Cagotes, los “intocables” de Francia
(Un texto de Tom Knox en el suplemento Crónica de El Mundo
del 13 de junio de 2010)
Eran apaleados si no se cambiaban de acera cuando pasaba un
francés, los curas en las iglesias les tiraban las hostias como si fueran
perros, decían que por sus venas corría sangre verde. Vivían en los Pirineos y
si infringían una norma eran sometidos a las más crueles torturas. Marie
Pierre, la última superviviente de la raza maldita, nos cuenta la historia de
los «cagotes».
Es una de las últimas de su estirpe, memoria andante de
épocas turbulentas en las que se cometieron los más horrendos actos de
violencia contra un pueblo vulnerable, el suyo. Sin embargo, sentada en la sala
de estar de su vivienda, a las afueras de la ciudad de Tarbes, al sur de
Francia, Marie Pierre Manet-Beauzac podría ser una señora como cualquier otra.
Ensaya una sonrisa melancólica, se pasa la mano por su cuidado pelo negro y manda
salir de la habitación a sus hijos, educados y agradables. Sus antecedentes y
sus genes ocultan una historia extraordinaria, la historia de una raza maldita
y singular, que ha sido objeto de vejaciones y agresiones sin paliativos, y
todo eso en una Francia supuestamente civilizada, de la que todavía hay
testimonios directos.
Pocas personas han oído hablar de este caso. Es uno más de
los horrores que se han silenciado en la historia de Europa, unos hechos que documento
en mi nuevo libro.
Aquí, en esta tarde tranquila de verano, Marie quiere
contarme lo que ocurrió con su pueblo, un pueblo ignorante. ¿Quién es Marie? Es
una cagote. Eso significa que
posiblemente sea la última de una estirpe de misteriosos intocables europeos de
piel oscura que, sin la menor compasión, han sido objeto de un trato vejatorio
como ciudadanos de segunda clase durante al menos un millar de años,
principalmente en los Pirineos pero también en regiones vecinas a lo largo de
la costa occidental francesa, hasta Bretaña.
De estos parias, los cagotes,
se pensaba que eran diferentes en el peor
y más horrible sentido de la palabra: aquejados de cretinismo, plagados de
enfermedades y propensos a la delincuencia. Algunos afirmaban que eran
bisexuales y que eran portadores de poderes de magia negra. Rumores
descabellados decían de ellos que emitían un calor corporal tan febril que
desecaban una manzana con cogerla en sus manos; otros afirmaban que por sus
venas corría sangre verde, un líquido sanguinolento que en todos los Viernes Santos
se les salía por el ombligo.
Se suponía que tenían una cabeza rara, pies de pato y orejas
deformes (oreja de agote es una
expresión médica que se utiliza todavía para designar la falta de lóbulo en la
oreja). Los rumores más terribles iban mucho más lejos que la propensión a las
enfermedades y las deformidades; las acusaciones de ser psicópatas y asesinos,
y hasta la de canibalismo, no eran nada extrañas.
No es de extrañar que todo el mundo rechazara a unos
individuos tan horribles e infecciosos. Se promulgó contra ellos un sinfín de prohibiciones,
de forma tal que las personas puras,
es decir, los campesinos franceses comunes y comentes, pudieran evitar todo
contacto con los cagotes. ¿Cuáles
eran las razones de que se les tratara tan inicuamente? incluso hoy la
respuestas llegan rodeadas de un misterio inquietante.
Una de las razones es el sentimiento de culpa: los propios cagotes, los supervivientes de las
persecuciones, han preferido mantener su identidad en secreto. Se han asimilado
[al resto de la sociedad], se han casado fuera de su círculo social, han
cambiado de nombre, con la esperanza quizás (y por fin), de escapar a su condición
de apestados.
Marie, la última cagote,
mientras me cuenta cómo se decidió a emprender sus investigaciones, no levanta la
vista de la alfombra de su cuarto de estar, hecha un manojo de nervios. «Cuando
tuve mi primer hijo, me entró la curiosidad por saber, como muchos padres y
madres, de dónde veníamos nosotros, así que empecé a investigar y fui averiguando
el árbol genealógico de mi familia a lo largo de generaciones, en muchas aldeas
de los Pirineos», cuenta. «Me di cuenta de que entre mis ancestros abundaban unos
nombres determinados y unos determinados oficios, concretamente muchos
carpinteros, cesteros, cordeleros…, todos ellos, personas humildes que vivían
en las peores zonas de cada localidad. No tardé en caer en la cuenta que yo compartía
esta identidad de la que apenas si se habla en Francia. Yo era una cagote».
Marie explica a grandes rasgos lo poco que se conoce de los cagotes… Surgen como pueblo en los
albores de la antigüedad; en documentos legales que pueden fecharse en el año 1000,
aproximadamente. Su origen es en parte tan poco claro porque, a propósito, los
propios cagotes se han cuidado muy
mucho de no dejarse ver por nadie. A raíz de la revolución francesa, se
abolieron formalmente las leyes en contra de los cagotes; alrededor de la misma época, gran número de ellos
saquearon los archivos de sus localidades y destruyeron los registros oficiales
de sus antepasados.
Con posterioridad a 1789, muchos emigraron para escapar del odio
y de las vejaciones, que no habían cesado sino que seguían produciéndose en las
zonas rurales. Ese odio había llegado a ser endémico; datos del siglo XIII
muestran que ya entonces estaban considerados como una casta enormemente
inferior, los intocables del oeste de Francia.
Desde la época del Medievo y hasta prácticamente todo el
siglo XIX, a los cagotes se les
mantuvo apartados de múltiples maneras. Tenían reservadas sus propias zonas dentro
de las poblaciones, habitualmente en la orilla del rio en la que la malaria era
más común, lejos del centro, a una distancia segura de los mercados, las
tabernas y las tiendas. Estos reductos sórdidos eran conocidos como cagoterías. Se pueden encontrar todavía
restos de estos barrios en localidades pirenaicas poco accesibles. Se les permitía
acudir al mercado en días determinados (los lunes, normalmente), de manera que
el resto de la población sabía cuándo no tenía que salir de casa para no encontrarse
con aquellos indeseables contaminados.
Ahora bien, si se equivocaban de día al ir a hacer sus compras, el castigo que se
les reservaba era brutal; la vuelta a sus barrios iba acompañada de golpes y azotes
continuos. Incluso cuando se les autorizaba a entrar en las poblaciones los cagotes tenían que observar reglas muy
estrictas. No tenían permitido andar por el medio de las calles. Si se cruzaban
con una persona que no era cagote,
tenían que echarse a un lado y aguantar a pie firme, callados y sin rechistar,
en los albañales.
En un paralelismo asombroso con el trato que los nazis
dispensaron a los judíos, los cagotes
estaban obligados a llevar un símbolo prendido en el pecho, un pie de pato,
rojo o amarillo, ya fuera real o hecho con un trapo (ese pie de pato
simbolizaba sus propios pies palmeados). Asimismo se les prohibía llevar
cuchillos u otras armas y se les obligaba a llevar una capucha que les cubriera
el rostro.
Subraya Marie que el signo más patético
de intolerancia se producía en las iglesias. «Eran devotos cristianos, aunque
la Iglesia católica los tratara con desprecio. En los templos, tenían que
utilizar unas pilas [de agua bendita] aparte y entrar por unas puertas
reservadas a ellos. Las puertas eran por lo general tan bajas que se veían
obligados a agacharse al entrar, con lo que se ponla claramente de manifiesto
su baja condición social».
En los Pirineos quedan todavía al menos 60 iglesias que conservan
sus entradas para cagotes. «Cuando el
cura daba la comunión, se acercaba a los bancos reservados a los cagotes y les tiraba la sagrada hostia
como si fueran perros». Los curas más comprensivos utilizaban un cucharón largo,
de madera, para poder darles la forma sin tocar a los desventurados intocables.
Se les prohibía ejercer la mayor parte de los oficios, salvo
uno que no les disputaban, el de hacer los ataúdes para los muertos. También
eran expertos carpinteros y constructores de tejados; no deja de ser un
sarcasmo que levantaran muchas de las iglesias pirenaicas de las que luego se
les excluía en parte. «El matrimonio entre cagotes
y no cagotes era, por supuesto,
prácticamente imposible», añade Marie Pierre con un suspiro. Sin embargo, no
eran infrecuentes las relaciones amorosas por encima de las barreras; hay
canciones melancólicas de los siglos XVI Y XVII que lloran estos trágicos amoríos
prohibidos.
Los cagotes podían
ser sometidos a crueldades horripilantes a manos de sus perseguidores, A principios
del siglo XVIII, en la región de Las Landas, un cagote que habla conseguido vivir bien fue sorprendido usando la fuente
reservada a los no cagotes; le
cortaron la mano sin el menor miramiento y la colgaron con clavos de la puerta
de la iglesia. A otro cagote que se
atrevió a cultivar unos campos que no eran suyos le perforaron los pies con
unos barrotes de hierro candente. En Lourdes, al cagote que transgrediera las normas le arrancaban dos tiras de
carne (con indicación expresa de que debían pesar exactamente dos onzas cada
una) a cada lado de la columna vertebral. «Si se cometía un delito cualquiera
en una aldea, al que se echaba siempre la culpa era al cagote. A algunos los quemaron en la hoguera».
Marie Pierre cree que los cagotes fueron esclavos de los godos que invadieron Francia en la
Alta Edad Media. De ahí los etimologistas han deducido que el termino cagote procede
del latín cani Gothi, literalmente, perros de los godos. También sería posible
que el término cagote se derivara
sencillamente de la palabra ‘caca’, una expresión elemental para humillar a
cualquier persona.
En lo que concierne a Marie Pierre, ella no tiene la menor
duda de cuáles son sus orígenes: «Creo que los cagotes son descendientes de guerreros moros de piel oscura que se
quedaron aquí a raíz de las invasiones musulmanas de España y Francia en el
siglo VIII y que se cruzaron con gente de estas tierras, posiblemente con
vascos».
Añade Marie-Pierre: «Como usted podrá comprobar, yo soy de
piel bastante oscura y mi hija Sylvia es laque tiene la piel más oscura de toda
su clase [de la escuela]». Su teoría de que los cagotes descienden de musulmanes cuenta con el respaldo de expertos
franceses, lo que explica además el rechazo de los cagotes por motivos de religión. En cuanto a la posibilidad de que
sean una mezcla de razas, la idea es coherente con la suerte que corren otros
grupos sociales despreciados como el suyo.
Pregunto a Marie Pierre si me dejarla sacar una foto de su
hija Sylvia. Mueve la cabeza en señal de desaprobación. «Lo siento, pero no. Yo
no tengo ningún inconveniente en reconocer de dónde vengo. Ahora bien, si la
gente se enterara de cuáles son los antepasados de mis hijos… A ellos podría resultarles
difícil». Mira por la ventana, hacia los Pirineos, verdes en la lejanía. «lncluso
ahora es una vergüenza ser un cagote.
Incluso ahora persiste el odio…», concluye.
El libro de Tom Knox, The Marks Of Cain (Las marcas de Caín),
ha sido publicado por la editorial Harper Collins.
«AGOTES» EN NAVARRA
La moderna sociedad francesa prefiere que no se hable de las
vejaciones que padecieron los antepasados de Marie Pierre. He aquí la razón por
la que Marie es tan importante. Como puede ser la última cagote de Francia (desde luego, es la última dispuesta a reconocer su
identidad racial), Marie se ha
dedicado a rastrear su árbol genealógico y ha conseguido hacer averiguaciones
apasionantes. «Cuando tuve mi primer hijo descubrí nuestra historia. Era una cagote». Así nació su investigación personal
que completó el escritor ‘bestselleriano’ Tom Knox (su nombre real es Sean
Thomas, un periodista con 20 años de experiencia).
Knox descubrió que la obra Histoire Des Races Maudites [Historia de las razas malditas],
publicada en 1847 por Francisque Michel, contenfa uno de los primeros estudios
sobre los cagotes. El autor se
encontró con cagotes que tenían «un
pelo castaño ensortijado». Michel encontró, asimismo, que había al menos
todavía 10.000 cagotes repartidos por
toda la Gascuña y Navarra y que seguían siendo objeto de fuerte represión cuando
hablan transcurrido ya casi 70 años desde que se suponía que la casta de los cagotes habla sido abolida oficialmente.
El fenómeno también se retrató en España. Se les llamaba agotes, un pueblo discriminado durante
siglos, cuya presencia se detecta desde el siglo XII principalmente en el Valle
del Baztán (Navarra). Pío Baroja los describió así: «cara ancha y juanetuda,
esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes
ojos azules o verdes claros, algo oblicuos, cráneo braquicéfalo, tez blanca,
pálida y pelo castaño o rubio; no se parece en nada al vasco clásico. Es un tipo
centroeuropeo o del norte. Hay viejos de Bozate que parecen retratos de Durero,
de aire germánico, También hay otros de cara más alargada y morena que
recuerdan al gitano…».
Etiquetas: Culturilla general
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