de miles de gallegos que migraron por jornales de 11
pesetas. A varios centenares en ello les fue la vida.
Los proyectos para la construcción de un canal por
Centroamérica se fueron sucediendo desde Carlos V y, tras el fracaso colosal de
una tentativa francesa, fue Estados Unidos quien logró unir los océanos. En la
etapa norteamericana hubo más de 8.000 españoles en las obras y llegaron a ser
la segunda fuerza laboral, tras los afroantillanos.
Eran pobres campesinos de Cantabria, Asturias y sobre todo
de Galicia que soñaban con una vida mejor y desconocían lo que les esperaba en
Panamá. Se trataba de una mano de obra solicitada de manera expresa y su
reclutamiento fue cuidadosamente programado por el ingeniero jefe John Frank
Stevens. Su enviado Leroy Park viajó a Galicia y puso anuncios en periódicos
publicitando las condiciones ofertadas: 20 centavos la hora por una jornada de 8
horas a pico y pala, unas 11 pesetas. A cambio, la compañía exigía a los
candidatos una constitución robusta y una edad comprendida entre los 25 y 45
años. El coste del pasaje, 250 pesetas, seria descontado de los salarios en
pagos mensuales de 24 pesetas.
No era fácil mantener una mano de obra estable, sólo uno de
cada 10 peones permanecía en su puesto más de seis meses. Los que no morían o
enfermaban, desertaban vencidos por el miedo. Los zopilotes y los grandes
buitres negros volaban en círculos interminables sobre la mugre de pocilgas
indignas para la condición humana. Cuando comenzaron a conocerse las terribles
condiciones vividas por los compatriotas en Panamá, la prensa española criticó
las condiciones de reclutamiento, las penurias del viaje y las condiciones de
trabajo. La comida era escasa y de poca calidad, las viviendas no eran más que
barracones insalubres y los hospitales no ofrecían un buen trato. Los españoles
eran SiIver Roll (mano de obra de
segunda), ganaban menos que los Gold RolI
norteamericanos, tenían trabajos más pesados y comían mucho peor: en el
desayuno, arroz y agua; en la comida, sardinas enlatadas, pan y plátanos; la
cena era similar a la comida.
Por el contrario, un menú típico de los Gold Roll incluía en el desayuno café, copos de avena con nata,
jamón y huevos, patatas fritas y torta cocida sobre una plancha y almíbar; en
la comida y en la cena nunca faltaban los bistecs o la carne guisada con setas.
La peonada española se organizó para reivindicar los privilegios de que gozaban
los norteamericanos y crearon además la Sociedad Española de Beneficencia de
Panamá, que continúa funcionando en la actualidad. El contingente español fue
de los más rebeldes y se dieron casos de militancia anarquista, como los
hermanos José María y Martín Blázquez de Pedro.
Todo empezó cuando, en la segunda mitad del XIX, la apertura
del Canal de Suez y la terminación del ferrocarril de la Union Pacific, así como el éxito de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’,
de Julio Verne, y el comienzo de las obras del puente de Brooklyn por los
Roebling, padre e hijo, hicieron creer que podía abrirse un paso entre los dos
grandes mares en el istmo de Panamá. El canal de Suez construido por el
ingeniero francés Ferdinand de Lesseps -170 kilómetros a través del desierto- había
acercado a Europa a la India más de nueve mil kilómetros.
De golpe, África se había convertido en una isla, ¿por qué
no hacer lo mismo con Sudamérica uniendo el golfo de Limón a la bahía de Panamá
por un río que fuera la mezcla de las aguas de dos océanos? De Nueva York a San
Francisco, rodeando el cabo de Hornos, el viaje suponía 21.000 kilómetros y
duraba varios meses. De Nueva York a San Francisco vía Panamá el viaje
supondría poco más de 8.000 kilómetros.
La empresa era tentadora para Lesseps. La Gran Zanja, la
mayor obra emprendida nunca en la Historia, comenzó con mucho champán y
dinamita en enero de 1882. En el mes de septiembre un terremoto sacudió el istmo
y los trabajos se interrumpieron durante algún tiempo. Cundía el desánimo por
los continuos desprendimientos y la insalubridad de la selva, que diezmaba a
los obreros. El proyecto francés, con Eiffel desarrollando las esclusas y con
la flor y la nata de la ingeniería europea, se retrasaba y Lesseps hizo un
llamamiento a los pequeños inversores a través de hombres de negocios como el
Barón de Reinach y Cornelius Herz, que no dudaron en sobornar a la prensa, a
los ministros y parlamentarios para obtener financiación pública. La Compañía
de Panamá entró en bancarrota, llevó la ruina a 800.000 suscriptores y se tragó
1.400 millones de francos oro, 20 veces más de lo que había pagado EEUU a Rusia
por la compra de Alaska. El Gobierno francés tuvo que dimitir. Lesseps, que
había triunfado en el desierto, fracasó en los trópicos tras volar montañas y
enterrar al menos a 20.000 muertos de disentería, malaria y fiebre amarilla.
Las obras se abandonaron a la voracidad de la jungla. La
subsiguiente investigación parlamentaria se convirtió en un gran escándalo político
y sólo entonces se supo que tras aquella odisea colosal, tras las proezas de la
ingeniería, se escondía la corrupción política y financiera. Pero la historia
del primer fracaso fue el prólogo de otra aventura prodigiosa protagonizada por
Philippe Bunau- Varilla. Este joven ingeniero francés era un hombre hecho a sí mismo,
llegó al istmo como ingeniero jefe y no se resignó a abandonar. Se sentía el
general de un ejército de soldados bajo el fuego, no pensaba en los caídos,
sino en la victoria.
Cuando la Compañía quebró, fundó un periódico, contrató
abogados, abanderó una trama de intrigas políticas y sobornos para que los
norteamericanos retomaran los picos y las palas abandonados por los franceses. Desde
la habitación 1162 del hotel Waldorf de Nueva York se convirtió en el mayor
cabildero del siglo y convenció al mismísimo presidente Theodore Roosevelt para
que continuara con las obras. Panamá era una provincia de Colombia y el
gobierno colombiano se negó a ratificar el tratado que había permitido las
obras de los franceses.
Estados Unidos consideró entonces la idea de unir los
océanos por Nicaragua. Bunau-Varilla se puso pálido porque perdía el negocio de
su vida. Pero movió los hilos de una campaña para convencer al Senado de
Estados Unidos de que Nicaragua era un país volcánico y peligroso para la
integridad del canal. El gran intrigante sobornó después a un puñado de
notables panameños para declarar la independencia de Colombia. Sin un solo
tiro, protegidos por cañoneras americanas, los insurrectos encabezados por José
Agustín Arango obtuvieron la independencia el 3 de noviembre de 1903. La nueva
república de Panamá, representada por Bunau-Varilla, concedía a EEUU los
derechos a perpetuidad del canal y una amplia zona de ocho kilómetros a cada
lado a cambio de un plato de lentejas: 10 millones de dólares y una renta anual
de otros 250.000.
Sólo 10 años después se inauguraban el Canal y el inicio de
la hegemonía estadounidense en el mundo. Para eso hubo que afrontar una batalla
a muerte entre el hombre y la naturaleza. La malaria se presentaba de muchas
formas y se consideraba un hecho inevitable de la vida, una fatalidad tan natural
como la lluvia. La fiebre amarilla aparecía y desaparecía en oleadas malignas,
repentinas y misteriosas.
Todo empezó a cambiar cuando nombraron al coronel William
Crawford Gorgas como primera autoridad sanitaria. Fue él quien llevó agua corriente
a las ciudades de Panamá, Colón, Cristóbal, Ancón, la Boca, Imperio y Culebra,
así acabó con grandes focos de contagio. También instauro un sistema de
alcantarillado, asfaltó las calles e implantó mosquiteros en las habitaciones y
los barracones. Gorgas logró la disminución de la morbilidad y la mortalidad de
los trabajadores, cuyo número no dejaba de crecer: si en 1907 había 32.000, en
1910 eran 40.000 y durante los últimos años, unos 50.000.
EI 15 de agosto de 1914,
el vapor Ancon se convertía en el primer barco que cruzaba el canal de Panamá
oficialmente (*). Un día después de la inauguración, domingo 16, lo hacían
cuatro grandes mercantes y un pequeño yate privado, pasando desde el Atlántico
al Pacífico.
El primer barco transatlántico que cruzó el canal fue el
carguero Cristóbal el 3 de agosto de 1914, pero acababa de estallar la I Guerra
Mundial y la noticia de la culminación de la Gran Zanja quedó eclipsada por la Gran
Guerra. Han pasado 100 años y más de 700.000 barcos.
(*)El primer tránsito que completó una nave a través del
Canal tomó lugar como parte de una rutina de trabajo, el 7 de enero de 1914
cuando la grúa Alexander La Valley vino a través de las esclusas del Pacífico
sin ningún tipo de ceremonia.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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