El incendio de Atlanta
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 14 de noviembre
de 2011)
Atlanta (Georgia), 15 de noviembre de 1864 · El general
Sherman prende fuego a la capital de Georgia, preludio de su destructiva Marcha
hacia el mar.
Para el mundo entero es una secuencia cumbre de la
película más mítica de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó, pero
para la memoria colectiva del Sur el incendio de Atlanta es el arquetipo de la
perfidia yanqui, el primer acto de lo que en esa parte de Estados Unidos llaman
la infameMarcha hacia el mar de Sherman.
La Guerra de Secesión empezó con una serie de espectaculares
victorias del ejército del Sur, donde abundaban los oficiales brillantes y
sobraba entusiasmo patriótico entre la tropa. Poco a poco, sin embargo, fue
dándole la vuelta a la situación la superioridad económica, industrial y
demográfica del Norte, así como la determinación política de Abraham Lincoln.
Uno de sus aciertos fue nombrar comandantes tan decididos a ganar como él. En
1864 era general en jefe Ulises S. Grant, y jefe del teatro occidental de
operaciones William Tecumseh Sherman, dos hombres capaces de llevar a cabo una
nueva clase de guerra, la guerra total.
Mientras los generales del Sur soñaban con victoriosas
batallas al estilo de Napoleón, los del Norte avanzaban lo que serían las
conflagraciones del siglo XX, y buscaban encarnizadamente destruir la capacidad
de producción del enemigo y la moral de su población. Con esta idea, Sherman se
lanzó a “quebrar la columna dorsal del Sur” en el verano de 1864. Su primer
objetivo era Atlanta, capital de Georgia, centro de abastecimientos de gran
valor estratégico situado en el centro de la Confederación, lo que le daba
además una importancia simbólica. La conquistó el 1 de septiembre, y se preparó
para iniciar desde allí una ofensiva que, desde el punto de vista del Sur,
sería el paroxismo de la brutalidad.
Sherman estudió los censos de población para buscar
las zonas de agricultura más rica y de concentración de manufacturas, donde la
política de tierra quemada tuviera unos efectos más desastrosos. El presidente
Lincoln albergaba dudas sobre la ofensiva, pero finalmente fue autorizada
mediante un telegrama del general Grant que decía simplemente: “Go as you
propose” (“Adelante según propone”). Entonces, antes de salir de Atlanta
con su ejército, Sherman ordenó que la abandonase la población para prenderle
fuego.
El Ayuntamiento le imploró que no lo hiciese, pero
Sherman dio su famosa respuesta: “Ustedes no pueden calificar la guerra en
términos más duros que yo: la guerra es crueldad, y ustedes no la pueden
civilizar. Aquellos que llevaron la guerra a nuestro país –añadió refiriéndose
a los sudistas- merecen todas las maldiciones y condenas que la gente pueda
verter sobre ellos”. Y quemó Atlanta.
La Marcha hacia el mar avanzó desde Atlanta en
dirección Sudeste, hacia el puerto atlántico de Savannah, cortando el Sur por
su centro. Iba organizado en dos alas, el Ejército de Tennessee por la derecha
y el Ejército de Georgia por la izquierda. Pronto les acompañaron las
“maldiciones y condenas” que según Sherman se merecían los sudistas.
Los hombres de Sherman quemaban cosechas, mataban el
ganado, saqueaban poblaciones, destruían cualquier forma de industria,
manufactura, almacén, molino o infraestructura de comunicación que encontraban
a su paso. Arrancaban el hilo del telégrafo y los raíles de ferrocarril, con
los que hacían las célebres corbatas de Sherman: ponían la parte central
del raíl sobre una hoguera hasta que empezaba a fundirse, y entonces lo
doblaban por ahí sobre un poste, haciendo una especie de corbata alrededor de
él.
La Marcha hacia el mar no causó muchos
muertos. Se respetaba a los civiles y las tropas sudistas no se enfrentaron a
Sherman, pero dejó tras de sí a una población condenada al hambre y la miseria.
Aunque el incendio que pasó a la Historia fue el de Atlanta, Sherman también
quemó algunas otras ciudades, como Columbia, capital de Carolina del Sur, o
parte de Savannah, una de las ciudades más bellas de Estados Unidos, donde
concluyó con éxito la Marcha en diciembre de 1864.
Tres cuartos de siglo después del incendio de Atlanta,
una periodista de esa ciudad llamada Margaret Mitchell escribió un largo
folletín donde recogía los sentimientos que la guerra había dejado en las
gentes del Sur. Lo publicó con el título de Lo que el viento se llevó, e
inmediatamente se convirtió en un best- seller en Estados Unidos. Pero
lo que hizo que se recuerde en todo el mundo aquel acontecimiento de la Guerra
de Secesión norteamericana fue el cine.
La película.
Un visionario productor de Hollywood, David O.
Selznick, decidió literalmente quemar sus naves a principios de 1939. Selznick
había pagado una fortuna por los derechos de Lo que el viento se llevó,
y se embarcó en una producción que sería realmente épica. Todavía no había
resuelto el problema fundamental, encontrar una actriz para el papel
protagonista de Escarlata O’Hara, cuando decidió empezar el rodaje de forma
grandiosa. Quemaría todos los decorados de sus estudios para rodar en vivo las
escenas del incendio de la ciudad sudista de Atlanta, y de esas cenizas
surgiría su película como un ave Fénix. Selznick convirtió la quema de sus
estudios en un gran acto de promoción de Lo que el viento se llevó, y
entre los invitados al evento se encontraba la que sería el alma de la
película, su futura protagonista, Vivian Leigh.
Curiosamente, el incendio de Selznick no tenía nada
que ver con el de la realidad, era una mixtificación del acontecimiento
histórico, como tantas veces sucede en el cine. En la película no era Sherman,
sino los propios sudistas quienes provocaban el fuego en su retirada. Pese a
este cambio de responsabilidad, ni los del Sur se lo tomaron mal ni los del
Norte se lo tomaron bien. Estaba todavía tan presente en el subconsciente
colectivo de unos y otros el cliché de la quema de Sherman que no vieron lo que
se contaba en la pantalla, sino lo que recordaban.
La influyente asociación Daughters of Union Veterans
of the Civil War (Hijas de Veteranos Unionistas de la Guerra Civil), que reunía
a descendientes de combatientes nordistas, amenazaba con boicotear la película
por recordar este pasaje terrible. Era el contratiempo que le faltaba al
homérico rodaje; Selznick, aterrado porque una campaña así podía arruinar la
exhibición de la película en Estados Unidos, dio orden a su departamento
publicitario de que nunca se hablara del incendio de Atlanta. Una orden
imposible de cumplir, porque ese incendio, su rodaje en vivo de los estudios
ardiendo, había entrado ya por derecho propio en la mitología del séptimo arte.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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