El final del Imperio otomano
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo de Hoy del 4 de
noviembre de 2014)
Ankara, 1 de noviembre de 1922 · La Asamblea Nacional turca
destrona a Mehmet VI y pone fin al Imperio otomano.
La Gran Guerra barrió los imperios
de Europa. Primero, en 1917, cayó el más despótico, el ruso, que había
conservado un zar autócrata incompatible con el siglo XX, a quien
consecuentemente se hizo responsable de la guerra. Luego, al finalizar las
hostilidades en 1918, los emperadores alemán y austriaco perdieron la corona
junto con la guerra. Solo el Imperio otomano aguantó formalmente hasta 1922,
pero era mera apariencia.
Como entidad territorial el Imperio
fue disuelto por la derrota, casi desapareció su parte europea, perdió todo el
Oriente Medio e incluso zonas de Anatolia, la Turquía asiática. En cuanto a su
soberano el sultán, desde que los Jóvenes Turcos, militares nacionalistas y
reformadores, dieron su primer golpe en 1908, había perdido el poder, y los
Jóvenes Turcos ponían y quitaban a los sultanes como quien cambia la decoración
de su casa.
A diferencia del zar Nicolás de
Rusia o el káiser alemán Guillermo, ni el último sultán, Mehmet VI, ni su
antecesor, Mehmet V, habían sido responsables de embarcar a Turquía en la Gran
Guerra. Ese nefasto honor le correspondía a Enver Pachá, el más fascinante
personaje de la Turquía contemporánea, quien lo pagaría con su propio destino,
una tragedia llena de sangre, como en el más desaforado Shakespeare.
Reformador y nacionalista.
Ismail Enver era vástago de una rica
familia de Constantinopla que lo envió a educarse a Alemania. Su admiración por
este país le convirtió en paradigma del joven turco, un militar
occidentalizado y reformador que pretendía modernizar Turquía y ponerla al mismo
paso que Europa, pero a la vez un nacionalista racial, con todo el siniestro
matiz que el adjetivo implica. Tomando como modelo la unidad de los distintos
Estados de sangre alemana, que habían formado el II Reich tras la Guerra
Franco-prusiana, pretendía la reunión bajo su égida de todos los pueblos
asiáticos de raigambre turca, de modo que un Estado Pan-turanio de credo, etnia
y cultura homogéneas sustituyese al decadente Imperio otomano, amalgama de
pueblos de distintas religiones, razas y lenguas.
Fue Enver quien dirigió el golpe de
Salónica de 1908, con el que subieron al poder los Jóvenes Turcos, deponiendo a
Abdulhamid II y sustituyéndolo por su hermano, Mehmet V. La buena educación
castrense de Enver en la escuela alemana se puso de manifiesto en la Guerra
Italo-turca y la I Guerra Balcánica, y en 1912 fue nombrado jefe del Estado
Mayor central. Un año después Enver Pachá formaría parte del triunvirato que
impuso la dictadura militar reformista, y se reservó el puesto de ministro de
la Guerra, es decir, se convirtió en el hombre fuerte de Turquía.
Desde su situación de poder, en 1914
hizo que Mehmet V firmase la entrada de Turquía en la Gran Guerra del lado de
su admirada Alemania, a la vez que reforzaba su posición entroncando con la
dinastía imperial tras casarse con una sobrina del sultán, nieta de Abdulmecid
I. También fue responsable Pachá del acontecimiento más espantoso de la
contienda, la deportación en masa de la minoría armenia, acusada –con cierta
razón– de ser una quinta columna de Rusia. Un millón de armenios murió en el
infame éxodo impuesto en 1915. Unos, masacrados por los turcos; otros, por los
bandidos cuando llegaron a Oriente Medio; otros murieron de hambre y sed en los
desiertos hacia donde les empujaron las autoridades otomanas, siendo necesario
inventar una nueva palabra para describir el fenómeno: genocidio.
Mehmet V, que en su calidad de
califa (sucesor de Mahoma, jefe del mundo islámico) había declarado la yihad
(guerra santa) a los ingleses, murió en julio de 1918, evitándose el ver cómo
se perdía la guerra. Siguiendo la costumbre sucesoria otomana la corona fue
para un tercer hermano, Mehmet VI, mientras que Enver Pachá, responsable de la
entrada en guerra, tenía que exilarse.
Venganza armenia.
Una derrota de las proporciones de
la de 1918 iba a provocar una situación caótica en media Europa y parte de
Asia. Mientras Mehmet VI aceptaba servilmente las condiciones de paz que le
imponían Inglaterra y Francia, firmando en el tratado de Sèvres la amputación
brutal de su país, que quedaba reducido a Estambul y parte de Anatolia, surgió
como nueva figura fuerte de Turquía el general Mustafá Kemal, un joven turco
disidente que había ganado un inmenso prestigio derrotando a las tropas
británicas en Gallípoli.
Enver Pachá, por su parte,
reapareció en un escenario inesperado, el Congreso de la II Internacional en
Moscú. Pretendió infructuosamente el apoyo de Lenin contra Mustafá Kemal,
aunque el líder bolchevique le confió recuperar el control de Asia Central,
independizada de Moscú. Al llegar a ese frente, de la noche a la mañana Enver
dejó de ser comunista y volvió a ser nacionalista pan-turco, pues los pueblos
que debía someter formaban parte de aquel Estado Pan-turanio con el que había
soñado desde su juventud en Alemania.
Enver se pasó al enemigo y su genio
militar logró organizar un pequeño pero eficaz ejército, con el que combatió a
los bolcheviques durante dos años. Se concedió a sí mismo el título de emir del
Turquestán y usaba en sus documentos un sello que le proclamaba “generalísimo
de los ejércitos del Islam, yerno del califa y representante del Profeta”.
Sobre el papel el joven turco había alcanzado su utopía, pero en el
mundo real se produjo un ejemplar ajuste de cuentas de la Historia: Enver Pachá
fue sorprendido y murió a manos de combatientes armenios del Ejército Rojo, que
así vengaron el genocidio del millón de armenios cometido por los turcos.
Mientras Enver Pachá perseguía el
humo creyéndose un nuevo Gengis Khan, en Turquía Mustafá Kemal se convertía en
el liberador del país al derrotar a los ocupantes griegos de Anatolia, en el
fundador del nuevo Estado, una Turquía moderna, laica y republicana. Kemal
estableció su capital en Ankara, en el centro de Anatolia, la región de más
pura raza turca, expulsó con las armas a los griegos de Esmirna y logró la
anulación del Tratado de Sèvres y el reconocimiento como turca de la totalidad
de Anatolia y el este de Tracia, lo que forma la actual Turquía.
Era obvio que el enorme carisma y
poderío de Kemal, a quien la Asamblea Nacional adjudicó el apellido Ataturk,
“el padre de los turcos”, no necesitaba ya mover la marioneta del sultán, como
habían hecho los Jóvenes Turcos, y el 1 de noviembre de 1922 abolió el
sultanato y licenció a Mehmet VI. El último sultán salió de Constantinopla en
un buque de guerra inglés, y pasaría lo que le quedaba de vida en un dorado
exilio en la Riviera italiana.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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