Verano de 1944: arde París
(Un artículo de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo
del 20 de julio de 2011)
En junio los aliados desembarcaron en Normandía y en
agosto liberaron la capital francesa con La Nueve, una compañía de republicanos
españoles, en vanguardia. En medio de los tiroteos, los parisienses salían a abrazarlo.
La ciudad se sacudía eufórica cuatro años de ocupación. La Segunda Guerra
Mundial enfilaba hacia su final.
Al caer la noche del 5 de junio de1944, casi 3.000
barcos estaban dispuestos para partir desde las costas inglesas hasta
Normandía, pero la previsión del tiempo era mala. Eisenhower, el comandante
supremo de los aliados, estaba de los nervios y aplazó su decisión de salir
hasta las cuatro de la mañana, hora en que volvió a convocar a sus comandantes.
Se despertó a las tres y media, soplaban vientos huracanados y llovía mucho,
pero John Stagg, el hombre del tiempo, tenía buenas noticias: era seguro que el
tiempo iba a mejorar.
Como obedeciendo a una mano divina, la lluvia cesó
de repente. Eisenhower reflexionó unos segundos, era un momento de dramatismo
supremo que habría de cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial, iniciada
cinco años atrás. De pronto, habló en voz baja: "De acuerdo, vamos", dijo.
La flota más grande que jamás se hubiera visto zarpó hacia levante. Eisenhower volvió
a la cama. Había empezado la Operación
Overlord y París incubó la esperanza de una pronta liberación.
Los colaboracionistas más lúcidos no tuvieron que
esperar el desembarco para comprender que se acercaba el momento de su
expulsión de Francia. Louis-Ferdinand Céline, Paul Morand, Robert Brasillach,
Henry de Montherlant o Pierre Drieu la Rochelle eran escritores que habían
apoyado al gabinete del mariscal Pétain, títere de Berlín, y sabían que su vida
corría peligro. La sed de venganza podía llevarles al paredón.
Quienes podían huían a Alemania o Italia Céline fue
uno de los primeros en precipitarse a la legación alemana: para pedir
autorización para cruzar el Rin; en Sigmaringen, en el suroeste de Alemania, se
encontró) con el mariscal Pétain escondido en su castillo. Otros
colaboracionistas se ocultaron en el anonimato de las habitaciones de hotel o
en casas de amigos.
El 22 de junio, al amainar las tormentas que habían
descargado durante el final de la primavera y el inicio del verano en el Canal
de La Mancha y que habían sido las peores del siglo, 800 embarcaciones pequeñas
estaban destrozadas y varadas en las playas. Pero se había logrado desembarcar 80.000
vehículos, medio millón de hombres y más de 150.000 toneladas de pertrechos.
Los aliados luchaban en una región agrícola de
caminos estrechos y taludes altos coronados por espesos setos; el avance se
medía por metros. Los carros de combate sufrían emboscadas y quedaban inutilizados
antes de encontrar siquiera un blanco al que apuntar. Para resolver el problema,
el sargento Curtis C. Culin Jr. tuvo una idea luminosa. En la parte delantera de
los carros de combate Sherman se soldaron ocho dientes de acero, a unos 70 centímetros
del suelo. A una velocidad de entre 15 y 25 kilómetros por hora, el carro podía
lanzarse contra los setos, cortar sus raíces y atravesarlos. El Rinoceronte,
como no tardaron en llamarlo, transformó el movimiento de las columnas de
blindados estadounidenses, que escoltaban desde el cielo patrullas de cazas
Thunderbolt. El camino a París estaba abierto. Bien lo supo el mariscal Rommel,
jefe de las fuerzas alemanas de ocupación, que quedó malherido cuando, el 17 de
julio, su coche fue ametrallado por dos aviones británicos.
Un siniestro advenedizo político había convertido el
continente en una carnicería y nadie le paraba los pies en su propio país; pero
un héroe de guerra mutilado, vástago de una familia de la aristocracia
prusiana, se propuso acabar con el lobo raboso en su guarida. El oficial Claus
Schenk, conde de Stauffenberg, era un idealista y un hombre de acción. Aquel
jueves 20 de julio de 1944, Stauffenberg puso una bomba con 975 gramos de
dinamita en la célebre Guarida del Lobo, cuartel general del Führer en
Rastenburg, en lo que hoyes Polonia. A la una de la tarde, el general Erich
Fellgiebel, uno de los implicados en el complot, envió una escueta nota desde
el búnker: "Ha sucedido una catástrofe. ¡Hitler vive!". Esa noche ejecutaron
a varios conjurados, entre ellos a Stauffenberg, que tenía 36 años.
Pero en aquella guerra, como en la vida misma, regía
la alternancia y el 1 de agosto el sol brilló de nuevo para los aliados cuando
EEUU activó el Tercer Ejército y soltó al general Patton, a quien precedía su fama.
Fogoso, intempestivo y ordinario, tenía muchos vicios pero amaba la guerra. Se
apoderó de toda la Bretaña y empezó a avanzar en dirección a París.
Aquella misma noche, la 9ª Compañía de la 2ª
División Blindada de la Francia Libre, más conocida como División Leclerc, desembarcó
al norte de la Bahía de Carentan, en Normandía. Aunque mandada por un francés,
casi todos los oficiales y la tropa de La Nueve, hasta un total de 146, eran republicanos
españoles. En La Nueve, el español era la lengua oficial. Sus vehículos semioruga
llevaban nombres de resonancia inconfundible: Ebro, Guadalajara, Belchite, Don
Quijote, España cañí... El 7 de agosto La Nueve sufrió su primer muerto en
combate, Andrés García.
Una semana antes de ese desembarco, Drieu la
Rochelle encontró a un amigo y le dijo que iba a suicidarse. Aquella primera
tentativa fracasó, o intentaría dos veces más. No había sido el único escritor
colaboracionista, ni mucho menos; pero la colaboración de la mayoría de los
escritores franceses con la abyecta causa de los ocupantes se había limitado a
un oportunista hacerse el sueco. Paul Claudel había escrito una Oda al mariscal Pétain, Jean Paul Sartre
y Simone de Beauvoir ascendieron a la celebridad durante la ocupación; de
hecho, Beauvoir trabajó para la radio nacional de Pétain. Cocteau frecuentaba a
personalidades del régimen nazi como el escultor Amo Breker o el escritor Ernst
Jünger. El malentendido de Camus se
representó en París durante las últimas semanas de la ocupación y El extranjero y El mito de Sísifo se publicaron con el flamear de las esvásticas.
La cobardía o la miopía política afectaron a los intelectuales
franceses, que hasta aquel verano vivieron tan ricamente bajo la bota nazi. No
así la norteamericana Sylvia Beach, fundadora de la librería Shakespeare& Company
de París, que en 1941 se había negado a vender a un oficial alemán la primera
copia de la novela Finnegans Wake, de
James Joyce, y fue internada en un campo durante seis meses.
Encabezada por La Nueve, la División Leclerc llegó
al oeste de París en medio de una explosión de júbilo que retrasaba el avance
de las tropas. Había barricadas, las paredes estaban llenas de bandos,
llamamientos y consignas, algunos de los cuales eran instrucciones para
fabricar artefactos incendiarios. Por los aires planeaban las octavillas con el
texto reconfortante del general Leclerc: "Tenez bon. Nous arrivons” (Resistid, que llegamos). La Nueve, que
ondeaba la bandera republicana española, entró en París por la Porte d'Italie a
las 20.30 h del jueves 24 de agosto. A las seis de la madrugada del día
siguiente, Simone de Beauvoir subía corriendo por el Boulevard Raspail cuando
vio en las aceras una muchedumbre apiñada que aclamaba a los españoles.
De vez en cuando sonaba un disparo en los tejados;
alguien se desplomaba, pero el entusiasmo apagaba el miedo. Durante toda la jornada
Simone recorrió con Sartre la ciudad cubierta de banderas. Las mujeres se
habían puesto guapas para abrazar a los soldados del ejército liberador.
A pocos pasos del Quai des Grands-Augustins, Picasso
pintaba su Bacanal mientras el
tiroteo proseguía y el paso de los tanques hacía temblar la vieja casa. El
poeta Paul Eluard repartía octavillas en la rue Dragan cuando aparecieron las
tropas de la Wehrmacht con la metralleta en ristre. Sylvia Beach vio un jeep detenerse
ante su casa. Alguien gritó su nombre y la librera bajó corriendo la escalera
para ver -en uniforme de combate, sucio y cubierto de sangre- a su amigo
Hemingway, que la levantó, la hizo girar y la besó. Cuando cesó el tiroteo, el
escritor y sus hombres se fueron a "liberar la bodega del Ritz".
Se cruzaron con hombres que, entre los disparos,
voceaban el periódico de la Resistencia, Combat.
En portada publicaba un editorial sin firma escrito por Camus que empezaba así:
"París hace fuego con todas sus balas en la noche de agosto".
Al entrar en la plaza del Ayuntamiento, el semioruga
Ebro, conducido por Miguel Campos, El Canario, hizo los primeros disparos
contra ametralladoras alemanas, mientras los civiles salían a la calle cantando
La Marsellesa y repicaban las
campanas de las iglesias. El teniente español Amado Granell comentaría después:
"La población se abalanzaba sobre nosotros. Siempre besos y siempre flores.
Las botellas de buen vino francés se vaciaban sobre nuestras cabezas a manera
de bautismo pagano".
Guiada por los miembros de la Resistencia, La Nueve
alcanzó la rue Rivoli. En una escaramuza en la Place de la Concorde cayó José
Barón, Robert, uno de los miembros de la dirección del PCE en París. A las
15.30 h, la guarnición alemana se rindió y fueron los soldados españoles Francisco
Sánchez, Antonio Navarro y Antonio Gutiérrez quienes recibieron como prisionero
al general alemán Van Choltilz.
Al día siguiente, De Gaulle entró triunfalmente en la
ciudad. En el Ayuntamiento pronunció un discurso para la Historia: "¡París
ultrajada! ¡París destrozada! ¡París martirizada! Pero París ha sido
liberada". Se detuvo en el Arco del Triunfo para volver a encenderla llama
en la tumba del Soldado Desconocido. El destacamento que le rindió honores era
La Nueve. Luego bajó a pie por los Champs Elysées en medio de una euforia que a
veces no se distinguía de la histeria. Amado Granell recordaría: "Nos
costó más trabajo vencer la admiración de los parisienses que la resistencia
alemana".
Las pocas semanas que quedaban del verano fueron
embriagadoras. ''Tener 20 o 25 años en el verano de 1944 en París parecía una
suerte enorme: todos los caminos se abrían", escribió Beauvoir. Era
también la hora del arreglo de cuentas. Paul Eluard escribió un poema en la primera
plana de Les Lettres Francaises en el
que decía: "No hay piedra más preciosa que el deseo de vengar al
inocente". Drieu la Rochelle, que se había inscrito con nombre falso en el
Hospital Americano de Neully, recurrió a la navaja de afeitar y volvió a
fracasar en su despedida operística, porque, como apuntó Marguerite Yourcenar, “los que fracasan en sus vidas corren también
el riesgo de malograr su suicidio". Dieron con su cadáver en la primavera
del año siguiente. Esta vez sí había tenido éxito con el gas y las drogas.
Cuando terminó aquel verano, De Gaulle impuso en
Nancy la Croix de Guerre al subteniente canario Miguel Campos, al sargento
catalán Fermín Pujol y al cabo gallego Carmiño López. Aquel verano de 1944
había entrado en la Historia, pero la mayoría no logró salir.
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