Una Misericordia con mucha solera
(Un texto de Elena Rodríguez leído en el especial del
Heraldo de Aragón del 1 de junio de 2014)
Lunes, 8 de octubre de 1764. La expectación es máxima a las
puertas de la nueva Plaza de Toros de Zaragoza, que celebra su corrida
inaugural. El público se arremolina en los alrededores y el ambiente es
festivo, como corresponde a las vísperas de la celebración del día del Pilar.
El torero de Farasdués Antonio Ebassun, 'Martincho', será el encargado de 'bautizar'
el coso, acompañado por los hermanos Apellániz, oriundos de Calahorra. La
estructura, levantada por el gremio de Carpinteros zaragozanos, se alza,
imponente, al final de la calle llamada de la Paja. Y hoy, 250 años después, se
mantiene majestuosa en su misma ubicación, desde la que ha visto pasar dos
siglos y medio de vida de una ciudad que nunca le ha dado la espalda.
La actual Plaza de Toros de la Misericordia es una de las
entidades, instituciones o empresas que han sorteado dificultades y crisis diversas,
los avatares de la historia, y se mantienen en pie desde hace más de un siglo.
Algunas de ellas cuentan, incluso, las centurias de dos en dos. Todo un logro en
tiempos de lo efímero.
Ramón Pignatelli está detrás del proyecto y edificación del
arenal zaragozano. Regidor en aquella época de la Casa de la Misericordia en la
que se atendía a los niños expósitos, vio la oportunidad de crear una
importante fuente de ingresos que irían a parar al hospicio. Obtenido el permiso
real, en marzo de 1764 se inició la construcción de la plaza, hecha de madera,
con mampostería y ladrillo enlucido de yeso y proyectada por Raimundo Cortés y
Julián Yarza. Costó 640.000 reales de vellón.
La acogida que los zaragozanos dieron al nuevo recinto taurino
fue grande. «La de los toros era una fiesta popular, y la única diversión que
tenían los pobres en aquella época eran precisamente estos festejos», explica Juan
Arboniés, diputado delegado de la plaza y vicepresidente de la Diputación Provincial
de Zaragoza, institución que se hizo cargo de la gestión del recinto en 1868 a
raíz de un decreto del entonces ministro de Gobernación, Práxedes Mateo
Sagasta. Fueron los propios zaragozanos los que rebautizaron como 'de la
Misericordia' el coso de Pignatelli, su nombre original en honor al artífice de
que el proyecto viera la luz. El aforo era entonces de 7.800 localidades, desde
las que se contemplaban más novilladas que corridas, pues en aquellas no se daba
muerte a las reses.
Sus graderíos vieron tomar la alternativa a figuras de la
talla de Francisco González 'Faico', Manuel Mejías 'Bienvenida' o Antonio
Labrador 'Pinturas'. Sí, es normal que sus nombres no suenen, ya que sus tardes
de gloria hace mucho que quedaron atrás. En sus tiempos, su gallardía ante los
toros dio mucho de qué hablar y los aficionados comentaron, seguro, sus lances con
admiración. Sí se reconocerán a otros genios de la tauromaquia que también
iniciaron en el coso de la Misericordia su andadura como toreros. Jaime Ostos,
Raúl Aranda, José Ortega Cano, Luis Francisco Esplá, José Raúl Gracia 'el Tato'
o Ricardo Aguín Ocho, 'el Molinero', por citar solo a algunos.
HERALDO siempre se ha hecho eco de los festejos taurinos
celebrados en su ruedo. Desde su fundación, siglo y medio después de inaugurada
la plaza, este periódico ha reflejado el apego de los ciudadanos a las corridas
de toros, así como las tardes de luces y gloria, también las más negras y
funestas, vividas en el arenal zaragozano. Una muestra, solo una, de tantas
reseñas publicadas. El 30 de agosto de 1897, las páginas de este diario
reflejaron la Fiesta de los Albañiles a beneficio de la Cruz Roja, celebrada la
víspera. De ella se dice que «el circo taurino estuvo de bote en bote» en una
tarde en la que Mariano Pardós «trastea al becerrete con valentía y adorno para
soltar media estocada traserilla, un pinchazo y otra estocada completa que hace
doblar al animal»; Mariano Vallés «rueda dos veces por la arena, se levanta y da
algunos pases de adorno, una estocada trasera, otra con el mismo defecto y
tendida, un pinchazo y otro que acaba con la vida de la res»; Antonio Val
«demuestra habilidad manejando el capote, torea bien de muleta y pincha cuatro
veces para dar fin de su enemigo», y Julián Alaver «brinda a la presidencia y a
un maestro de obras y tras breve y lucida faena pincha con tanto acierto que
descorda al becerro».
A lo largo de estos años ha sufrido algunas remodelaciones.
La primera de relevancia ocurrió en 1918, cuando se amplió la capacidad de
gradas y andanadas y se dotó al edificio de la fachada neomudéjar que se
conserva hasta hoy. En la actualidad tiene 10.072 localidades y la peculiaridad
de que fue la primera plaza de España con una cubierta fija sobre los tendidos
y móvil sobre el ruedo, inaugurada en la Feria del Pilar de 1990.
Bajo su estructura existe una pequeña joya, los cimientos
originales sobre los que se asienta, que han conformado una suerte de grutas
ahora recuperadas y que ya tienen utilidad prevista. En concreto, albergarán el
Museo Taurino, cuya inauguración será una de las actividades estrella de los
actos del 250 aniversario de la Plaza de Toros. Aprovechando la efeméride,
también se dará oficialidad a recintos que llevan ya algún tiempo funcionando, como
la capilla y la zona de vestuarios.
En conjunto, el coso de la Misericordia conforma un recinto
histórico de gran valor arquitectónico y social que bien merece una visita,
incluso en tardes sin festejo. «¡Qué voy a decir de ella! Que es la mejor de
España, la más bonita y la más antigua», concluye Juan Arboniés.
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