El último fusilado en Francia
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 15 de marzo
de 2016)
Fort d’Ivry, 11 de marzo de 1963. El coronel Bastien-Thiry
es pasado por las armas por el atentado contra De Gaulle.
El firme estaba mojado por la
lluvia, pero el Citroën DS-19 rodaba a 110 kilómetros por hora
(velocidad alta en la época) por la CN 306, rumbo a la base aérea de Villacoublay.
Le precedían dos motoristas y le seguía otro automóvil idéntico con la escolta;
no llevaba distintivos y no estaba blindado. Le faltaba poco para alcanzar su
destino cuando comenzaron las ráfagas de ametralladora.
El pasajero junto al chófer gritó: “¡Al
suelo padre!”. En el asiento de atrás, un hombre de casi dos metros se dobló
como pudo, cubriendo con su corpachón a la mujer que le acompañaba. Las balas
silbaron sobre ellos, el Citroën recibió 14 impactos, algunos se clavaron en
los respaldos, el cristal trasero saltó hecho añicos aunque milagrosamente
nadie fue alcanzado. Las ruedas del Citroën reventaron, pero el conductor
obedeció la orden del copiloto: “¡Acelere!”. Logró esquivar una furgoneta
surgida de la nada que intentó embestirle y a toda velocidad pudo llegar a
Villacoublay, donde los militares vieron con horror surgir de aquel colador al
presidente de la República.
Hay que decir que el chófer, Francis
Marroux, era un antiguo maquis reconvertido en gendarme (equivalente
francés a guardia civil), y ya había superado con igual sangre fría otro
atentado hacía menos de un año. El copiloto, el único que habló durante el
ataque, estaba acostumbrado a dar órdenes, era el coronel Alain de Boissieu,
ayudante de campo y yerno del presidente. Y los pasajeros eran, obviamente, el
general De Gaulle y su esposa, Yvonne de Gaulle.
El general estaba indignado. Él era
militar de carrera y sabía que el enemigo te dispara, pero había visto la
muerte muy cerca de su esposa y eso no se podía consentir. Hay que respetar a
las damas… Él, por ejemplo, respetaba tanto a su mujer que jamás se atrevió a
tutearla. Charles de Gaulle era un caballero chapado a la antigua, tenía
principios firmes, creía en la patria, la religión y la familia. Como hombre de
honor que era, ¡ay de quien deshonrase esos valores! Puesto que además tenía
mal carácter, no comprendía las debilidades, era tremendamente soberbio y
bastante rencoroso, podía ser despiadado con sus adversarios.
Desde su llegada al poder para
“salvar a Francia” por segunda vez, en 1958, su enemigo principal era la
Organización del Ejército Secreto (OAS), un potente grupo armado opuesto a la
independencia de Argelia, formado por militares y pied noirs (colonos
franceses). Había empezado aterrorizando a los independentistas argelinos, pero
luego pasó a asesinar a franceses traidores, aquellos dispuestos a
abandonar Argelia. Entre ellos, el presidente De Gaulle, que con su larga
visión de estadista había comprendido que el colonialismo era insostenible.
Cinco veces atentaron contra su
vida, pero De Gaulle no se amilanó. Si había sido el único francés capaz de
enfrentarse a Hitler en 1940, un puñado de extremistas no iba a poder con él.
Les respondió con todo el poderío del Estado, pero también con sus mismas armas
criminales. Por un lado creó una jurisdicción militar excepcional para reprimir
la subversión; por otro, organizó unas células anti-OAS, les Barbouzes
(los barbas postizas), 300 elementos dispuestos a todo que ponían bombas,
secuestraban, torturaban y asesinaban a miembros o simpatizantes de la OAS, y
dio carta blanca a los servicios especiales para actuar fuera de las fronteras,
de modo que la OAS se quedó sin santuarios en los países vecinos.
Brillante ingeniero.
El organizador de los atentados era
uno de los cerebros más brillantes del ejército, el teniente coronel
Bastien-Thiry. De familia noble y católica, Jean-Marie Bastien-Thiry estudió en
el centro más prestigioso de Francia, l’École Polytechnique, antes de ingresar
en el Ejército del Aire como ingeniero aeronáutico. Era el genio francés en el
diseño de misiles, pero tras su fachada de científico había un hombre de
radicales convicciones ideológicas, que justificaba el asesinato del presidente
de la República recurriendo a Santo Tomás de Aquino y la teoría del tiranicidio.
Bastien-Thiry, que usaba el nombre
clave Didier, no pertenecía a la OAS, sino al Vieil État-Major,
una organización clandestina mucho más elitista, como indica su nombre, de la
que hasta hoy día no se sabe casi nada. La OAS sería simplemente su instrumento
para el tiranicidio, la infantería que daría el callo, mientras que Didier
era el general, el estratega. En un detalle de sofisticación bautizó la
operación Charlotte Corday, en memoria de la tiranicida de la Revolución
Francesa, la republicana moderada que asesinó a Marat.
El comando ejecutor era de 12
hombres, la mayoría militares, incluido un joven oficial con uno de los
apellidos más nobles de Francia, Condé, y tres exilados húngaros que habían
combatido a los rusos en 1956. Tenían ametralladoras, metralletas y explosivos,
y usaron una furgoneta, una camioneta y un turismo. Bastien-Thiry no participó
en el tiroteo, estaba adelantado en la carretera y simplemente avisó de la
llegada del convoy presidencial.
Tras el atentado, Didier
volvió a su vida normal y se fue en misión oficial a Inglaterra, pero la OAS
estaba muy infiltrada por los servicios secretos, en 15 días habían detenido a
casi todos los participantes y, a su vuelta de Inglaterra, a Bastien-Thiry.
En enero del 63 comenzó en el Fuerte
de Vincennes el consejo de guerra, aunque con un grave hándicap jurídico: el
Tribunal Militar de Justicia creado por De Gaulle había sido declarado ilegal
por el Consejo de Estado, por contravenir los principios generales del Derecho
al ser sus sentencias sin apelación. Pero el general De Gaulle no admitía que
viniesen unos constitucionalistas a enmendarle la plana, dictó una nueva ley y
mantuvo al tribunal para el juicio.
Duró poco más de un mes y
Bastien-Thiry aprovechó para hacer una gran pieza oratoria en la que
desarrollaba su ideología, aunque a la hora de la verdad negó que pretendiera
asesinar al tirano y afirmó que solo quería secuestrarlo para “someterlo a
juicio”. No le valió, fue sentenciado a muerte junto a otros dos acusados. El
presidente De Gaulle conmutó la pena capital de estos, pero no la de
Bastien-Thiry, argumentando que se había disparado contra mujeres, se había
disparado contra niños –el coche de una familia numerosa fue alcanzado por las
balas– y encima el responsable supremo, Bastien-Thiry, no había tenido el valor
de estar en primera línea junto a sus soldados cuando empezaron los tiros. El
general insistió en el último argumento, no quería solamente ejecutar al hombre
que había puesto en peligro la vida de Madame de Gaulle, sino humillarle
llamándole cobarde.
Bastien-Thiry fue fusilado al
amanecer –el último fusilamiento en Francia– con un rosario en las manos, como
un mártir cristiano. Posteriormente De Gaulle, en uno de sus característicos
sarcasmos, diría: “Los franceses necesitan mártires… Yo podría haberles dado
uno de esos generales estúpidos que juegan a la pelota en la prisión de Tulle
[los cuatro generales unidos a la OAS] pero les di a Bastien-Thiry. Lo
convertirán en un mártir. Se lo merece.”
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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