¿Existe, de verdad, la intuición?
(Un texto de Elena Castelló en la revista Mujer de Hoy del 9 de noviembre de 2019)
No es un sexto sentido, ni tampoco magia. Procede
de nuestra capacidad de observación y de adaptación. Y todos podemos
tenerla. Pero hay que aprender a confiar en ella... y a entrenarla.
¿Qué pasa si sufrimos una serie de síntomas poco claros y en el hospital nos dan a elegir entre utilizar un ordenador con un sofisticado software experto en diagnóstico o
ponernos en manos de un prestigioso especialista? Muy probablemente,
elegiríamos al especialista.... y sería un acierto. “Cuando nos examina
un médico de carne y hueso, que acumula información y datos gracias a sus años de experiencia, su cerebro es
capaz de captar –aunque él no sea consciente– signos sutiles que pueden
ser la clave de un diagnóstico correcto. Y todo esto no lo puede hacer
un ordenador”, explica Paloma Príes, psicóloga de la Clínica Universidad
de Navarra.
¿Y qué son esos signos sutiles, eso que distingue a la máquina del ser humano? Muchos lo llaman instinto, pálpito o presentimiento,
y lo asocian con una sensación física, una especie de voz interior, que
surge de repente y sin razón aparente. Sería una sensación similar a la
que sentimos en los primeros momentos de la vigilia, tras despertar del
sueño, con la certeza de haber encontrado la solución a un problema al
que llevamos días dando vueltas. A veces, si sucede en medio de la
noche, nos levantamos para apuntarlo, porque luego se olvida. En la vida
cotidiana, estos momentos nunca ocurren en forma de grandes revelaciones.
Se trata más bien de cosas como ir a ver una casa que te gusta, pero no
decidirte a comprarla porque no terminas de fiarte y no sabes muy bien
por qué o porque “no te ves en ella”. O enamorarte, sin saber si esa
relación saldrá bien. O empeñarte en hacer pruebas de más a un hijo pese
a la opinión de los médicos y, gracias a ello, dar con el diagnóstico
correcto. O hacer un arriesgado movimiento de ajedrez, confiando en una
victoria en la que nadie confiaría.
“Un día, en una entrevista de trabajo, tuve varias sensaciones negativas
–recuerda Nadia, de 43 años–. El puesto, la empresa y el salario eran
de ensueño, pero sentí mareos al entrar en el edificio, temblores, el
entrevistador me generaba rechazo... Decidí no continuar con el proceso.
Una semana después, encontré un trabajo en Londres. Vivo allí desde
hace seis años y nunca me he arrepentido”. Todo esto es lo que refleja
la palabra intuición, que implica innumerables matices y
formas, y que incluso tiene mala prensa, porque se considera un proceso
más cerca de la magia o de la superchería que de la lógica.
La intuición viene del latín intuito, literalmente “lo interior que surge hacia el exterior”. El diccionario de la RAE la define como “la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”.
Platón decía que era “un pasaje, un estado superior del alma”; Freud,
“un eslabón perdido entre la sensibilidad y la consciencia, que ayuda a
llevar los datos del inconsciente hacia lo consciente”; y Einstein la
definía como “un don sagrado, una forma de adivinación que traduce una
verdad objetiva del mundo”. Quizá sean estas aseveraciones –adivinación,
estado superior del alma– las que han complicado las cosas y alejado la
intuición de la vida cotidiana. Porque al hablar de ella es difícil
evitar la sensación de que entramos en un mundo arcano, donde cabe todo
lo que la razón no capta.
Razones irracionales
Sin embargo, fue la intuición lo que permitió al propio Einstein, a Newton o a Arquímedes hacer sus descubrimientos. No tiene nada que ver con la magia, sino con un refuerzo de la creatividad,
porque permite encontrar ideas y soluciones e ir más allá de la lógica
racional. Es como una guía, un radar. La mayoría de los artistas y
científicos la utilizan para avanzar en sus campos.
Pero, ¿cuál es la naturaleza de la intuición? La neurociencia está
empezando a averiguarlo. “Podríamos decir que es una manera de darle
nombre a cosas que no podemos justificar –explica la psicóloga Paloma
Príes–. Es como sentir una idea en lugar de pensarla”.
Más aún: es una herramienta de nuestro cerebro para adaptarse y
desenvolverse en el mundo. Nos alerta ante un peligro, nos permite ganar
tiempo y ser más eficaces en nuestras acciones.
“Los procesos
dentro del ser humano son complejos y muchas veces tenemos informaciones
que no están en el plano consciente y que influyen en lo que decidimos,
pero eso no significa que sean irracionales –explica José Manuel
Sánchez, socio director del Centro de Estudios del Coaching–. La
intuición tiene mucho que ver con la experiencia, las analogías, las similitudes.
Ocurre que a menudo tenemos varias posibilidades y escogemos una porque
sentimos que es la correcta. Probablemente, lo hacemos gracias a la
información que manejamos sobre ese asunto, pero también es muy posible
que haya otros datos que el entorno nos proporciona sin necesidad de
palabras. El cuerpo habla constantemente: la forma en que nos movemos o miramos, la postura... son indicios con información”.
Atajos cerebrales
Y es que la intuición tiene más de proceso de
toma de decisiones que de revelación súbita. “Existen dos sistemas
cognitivos en el cerebro –explica Paloma Príes–. Uno es guiado,
controlado, analítico y exige un esfuerzo mental; el otro es automático,
asociativo, implícito, se basa en la percepción y no requiere ese
esfuerzo. El primero es lento y el segundo, rápido; pero ambos nos
pueden llevar a conclusiones inteligentes. Tomar una buena decisión depende de los dos porque funcionan en paralelo. La intuición está conectada con el hemisferio derecho del cerebro,
que es donde se sitúa la percepción inmediata de la realidad. Gracias a
ella, podemos tomar decisiones muy rápidas. Por eso no le ponemos
palabras. Es una forma de simplificar nuestras decisiones; si no,
acabaríamos paralizados”.
Para evitar el estrés continuo que
supone la toma de decisiones en nuestra vida diaria, la mente utiliza
una serie de rutinas que la ayudan a resolver de una forma más rápida;
una serie de atajos mentales inconscientes, que en psicología se llaman atajos de la percepción o heurísticos.
Uno de estos atajos, por ejemplo, es el efecto halo,
que dice que la percepción de un rasgo en una persona está influenciada
por la percepción de rasgos anteriores. Si alguien nos parece guapo, al
mismo tiempo (por contagio) puede que también nos parezca inteligente.
Otro atajo es el de representatividad, es decir, el que
nos hace tomar una decisión en función de las probabilidades. “El
cerebro tiene lo que se llama la red por defecto, que está siempre
funcionando, pero que no llega al plano consciente”, explica Sánchez.
A pesar de su mala prensa, pálpito y corazonada son buenas palabras para definir el proceso intuitivo de toma de decisiones,
que suele estar relacionado con una sensación física. Por eso es
importante prestar atención al cuerpo. “Tiene mucho que ver con la
observación y con la escucha –sostiene José Manuel Sánchez–. La
intuición se alimenta de información que viene de fuera, no es posible
que surja si nos centramos exclusivamente en nosotros mismos, hay que
estar abiertos”.
“Es una especie de inteligencia universal que no tiene limitaciones temporales o espaciales”,
explica Alexis Champion, fundador y director de IRIS, una “escuela de
la intuición” establecida en Francia, y autor del libro Développer votre
intuition [Desarrolla tu intuición, aún no publicado en España].
Champion afirma que esta sensación no solo es una facultad que nos
asalta, sino que podemos desarrollarla y controlarla. Porque, al contrario de lo que pensamos, no es un don de unos poco: todos tenemos intuición.
Eso sí, algunas personas tienen más talento que otras para escucharla.
Las experiencias, la educación, la historia familiar o las creencias
pueden dificultarla, pero es un músculo que se entrena: cuanto más
atención se le presta, mejor se percibe.
No es cierto, sin embargo, que las mujeres sean más intuitivas que los hombres. “Simplemente, ellas suelen prestar más atención a los detalles, las emociones y la empatía,
pero la intuición no es una habilidad inherente a un género”, dice
Príes. “Estas sensaciones nos permiten sentirnos profundamente humanos
–señala la psicóloga Helen Monnet, autora de La puissance de l’intuition
[El poder de la intuición]–. Nos ayuda a ser quienes somos y a dominar
las facetas desconocidas de nuestra personalidad”.
¿Es posible
que en la sociedad occidental, el razonamiento y el análisis ocupen
tanto espacio que hayamos dejado de tener acceso a toda esa información que también nos podrían proporcionar los sentidos? Finalmente, el criterio racional y el intuitivo no serían opuestos, sino complementarios. Si incluso la ciencia respalda su valía, ¿no habrá llegado el momento de dejar de bloquearla y empezar a entrenarla?
Decálogo para desarrollar la intuición:
2. Escucha, observa, fíjate en la comunicación no verbal de los que te rodean, tanto positiva como negativa. Escucha no solo lo que dicen, sino cómo lo dicen, lo que sienten, lo que parece que ocultan. Y, a partir de ahí, indaga.
3. Toma nota de esos momentos en los que decides de forma rápida sin tener todos los datos.
4. Aprende a mejorar la rutina de examinar tus emociones.
5. Calibra tu autoestima: su ausencia es perjudicial... pero también su exceso.
6. Desarrolla la empatía.
7. Practica la relajación, la meditación, el mindfulness o el yoga, para desarrollar la atención plena. El deporte y el arte también ayudan.
8. Desarrolla tus sentidos. Saborea, observa, recréate en lo que ves.
9. Procura tener momentos tranquilos y relajados.
10. Evita la sobrecarga de tareas. Date tiempo.
Etiquetas: Culturilla general
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home