La vuelta al mundo con faldas… y en 72 días
(Un reportaje de Manel Loureiro en El Mundo del 10 de
diciembre de 2017)
Cómo 15
años después de que saliera el célebre libro de Julio Verne, dos mujeres
partieron de Nueva York dispuestas a batir la marca de Phileas Fogg. Y el
sorprendente fin de carrera que el destino tenía guardado
para las valientes Nellie Bly y Elizabeth Bisland.
La
historia que les voy a contar es digna de una novela -y en cierta medida tiene
algo de novelesca, pues arranca con un libro de Julio Verne-, pero además es una historia de superación, tesón y constancia,
una historia de romper límites y de negarse a aceptar que ser mujer pudiese convertirse en un impedimento para viajar o hacer trabajos reservados basta entonces a los
hombres. Esta es la historia de dos mujeres valientes, Nellie Bly y su rival Elizabeth
Bisland, que se
atrevieron a lo imposible y cuyas vidas quedaron desde ese momento enlazadas
para siempre. Pónganse cómodos, empezamos.
Estamos
en 1889. Nellie Bly -que en realidad se llama Elizabeth Jane Cochran- es una periodista que trabaja en el New York World, un periódico propiedad de Joseph
Pulitzer (sí, el
mismo Pulitzer que más adelante le daría su nombre al famoso galardón), y que no deja de sorprender a su poderoso jefe. En aquel entonces, las pocas mujeres que hacían periodismo se veían relegadas a las
llamadas «páginas femeninas», una sección
del periódico en la que se hablaba de cocina, cuidado
de los hijos, higiene doméstica... y poco más. Las partes serias
del periodismo
quedaban reservadas a los hombres, pero Nellie Bly iba a demostrar enseguida
que eso podía cambiar. Al poco tiempo de entrar en el New York World, hizo una de
las primeras investigaciones encubiertas de la historia
del periodismo, al fingir que estaba loca para que le encerrasen durante 10 días
en un manicomio y comprobar de primera mano cómo era el trato a los internos.
Cuando Pulitzer la sacó del encierro, tras los 10 días pactados, Nellie Bly escribió un reportaje estremecedor
sobre las horribles condiciones de los asilos mentales de la época. Seca, directa y audaz, la inquieta Nellie no soportaba bien los
rígidos corsés morales de la época
y por eso le hizo a su jefe una sorprendente
proposición.
Apenas
15 años antes, Julio Verne había
publicado La vuelta al mundo en 80 días y obtenido de inmediato un éxito
mundial. Pues bien, Nellie se proponía intentar emular el viaje de Phileas Fogg
en la vida real, para comprobar si era posible hacer la vuelta alrededor del
globo en menos de 80 días. Pulitzer, que era un lince
para la publicidad, enseguida vio el potencial sensacionalista de la historia.
Una mujer, sola y sin compañía, intentando hacer lo que
ningún avezado explorador había
conseguido antes.
Cuando
publicó el desafío de Nellie Bly a toda página en la portada del periódico, las
mofas y el escepticismo se sucedían por todas partes: era imposible que una mujer viajase sin un hombre que la protegiera, decían unos. Una mujer tiene que llevar tanto equipaje consigo que será
imposible que pueda moverse rápido, replicaban otros. Algunos incluso dudaban
que una mente femenina estuviese preparada para los rigores y las dificultades
de un viaje tan largo o que los vestidos femeninos le permitiesen viajar con comodidad.
Pero
Nellie, que estaba acostumbrada a los desprecios y a la incredulidad, hizo oídos sordos y se preparó para el
viaje. [Así se ve] en la foto que se publicó el día de su partida […]: Nellie partiría
tan sólo con el vestido que llevaba puesto, un robusto abrigo, un pequeño
maletín con varias mudas de ropa
interior y su neceser y unas 200 libras -la divisa internacional del momento-
en una cartera colgada de su cuello. Nada más. Con eso tendría que apañárselas durante todo el viaje. El entusiasmo que suscitó su desafío fue tal y como Pulitzer había supuesto. El 14 de noviembre de 1889, en medio de una
multitud, Nellie Bly embarcó en un buque rumbo a
Europa para comenzar un viaje de casi 25.000
millas.
Pero
esa misma mañana, un rato antes de que el barco zarpase, John Brixben Walker, editor del Cosmopolitan -un diario rival del New York World de
Pulitzer-, casi se atraganta con el desayuno. Al parecer no se había tomado en
serio el desafío de Nellie Bly, por lo que cuando vio en la portada de la
competencia que la joven estaba
a punto de partir
se sorprendió. De inmediato decidió que si una periodista de su archiadversario Pulitzer iba a dar la
vuelta al mundo, el Cosmopolitan
no podría ser
menos. Así, cuando llegó a su despacho llamó a Elizabeth
Bisland, que trabajaba para él.
No podríamos
encontrar una mujer más opuesta a la intrépida Nellie. De carácter delicado, inclinada a
la literatura y la pintura, Bisland escribía poesía y tenía una profunda formación clásica. Era una mujer más hogareña y
ajustada a la mentalidad victoriana, para entendernos. Por eso es fácil imaginarse la impresión que tuvo que recibir cuando su jefe la informó de que tenía seis
horas para preparar su equipaje y… ¡dar la vuelta al mundo!
Quizás
otra se habría arrugado, pero Elizabeth Bisland, aunque era de carácter tímido,
no era ninguna cobarde. Esa misma
tarde, mientras Nellie
partía rodeada de un gentío rumbo a Europa, Elizabeth salía de forma casi
anónima en dirección opuesta, pero con el mismo objetivo que su rival: ser la
primera persona en dar la vuelta al mundo en menos de 80 días.
La carrera había empezado y la locura
se desató. Los periódicos de Estados Unidos y de medio mundo seguían con pasión
a las dos mujeres en sus respectivos trayectos. Una de ellas iba en dirección
este -Nellie Bly- viajando hacia Europa, mientras Bisland lo hacía al oeste, hacia Asia desde la costa norteamericana. En un principio Nellie ni siquiera era consciente de que estaba en medio de una carrera, hasta que por fin alguien la
informó de que Bisland estaba viajando en dirección opuesta... y al parecer iba
a una velocidad endemoniada. Por lo visto las apariencias engañaban y aquella
redactora del Cosmopolitan de aspecto frágil era una
viajera mucho más dura y avezada de lo que podía suponerse. Bly se dio cuenta
de que tendría que darse aún más prisa si no quería perder su apuesta.
Cada
poco tiempo las aventureras mandaban las crónicas de viaje a sus respectivos
periódicos. Los cables submarinos eran una novedad de la época y permitían que
las noticias llegasen en cuestión de horas casi desde cualquier punto del
globo. Por primera vez en la historia, una noticia tenía dimensión global en
sentido puro… y estaba protagonizada por dos mujeres, para pasmo de muchos.
Cuando
Bly llegó a Francia, en una de sus primeras etapas, hizo algo sorprendente: se desvió unos cientos de kilómetros del
camino más corto para visitar la ciudad de Amiens. ¿Qué extraño motivo podía llevar
a esta mujer a semejante distracción, metida ya en plena carrera? Uno muy
importante. En Amiens vivía nada menos que Julio Verne y Nellie Bly deseaba
conocer al hombre que había hecho germinar en ella la semilla de aquel desafío.
Sin
embargo, el encuentro con Verne no fue como Nellie había supuesto. Si esperaba
que el autor francés la recibiese
con alegría o que la animase en su viaje, no pudo haberse equivocado más. La actitud de Verne con ella fue fría, altiva e incluso
distante. El autor galo le dijo: «Señora, si es usted capaz de hacerlo en 79 días,
yo mismo la felicitaré personalmente», dejando bien claro que pensaba que las
posibilidades de Bly de conseguirlo eran nulas. El visionario Veme no podía
estar más errado y aquel desplante no hizo más que enardecer a Nellie. De Francia
pasó a Brindisi, de
allí al Canal de Suez y pronto, en un largo viaje en barco, llegó a Ceylan.
Durante el trayecto tuvo tiempo para escribir preciosas crónicas de viajes, visitar
una leprosería e incluso comprarse un mono en Singapur, que le daría numerosos dolores de cabeza durante el resto del viaje.
Mientras tanto, Elizabeth Bisland seguía su camino,
inasequible a las dificultades. Tras llegar a China, se cruzó en algún punto de
alta mar con Bly, en pleno sudeste asiático, sin que ninguna de las dos tuviese
la menor idea de que sus caminos transcurrían a pocos kilómetros
en aquel momento. A diferencia de su competidora,
Bisland era de carácter más ordenado y discreto (el hecho de que el Cosmopolitan
fuese mensual y el New York World tuviese una publicación diaria hacia que mucha
menos gente estuviese al tanto de sus crónicas) y si en algún momento se sintió
sobrepasada por el viaje no lo hizo traslucir.
Mientras
tanto, en Nueva York, Pulitzer y Whlker, los dos editores, estaban con su
guerra particular. Ninguno había supuesto que la carrera iba a obtener semejante repercusión pública, así que ambos
decidieron que sus periodistas tenían que ganar a toda
costa.
El
concepto de juego limpio era algo bastante flexible en aquellos tiempos, así que
los dos hombres de negocios se dedicaron sin ningún rubor a regar el camino de sus propias reporteras con sobornos para hacer
que fuesen más rápido... y el camino de la rival con más sobornos todavía para
ralentizar su marcha lo máximo posible. Así, había ferrocarriles que desaparecían misteriosamente del
horario, barcos que sufrían inexplicables averías o, por el contrario,
aparecían de la nada trenes privados que recorrían en días lo que por medios
normales tardarían semanas. Todos estos ardides al
final se acababan anulando entre sí, pero hacían el viaje de las dos
aventureras aún más impredecible.
Finalmente,
el 25 de enero de 1890, a las 15.51, una agotada pero desafiante Nellie Bly
llegaba a la redacción del periódico, tan sólo 72 días, seis horas, 11 minutos
y 14 segundos después de haber salido de Nueva York. Una mujer sola, había establecido
el primer récord alrededor del globo, y había tardado ocho días menos que el
personaje de Verne. De una sola tacada había demostrado que la realidad
superaba a la ficción, que el mundo ya era un sitio
mucho más pequeño y que además las mujeres estaban listas para tomar la iniciativa incluso en las empresas más arriesgadas. El feminismo, que por entonces estaba en sus albores, aplaudió
con fervor la gesta de Bly, así como la mayor parte
del público americano. Se había convertido en una heroína.
Elizabeth
Bisland llegó tres días más tarde, tras haber perdido en el último momento un rápido vapor para cruzar el Atlántico, engañada por una falsa información. Si ésta fue
obra de Pulitzer o un simple error propio es algo poco claro. De todas formas, el tamaño de su gesta no era muy
diferente al de Bly y para mí, tiene incluso más valor: al fin y al cabo Nellie
Bly era una aventurera, llevaba un año preparando su viaje, física y
mentalmente, mientras Bisland se vio arrojada a él en cuestión de horas.
Etiquetas: En femenino, Pequeñas historias de la Historia
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