Noruega, paisaje ilimitado
(Un texto de Gervasio Sánchez en el Heraldo de Aragón del 12
de agosto de 2018)
El
viaje a Noruega lo he realizado este verano. Tardé 3.075 kilómetros en llegar
al puerto de Hirstals en Dinamarca para coger el ferry más rápido del mundo,
según publicita la compañía FjordLine, y alcanzar Kristiansand dos horas y
media después. El ascenso desde el sur hasta Cabo Norte (Nordkapp, en noruego),
el punto más septentrional de Europa continental accesible con coche, ha
superado los 4.750 kilómetros.
Kristiansand
es la quinta ciudad más poblada en un país de apenas
poco más de cinco millones de habitantes diseminados por la cuarta extensión más grande de Europa después de Francia, España y Suecia. Tres
gigantescas espadas vikingas, fundidas en bronce, de diez
metros de altura y clavadas en la dura roca, se pueden ver en Sverd i fjell, a
unos kilómetros de esta ciudad. El monumento conmemora una batalla en 872 que
permitió la unificación del gran territorio noruego.
Para
muchos turistas, Preikestolen, la formación rocosa cuyo nombre significa 'púlpito',
es el plato fuerte de su viaje a Noruega. ¿Quién no se ha imaginado suspendido
de esta roca en pleno vacío y de la que te puedes caer si te da un mareo? El
trayecto es relativamente duro para cualquier persona que no esté en forma. Son cuatro kilómetros de
senderos de montaña con tramos muy escarpados que parecen interminables. El saliente
que se asoma sobre el fiordo tiene una caída vertical de 604 metros. Es una meseta
de 25 metros cuadrados que actúa como un mirador espectacular que permite
acercarte y retratarte a centímetros del abismo.
BERGEN.
Bergen es una
parada obligatoria aunque no te gusten las masas turísticas. Es lugar de salida
para visitar varios fiordos y siempre hay miles de personas paseando por su
corazón histórico, un barrio antiguo llamado Bryggen. En Kode 3 está la
colección Rasmus Meyer, un comerciante local que se convirtió en uno de los
primeros coleccionistas de obras de Edvard Munch, uno de los mejores pintores
de la historia, referencia para el expresionismo alemán y capaz de diseccionar
el alma humana como pocos.
Las
carreteras noruegas son estrechas y hay que tener cuidado con las
señalizaciones. A veces cuesta recordar el límite de la velocidad y hay cámaras
por todas partes. Es imposible aburrirse. En una parte del trayecto el sol se
filtra entre las nubes y provoca que casas, montículos y barcazas se reflejen
en el agua, logrando que todo se duplique y adquiera una atmósfera irreal, como
si se tratara de una película épica de ciencia ficción. A cada curva hay que
parar el coche para admirar los juegos de luces que producen los reflejos en el
agua. Como la naturaleza siempre es caprichosa, podría pasar mil veces por este mismo lugar y no volver a encontrar las
potentes imágenes de postal. Algunas ciudades son atractivas, algún museo,
obligatorio, alguna iglesia se merece una visita. Pero lo impactante y lo
seductor es el paisaje con mayúsculas, que te atrapa desde el primer kilómetro que
recorres en Noruega, que te deja sin respiración a menudo, que te obliga a
rebuscar calificativos en el diccionario al acabarse los habituales, asombrado
por una belleza sin límites.
Una de
las ciudades noruegas más interesantes es Trondheim. Su catedral comenzó a
construirse en 1153 en el lugar donde fue enterrado más de un siglo antes el rey vikingo Olaf II, martirizado en la
batalla de Stiklestad cuando intentaba imponer el cristianismo en la actual Noruega.
El Gamie Bybro o puente viejo es el lugar perfecto para hacerse una idea de
cómo debía de ser esta ciudad en los siglos XVIII y XIX. Los grandes almacenes y
las casas de los obreros hoy son restaurantes y bares donde se agolpan los
centenares (o quizá miles) de turistas diarios que visitan la ciudad.
Mosjoen
tiene un enclave histórico bellísimo llamado Sjogata. Solo rompe la monotonía
de la tarde de verano el griterío de un grupo de adolescentes que se divierten
tirándose al lago desde la barandilla de una plataforma. En Mo i Rana se puede
ver El Hombre del Mar, una estatua de piedra granito de once metros de altura
que parece flotar en medio del fiordo.
Las
Lofoten son una cadena de islas de picos puntiagudos que se levantan hasta los
mil metros de altura y que desde lejos parece inexpugnable. Las mayores islas
están conectadas entre sí por puentes o túneles submarinos bajo los fiordos.
Dicen que estas vistas desde el aire parecen una muralla que ha emergido del
mar. Algunas de las paredes montañosas, desnudas por el exterior donde golpea
el frío polar, y enverdecidas en las zonas más protegidas por corrientes más cálidas,
pueden descender mil metros sin obstáculos y en caída libre.
COLONIA
DE ARTISTAS. En
la isla de Langoya hay un pueblo resucitado llamado Nyksund. En 1975 se marchó
el herrero, el último de sus habitantes, y quedó abandonado. Es un lugar que
parece perdido en el fin del mundo al que hay que llegar por una carretera sin
asfalto durante los últimos ocho kilómetros. Un pueblo golpeado por las frías
corrientes polares que ha vuelto a revivir como colonia de artistas y como
punto de encuentro de viajeros curiosos. Por una carretera poco transitada que
bordea el acantilado atravesamos la estrecha isla de Andoya para llegar a Andenes,
un pueblecito de aire perdido desde donde salen los viajes organizados para
observar las ballenas y las orcas, aunque el mal tiempo
provoca la suspensión temporal.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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