La venta del tesoro
(Un texto de Alberto Serrano
Dolader en el suplemento dominical del Heraldo de Aragón del 8 de marzo de
2015)
A mediados del siglo XIX, los
paisanos de Mirambel comenzaron a llamar venta del Tesoro a la que quedaba
extramuros de la población. Al menos, así lo indica Pío Baroja que, barajando
su capacidad de creación literaria con presumibles toques de tradición popular,
dedica una veintena de páginas de una de sus novelas de ambiente aragonés a
explicarnos por qué se escondió en esa posada «un saco con monedas y varios
objetos de oro y de plata», entre los que habría «algunas piezas artísticas de
mucho valor» que alcanzarían precios muy altos en el mercado negro de
antigüedades, en Valencia.
Los hechos -si realmente
sucedieron- deben situarse en 1840. Cuando las tropas liberales tutelaban la
comarca, una partida de cinco carlistas (y una rubia) huía con la pretensión de
unirse, más allá del Ebro, a las fuerzas de Cabrera. Pasaron una noche en la
venta de Mirambel, pretendiendo hacerlo de incógnito. Pero cayeron en una
trampa y, tras ocultar el tesoro con el que viajaban, fueron denunciados. Los
liberales apretaron el gatillo, matando a tres de ellos y capturando a dos, que
fueron enviados a prisión. Entre ellos el que «hacía de jefe», un tal
Navarrito, que «tendría ya de veinticinco a treinta años, era moreno, cetrino,
curtido por el sol, con las cejas espesas y bajo ellas unos ojos negros,
brillantes, como de animal salvaje».
El propietario de la venta
(Pitarque le decían) y un hombre sin escrúpulos y exsecretario de pueblos de la
zona (don Cayo), fueron los delatores. No les movió idea política alguna, sino
la pura avaricia. Calladamente, ellos dos desenterraron el botín. Poco después -entre
rumores nunca probados- comenzaron un meteórico ascenso social y económico. «De
todo aquello se habló mucho y con gran misterio en el pueblo», apostilla Baroja.
Durante ocho años, el Navarrito
tachó los días del calendario en el presidio de Ceuta. Poco antes de que
mediara el XIX reapareció por Mirambel, «viejo, canoso y sombrío»... pero
también con ganas de recuperar sus perras. Navarrito picó una y otra vez sin éxito
en la antigua venta, que ya había cambiado de manos y «se había convertido en
un almacén de paja y carros». Ató cabos y, tras enterarse de la muerte de don
Cayo, centro todas sus sospechas y su ira en Pitarque.
Acertó Navarrito al intuir la
jugarreta que le había gastado años atrás. Al final, no queda vivo ni el
apuntador. Les recomiendo que lean la historia en las páginas centrales de 'La venta
de Mirambel', la novela que dio a la imprenta Baroja en 1931.
Por cierto, entre Mirambel y la
Cuba hay un alto del Oro, pero es otra historia que les contaré cuando logre
enterarme del todo de lo que oculta el topónimo. En todo caso, no se hagan
muchas ilusiones porque el franciscano aragonés José Antonio Hebrera y Esmir ya
escribió al final del XVII que «en la tierra en que se cría oro, no nace yerba
que aproveche, flor que divierta a los ojos, recree al olfato, ni fruta que
arrebate el gusto».
O sea, que mejor no hacerse rico.
Etiquetas: Cuentos y leyendas
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