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viernes, julio 14

Cagotes, los “intocables” de Francia



(Un texto de Tom Knox en el suplemento Crónica de El Mundo del 13 de junio de 2010)

Eran apaleados si no se cambiaban de acera cuando pasaba un francés, los curas en las iglesias les tiraban las hostias como si fueran perros, decían que por sus venas corría sangre verde. Vivían en los Pirineos y si infringían una norma eran sometidos a las más crueles torturas. Marie Pierre, la última superviviente de la raza maldita, nos cuenta la historia de los «cagotes».

Es una de las últimas de su estirpe, memoria andante de épocas turbulentas en las que se cometieron los más horrendos actos de violencia contra un pueblo vulnerable, el suyo. Sin embargo, sentada en la sala de estar de su vivienda, a las afueras de la ciudad de Tarbes, al sur de Francia, Marie Pierre Manet-Beauzac podría ser una señora como cualquier otra. Ensaya una sonrisa melancólica, se pasa la mano por su cuidado pelo negro y manda salir de la habitación a sus hijos, educados y agradables. Sus antecedentes y sus genes ocultan una historia extraordinaria, la historia de una raza maldita y singular, que ha sido objeto de vejaciones y agresiones sin paliativos, y todo eso en una Francia supuestamente civilizada, de la que todavía hay testimonios directos.

Pocas personas han oído hablar de este caso. Es uno más de los horrores que se han silenciado en la historia de Europa, unos hechos que documento en mi nuevo libro.

Aquí, en esta tarde tranquila de verano, Marie quiere contarme lo que ocurrió con su pueblo, un pueblo ignorante. ¿Quién es Marie? Es una cagote. Eso significa que posiblemente sea la última de una estirpe de misteriosos intocables europeos de piel oscura que, sin la menor compasión, han sido objeto de un trato vejatorio como ciudadanos de segunda clase durante al menos un millar de años, principalmente en los Pirineos pero también en regiones vecinas a lo largo de la costa occidental francesa, hasta Bretaña.

De estos parias, los cagotes, se pensaba que eran diferentes en el peor y más horrible sentido de la palabra: aquejados de cretinismo, plagados de enfermedades y propensos a la delincuencia. Algunos afirmaban que eran bisexuales y que eran portadores de poderes de magia negra. Rumores descabellados decían de ellos que emitían un calor corporal tan febril que desecaban una manzana con cogerla en sus manos; otros afirmaban que por sus venas corría sangre verde, un líquido sanguinolento que en todos los Viernes Santos se les salía por el ombligo.

Se suponía que tenían una cabeza rara, pies de pato y orejas deformes (oreja de agote es una expresión médica que se utiliza todavía para designar la falta de lóbulo en la oreja). Los rumores más terribles iban mucho más lejos que la propensión a las enfermedades y las deformidades; las acusaciones de ser psicópatas y asesinos, y hasta la de canibalismo, no eran nada extrañas.

No es de extrañar que todo el mundo rechazara a unos individuos tan horribles e infecciosos. Se promulgó contra ellos un sinfín de prohibiciones, de forma tal que las personas puras, es decir, los campesinos franceses comunes y comentes, pudieran evitar todo contacto con los cagotes. ¿Cuáles eran las razones de que se les tratara tan inicuamente? incluso hoy la respuestas llegan rodeadas de un misterio inquietante.

Una de las razones es el sentimiento de culpa: los propios cagotes, los supervivientes de las persecuciones, han preferido mantener su identidad en secreto. Se han asimilado [al resto de la sociedad], se han casado fuera de su círculo social, han cambiado de nombre, con la esperanza quizás (y por fin), de escapar a su condición de apestados.

Marie, la última cagote, mientras me cuenta cómo se decidió a emprender sus investigaciones, no levanta la vista de la alfombra de su cuarto de estar, hecha un manojo de nervios. «Cuando tuve mi primer hijo, me entró la curiosidad por saber, como muchos padres y madres, de dónde veníamos nosotros, así que empecé a investigar y fui averiguando el árbol genealógico de mi familia a lo largo de generaciones, en muchas aldeas de los Pirineos», cuenta. «Me di cuenta de que entre mis ancestros abundaban unos nombres determinados y unos determinados oficios, concretamente muchos carpinteros, cesteros, cordeleros…, todos ellos, personas humildes que vivían en las peores zonas de cada localidad. No tardé en caer en la cuenta que yo compartía esta identidad de la que apenas si se habla en Francia. Yo era una cagote».

Marie explica a grandes rasgos lo poco que se conoce de los cagotes… Surgen como pueblo en los albores de la antigüedad; en documentos legales que pueden fecharse en el año 1000, aproximadamente. Su origen es en parte tan poco claro porque, a propósito, los propios cagotes se han cuidado muy mucho de no dejarse ver por nadie. A raíz de la revolución francesa, se abolieron formalmente las leyes en contra de los cagotes; alrededor de la misma época, gran número de ellos saquearon los archivos de sus localidades y destruyeron los registros oficiales de sus antepasados.

Con posterioridad a 1789, muchos emigraron para escapar del odio y de las vejaciones, que no habían cesado sino que seguían produciéndose en las zonas rurales. Ese odio había llegado a ser endémico; datos del siglo XIII muestran que ya entonces estaban considerados como una casta enormemente inferior, los intocables del oeste de Francia.

Desde la época del Medievo y hasta prácticamente todo el siglo XIX, a los cagotes se les mantuvo apartados de múltiples maneras. Tenían reservadas sus propias zonas dentro de las poblaciones, habitualmente en la orilla del rio en la que la malaria era más común, lejos del centro, a una distancia segura de los mercados, las tabernas y las tiendas. Estos reductos sórdidos eran conocidos como cagoterías. Se pueden encontrar todavía restos de estos barrios en localidades pirenaicas poco accesibles. Se les permitía acudir al mercado en días determinados (los lunes, normalmente), de manera que el resto de la población sabía cuándo no tenía que salir de casa para no encontrarse con aquellos indeseables contaminados. Ahora bien, si se equivocaban de día al ir a hacer sus compras, el castigo que se les reservaba era brutal; la vuelta a sus barrios iba acompañada de golpes y azotes continuos. Incluso cuando se les autorizaba a entrar en las poblaciones los cagotes tenían que observar reglas muy estrictas. No tenían permitido andar por el medio de las calles. Si se cruzaban con una persona que no era cagote, tenían que echarse a un lado y aguantar a pie firme, callados y sin rechistar, en los albañales.

En un paralelismo asombroso con el trato que los nazis dispensaron a los judíos, los cagotes estaban obligados a llevar un símbolo prendido en el pecho, un pie de pato, rojo o amarillo, ya fuera real o hecho con un trapo (ese pie de pato simbolizaba sus propios pies palmeados). Asimismo se les prohibía llevar cuchillos u otras armas y se les obligaba a llevar una capucha que les cubriera el rostro.

Subraya Marie que el signo más patético de intolerancia se producía en las iglesias. «Eran devotos cristianos, aunque la Iglesia católica los tratara con desprecio. En los templos, tenían que utilizar unas pilas [de agua bendita] aparte y entrar por unas puertas reservadas a ellos. Las puertas eran por lo general tan bajas que se veían obligados a agacharse al entrar, con lo que se ponla claramente de manifiesto su baja condición social».

En los Pirineos quedan todavía al menos 60 iglesias que conservan sus entradas para cagotes. «Cuando el cura daba la comunión, se acercaba a los bancos reservados a los cagotes y les tiraba la sagrada hostia como si fueran perros». Los curas más comprensivos utilizaban un cucharón largo, de madera, para poder darles la forma sin tocar a los desventurados intocables.

Se les prohibía ejercer la mayor parte de los oficios, salvo uno que no les disputaban, el de hacer los ataúdes para los muertos. También eran expertos carpinteros y constructores de tejados; no deja de ser un sarcasmo que levantaran muchas de las iglesias pirenaicas de las que luego se les excluía en parte. «El matrimonio entre cagotes y no cagotes era, por supuesto, prácticamente imposible», añade Marie Pierre con un suspiro. Sin embargo, no eran infrecuentes las relaciones amorosas por encima de las barreras; hay canciones melancólicas de los siglos XVI Y XVII que lloran estos trágicos amoríos prohibidos.

Los cagotes podían ser sometidos a crueldades horripilantes a manos de sus perseguidores, A principios del siglo XVIII, en la región de Las Landas, un cagote que habla conseguido vivir bien fue sorprendido usando la fuente reservada a los no cagotes; le cortaron la mano sin el menor miramiento y la colgaron con clavos de la puerta de la iglesia. A otro cagote que se atrevió a cultivar unos campos que no eran suyos le perforaron los pies con unos barrotes de hierro candente. En Lourdes, al cagote que transgrediera las normas le arrancaban dos tiras de carne (con indicación expresa de que debían pesar exactamente dos onzas cada una) a cada lado de la columna vertebral. «Si se cometía un delito cualquiera en una aldea, al que se echaba siempre la culpa era al cagote. A algunos los quemaron en la hoguera».

Marie Pierre cree que los cagotes fueron esclavos de los godos que invadieron Francia en la Alta Edad Media. De ahí los etimologistas han deducido que el termino cagote procede del latín cani Gothi, literalmente, perros de los godos. También sería posible que el término cagote se derivara sencillamente de la palabra ‘caca’, una expresión elemental para humillar a cualquier persona.

En lo que concierne a Marie Pierre, ella no tiene la menor duda de cuáles son sus orígenes: «Creo que los cagotes son descendientes de guerreros moros de piel oscura que se quedaron aquí a raíz de las invasiones musulmanas de España y Francia en el siglo VIII y que se cruzaron con gente de estas tierras, posiblemente con vascos».

Añade Marie-Pierre: «Como usted podrá comprobar, yo soy de piel bastante oscura y mi hija Sylvia es laque tiene la piel más oscura de toda su clase [de la escuela]». Su teoría de que los cagotes descienden de musulmanes cuenta con el respaldo de expertos franceses, lo que explica además el rechazo de los cagotes por motivos de religión. En cuanto a la posibilidad de que sean una mezcla de razas, la idea es coherente con la suerte que corren otros grupos sociales despreciados como el suyo.

Pregunto a Marie Pierre si me dejarla sacar una foto de su hija Sylvia. Mueve la cabeza en señal de desaprobación. «Lo siento, pero no. Yo no tengo ningún inconveniente en reconocer de dónde vengo. Ahora bien, si la gente se enterara de cuáles son los antepasados de mis hijos… A ellos podría resultarles difícil». Mira por la ventana, hacia los Pirineos, verdes en la lejanía. «lncluso ahora es una vergüenza ser un cagote. Incluso ahora persiste el odio…», concluye.

El libro de Tom Knox, The Marks Of Cain (Las marcas de Caín), ha sido publicado por la editorial Harper Collins.

«AGOTES» EN NAVARRA

La moderna sociedad francesa prefiere que no se hable de las vejaciones que padecieron los antepasados de Marie Pierre. He aquí la razón por la que Marie es tan importante. Como puede ser la última cagote de Francia (desde luego, es la última dispuesta a reconocer su identidad racial), Marie se ha dedicado a rastrear su árbol genealógico y ha conseguido hacer averiguaciones apasionantes. «Cuando tuve mi primer hijo descubrí nuestra historia. Era una cagote». Así nació su investigación personal que completó el escritor ‘bestselleriano’ Tom Knox (su nombre real es Sean Thomas, un periodista con 20 años de experiencia).

Knox descubrió que la obra Histoire Des Races Maudites [Historia de las razas malditas], publicada en 1847 por Francisque Michel, contenfa uno de los primeros estudios sobre los cagotes. El autor se encontró con cagotes que tenían «un pelo castaño ensortijado». Michel encontró, asimismo, que había al menos todavía 10.000 cagotes repartidos por toda la Gascuña y Navarra y que seguían siendo objeto de fuerte represión cuando hablan transcurrido ya casi 70 años desde que se suponía que la casta de los cagotes habla sido abolida oficialmente.

El fenómeno también se retrató en España. Se les llamaba agotes, un pueblo discriminado durante siglos, cuya presencia se detecta desde el siglo XII principalmente en el Valle del Baztán (Navarra). Pío Baroja los describió así: «cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblicuos, cráneo braquicéfalo, tez blanca, pálida y pelo castaño o rubio; no se parece en nada al vasco clásico. Es un tipo centroeuropeo o del norte. Hay viejos de Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico, También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano…».

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