La oscura Edad Media
(La columna de Juan Manuel de Prada en el XLSemanal del 2 de
febrero de 2014)
Entre los tópicos más
estúpidos y enquistados en la mentalidad contemporánea se cuenta considerar que
los casi mil años que transcurren entre la caída de Roma y la pérdida de
Constantinopla fueron un periodo oscuro en la historia de la humanidad. Tópico
tan simplista que solo puede haber sido lanzado por mentes desquiciadas, o bien
animadas por el odio (si es que ambas cosas no son la misma); y solo puede
haber prendido en mentes arrasadas por la propaganda. Cuando lo cierto es que
la Edad Media llegaría a albergar una forma de civilización como quizá no se
haya dado en ninguna otra época, que alcanzaría su apogeo en el siglo XIII y
auspiciaría las más nobles creaciones del genio humano.
La misma denominación
de Edad Media se trata, en realidad, de un sinsentido. Tomada en su acepción
literal, tal denominación presupone una división tripartita de la Historia: por
un lado la Antigüedad clásica, por otro la Modernidad, y entre ambas una edad
de tinieblas que seguiría a los siglos de luz que fueron los de la Antigüedad
clásica y que precede a los siglos de plenitud y progreso indefinido que son
los modernos. Por supuesto, esta denominación de 'Edad Media', tan esquemática
y grosera, no es inocente; fue impuesta por los humanistas, en quienes se
mezclaban prejuicios religiosos y dudosos criterios estéticos, para enseguida
prender en los ambientes reformistas, a los que convenía una caracterización
siniestra de la época medieval para justificar su rebelión. Luego proseguirían
esta tarea de demolición los filósofos ilustrados y, de un modo diverso, los
románticos, cuyo gusto por las épocas pretéritas no era sino licencia para
construir una Edad Media tergiversada que, si bien redescubrió la tradición
caballeresca o la poesía de los trovadores, sirvió a su exaltación del
vitalismo, la autonomía personal y los nacionalismos.
Existe una explicación
-digámoslo así- psicológica que ayuda a entender la aversión que los apóstoles
de la modernidad tienen por la Edad Media. El hombre medieval tenía un sentido
de la filiación que el hombre moderno desdeña. En la Edad Media, el legado del
pasado se juzgaba respetable; en la Edad Moderna, el hombre cree
incuestionablemente en el progreso indefinido, y para ello necesita
descalificar el pasado. Así se entiende, por ejemplo, la beligerancia
iconoclasta de los humanistas del Renacimiento contra el arte gótico, que
tildaban de bárbaro; también el odio hacia las instituciones políticas y
asociativas creadas durante la Edad Media, que adquirirá gran virulencia
durante la época de la monarquía absolutista, para alcanzar cotas delirantes
con el liberalismo; o, por referirnos a una época más reciente, el desprestigio
al que se somete al más potente intelectual que la sangre europea haya dado al
mundo, santo Tomás de Aquino, y a su método filosófico. Y es que a la mala
conciencia de nuestro mundo envilecido le conviene que no se sepan muchas cosas
que ocurrieron durante la Edad Media: el reparto de la tierra entre muchos (a
diferencia de lo que ocurre hoy con el reparto de la riqueza), el auge de
gremios e industrias cooperativas, la existencia de monarcas que defendían a
sus súbditos frente a la nobleza (a diferencia de lo que ocurre en nuestra
época, en la que los gobiernos son zascandiles del capitalismo financiero que
estruja y vampiriza a la 'ciudadanía', que es como ahora se llama el pueblo
reducido a masa amorfa que ha renunciado a sus prerrogativas humanas, a la vez
que se refocila en el disfrute de sus 'derechos', que ahora ya solo son de
cintura para abajo, pues los otros salen muy caros al Estado).
Todos los tópicos
acumulados contra la Edad Media se intensifican en el caso español, por haberse
constituido nuestra nación histórica sobre la asunción de una identidad
religiosa y en combate con la invasión musulmana. Los promotores de la leyenda
negra pintaron enseguida unos reinos cristianos bárbaros y crueles, frente a
una España musulmana refinada y sensible que nunca existió. Pero, extrañamente,
esta visión desquiciada llegaría a prender en la propia conciencia española,
tan magistralmente descrita por el poeta Joaquín Bartrina: «Oyendo hablar a un
hombre fácil es / acertar donde vio la luz del sol: / si habla bien de
Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés; / y si
habla mal de España... es español». Y como la conciencia de España se labra
precisamente en estos siglos que denominamos Edad Media, los españoles nos
pusimos a denostarla, como pobrecitos lacayos de la propaganda. En el pecado
llevamos las múltiples penitencias.
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