Golondrinas
(Un texto de Alberto Serrano en el Heraldo de Aragón del 23 de febrero de 2014)
Entre las cosas divertidas que he leído figura esta afirmación:
«Los vizcaínos aman mucho a las golondrinas porque su canto es semejante al
tonillo de su vascuence». En el siglo XVII, así lo aseguró en un tratado sobre
las aves Francisco Marcuello, naturalista y clérigo de Daroca, para quien «es
la golondrina mensajera del día anunciando su venida con su canto, despertando
con él a los adormidos».
En tiempos bajomedievales, san Francisco fue capaz de
silenciar el bullicio de las golondrinas que revoloteaban a su alrededor. Su biógrafo
Tomás de Celano (siglo XIII) cuenta que se subió a un lugar elevado para
predicar pero... «estando todos callados y en actitud reverente, muchísimas
golondrinas que hacían sus nidos en aquellos parajes chirriaban y alborotaban
no poco. Y era tal el garlido de las aves que el bienaventurado Francisco no
lograba hacerse oír del pueblo». ¿Qué ocurrió? pues que el santo se dirigió de
esta manera a los pajaricos: «Hermanas mías golondrinas: ha llegado la hora de
que hable yo (...) estar quietas mientras predico la palabra de Dios». ¡Y se
callaron!
Mi admirado colega David Navarro se preguntaba en estas mismas
páginas del dominical: «¿Canta igual una golondrina aragonesa que otra de
Londres?». Transcribo lo que el propio periodista se contestó: «Algunos
ornitólogos han advertido que las aves tienen dialectos y que sus voces son
diferentes según sea su lugar de nacimiento. Durante los cuatro primeros meses
de vida, el polluelo escucha y memoriza el canto de sus padres y lo repetirá
cuando llegue a la edad adulta. El oído de un ave es tan fino que puede
reconocer congéneres del mismo origen geográfico. Cuando las golondrinas aragonesas
regresen en otoño a Senegal para pasar el invierno, escucharán miles de cantos
en las acacias del país, pero serán capaces de reconocer a aquellas que se han
criado en nuestras tierras. Algunos ornitólogos creen que esos 'dialectos' les
ayudan a reconocer a sus parejas». ¡Espléndido!
Dicen que las golondrina acudieron a consolar a Jesús
crucificado y que cuando lo vieron morir se «vistieron luto, y se pusieron el manto
negro, que no se han quitado nunca», tradición que ya fue recogida por nuestra
gran novelista Fernán Caballero (1796-1877). Jesús Rubio Jiménez fabula en
torno a las de una imaginada especie del Moncayo, «tan oscuras que eran solo
sombra» (2011). Aristóteles escribió que, cuando hace mucho pero mucho frío,
estos pajaricos tiñen de blanco todas sus plumas... pero yo no me lo creo. Tampoco
se lo creyó Francisco Marcuello, el mencionado darocense que en 1617 anotó: «En
las sierras de Albarracin se quedó los años pasados una golondrina en una
majada de pastores y aunque es aquella tierra muy fría no se volvió blanca,
sino más negra de lo que estaba, del humo que le daba de ordinario, porque
apenas se apartaba del fuego que los pastores hacían, los cuales no le hacían
daño, antes la alagaban, y se holgaban de tenerla en su compañía. Y cuando la
primavera vio la primera golondrina que acertó a pasar por allí, notaron que
dio grandísimas muestras de contento, y queriendo ir hacia ella se cayó muerta
a vista de todos».
Etiquetas: Tradiciones varias
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