Muertes absurdas: El abogado que para demostrar que un disparo podía ser accidental se pegó un tiro por accidente
(Un texto de Javier Blanquez en El
Mundo del 30 de agosto de 2018)
Político racista, torticero y traidor,
Clement Vallandigham falleció ejerciendo de abogado, cuando quiso demostrar la
verdad al precio más alto posible.
El texto clásico de Tocqueville, La democracia en América, se
publicó en 1835, y venía a decir que mientras en Europa todavía no habíamos
aprendido a diferenciar entre liberalismo y antiguo régimen, al otro lado del
Atlántico habían dado por fin con la materialización correcta de las ideas de
la Ilustración en un sistema de gobierno justo y garante de las libertades.
Verdad es que los Estados Unidos de entonces ya preparaban pacientemente el
camino a la democracia moderna, pero no nos engañemos: aquello todavía era en
gran parte una tierra de gañanes donde se permitían atropellos y tropelías que
en nuestro continente agreste ya se habían eliminado, o se canalizaban por vías
más refinadas. En Estados Unidos aún no habían inventado ni el baloncesto ni
Netflix, así que hay que ser prudentes a la hora de idealizar la nación de hace
dos siglos.
Dicho lo cual, permítanme que les presente a Clement Vallandigham, un político
singular de la América del siglo XIX con el que sería fácil trazar paralelismos
con figuras reaccionarias, intolerantes y tramposas de su misma época o incluso
de la actual. En su biografía encontramos de todo, desde un berrinche que le
dio porque perdió unas elecciones al Congreso en su estado natal de Ohio, que
le llevó a pedir un recuento bajo la sospecha de que se habían emitido votos
falsos -y que le dio la razón- hasta una furiosa posición proesclavista.
Miembro del partido demócrata, hoy habría estado sin duda a la derecha del Tea
Party y a la extrema derecha de Trump, e incluso fue una de las voces más
constantes en la denuncia del plan abolicionista del presidente republicano
Lincoln -a quien tildaba de Rey, atribuyéndole ademanes autoritarios-.
Seguramente, a nuestro hombre le hubiera dado un telele de saber que un
compañero de su partido sería el primer presidente negro de Estados Unidos,
porque una vez consumado el plan de Lincoln (decretar la abolición de la
esclavitud tras el final de la guerra civil), su posición política más conocida
fue la de oponerse por todos los medios a que se le reconociera el derecho al
voto a los nuevos hombres libres de color.
Últimamente nos estamos acostumbrando a ver cómo los intolerantes con el
pedigrí más rancio se disfrazan de demócratas de toda la vida, mientras
palpita, escondida bajo las mesas de reunión, una agenda opaca. Clement
Vallandigham era de esa clase de políticos: torticero, traidor, incluso fue
acusado con un cargo de rebelión -una alocución pública suya en 1863, en plena
guerra, supuestamente incitó a partidarios suyos a sabotear la redacción de un
periódico de línea ideológica contraria-, temporalmente encarcelado y huido más
tarde a Canadá, desde donde se las apañó para presentarse a unas nuevas
elecciones como representante de Ohio en el congreso. Ahí ya, por fin, perdió.
Podría decirse que Vallandigham fue un Carles Puigdemont avant-la-lettre
en muchos aspectos, y sin embargo, por lo que ha resultado ser célebre no es
por su agitada vida política, repleta de desencuentros con la ley, el orden y
el respeto al prójimo, sino por su muerte, seguramente una de las más patéticas
y risibles de siempre. Para presenciarla, hay que avanzar hasta el año 1871,
seis después del final de la guerra civil y con su archirrival Lincoln fuera de
la Casa Blanca tras dispararle el primer asesino/modelo masculino de la
historia, tal como se explica en la película Zoolander, mientras
Vallandigham ejercía de abogado en el estado de Ohio. Le tocaba defender a un
tal Thomas McGehan, implicado en lo que hoy se diría una pelea de bar y acusado
de disparar a su supuesto agresor en el abdomen. Vallandigham sostenía que,
puesto que era el fallecido Tom Myers el poseedor del arma, y que la había
sacado de su bolsillo, era probable que hubiera sido él mismo quien se
disparara accidentalmente.
Para demostrarlo, algo innegociable en Derecho, escenificó ante el juez
cómo pudieron haberse producido los hechos, y para tal efecto pidió un revólver
de atrezzo. Lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta, se acercó a su
defendido para simular la situación en el saloon, gesticuló como si
estuviera en el trance de una refriega, extrajo la pistola y demostró que un
sutil giro de muñeca podía hacer que el arma apuntara al mismo punto en el que
Myers había recibido el disparo. Con tan poca fortuna que el arma, que se
presuponía descargada, en realidad tenía una bala dentro que se disparó al
pulsar el gatillo, y le causó un feo boquete en el intestino.
El final feliz de esta historia, si es que así se puede decir, es que la
demostración de Vallandigham se ajustó a Derecho y, habiendo demostrado que su
cliente no necesariamente tenía que ser el autor del disparo, quedó libre y sin
cargos. Una muerte estúpida, pero al menos sirvió para algo.
Fecha de la muerte: 17 de enero de
1871
Etiquetas: Alégrame el dia
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