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jueves, julio 18

Verano de 1944: arde París



(Un artículo de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo del 20 de julio de 2011)

En junio los aliados desembarcaron en Normandía y en agosto liberaron la capital francesa con La Nueve, una compañía de republicanos españoles, en vanguardia. En medio de los tiroteos, los parisienses salían a abrazarlo. La ciudad se sacudía eufórica cuatro años de ocupación. La Segunda Guerra Mundial enfilaba hacia su final. 

Al caer la noche del 5 de junio de1944, casi 3.000 barcos estaban dispuestos para partir desde las costas inglesas hasta Normandía, pero la previsión del tiempo era mala. Eisenhower, el comandante supremo de los aliados, estaba de los nervios y aplazó su decisión de salir hasta las cuatro de la mañana, hora en que volvió a convocar a sus comandantes. Se despertó a las tres y media, soplaban vientos huracanados y llovía mucho, pero John Stagg, el hombre del tiempo, tenía buenas noticias: era seguro que el tiempo iba a mejorar. 

Como obedeciendo a una mano divina, la lluvia cesó de repente. Eisenhower reflexionó unos segundos, era un momento de dramatismo supremo que habría de cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial, iniciada cinco años atrás. De pronto, habló en voz baja: "De acuerdo, vamos", dijo. La flota más grande que jamás se hubiera visto zarpó hacia levante. Eisenhower volvió a la cama. Había empezado la Operación Overlord y París incubó la esperanza de una pronta liberación. 

Los colaboracionistas más lúcidos no tuvieron que esperar el desembarco para comprender que se acercaba el momento de su expulsión de Francia. Louis-Ferdinand Céline, Paul Morand, Robert Brasillach, Henry de Montherlant o Pierre Drieu la Rochelle eran escritores que habían apoyado al gabinete del mariscal Pétain, títere de Berlín, y sabían que su vida corría peligro. La sed de venganza podía llevarles al paredón. 

Quienes podían huían a Alemania o Italia Céline fue uno de los primeros en precipitarse a la legación alemana: para pedir autorización para cruzar el Rin; en Sigmaringen, en el suroeste de Alemania, se encontró) con el mariscal Pétain escondido en su castillo. Otros colaboracionistas se ocultaron en el anonimato de las habitaciones de hotel o en casas de amigos. 

El 22 de junio, al amainar las tormentas que habían descargado durante el final de la primavera y el inicio del verano en el Canal de La Mancha y que habían sido las peores del siglo, 800 embarcaciones pequeñas estaban destrozadas y varadas en las playas. Pero se había logrado desembarcar 80.000 vehículos, medio millón de hombres y más de 150.000 toneladas de pertrechos. 

Los aliados luchaban en una región agrícola de caminos estrechos y taludes altos coronados por espesos setos; el avance se medía por metros. Los carros de combate sufrían emboscadas y quedaban inutilizados antes de encontrar siquiera un blanco al que apuntar. Para resolver el problema, el sargento Curtis C. Culin Jr. tuvo una idea luminosa. En la parte delantera de los carros de combate Sherman se soldaron ocho dientes de acero, a unos 70 centímetros del suelo. A una velocidad de entre 15 y 25 kilómetros por hora, el carro podía lanzarse contra los setos, cortar sus raíces y atravesarlos. El Rinoceronte, como no tardaron en llamarlo, transformó el movimiento de las columnas de blindados estadounidenses, que escoltaban desde el cielo patrullas de cazas Thunderbolt. El camino a París estaba abierto. Bien lo supo el mariscal Rommel, jefe de las fuerzas alemanas de ocupación, que quedó malherido cuando, el 17 de julio, su coche fue ametrallado por dos aviones británicos. 

Un siniestro advenedizo político había convertido el continente en una carnicería y nadie le paraba los pies en su propio país; pero un héroe de guerra mutilado, vástago de una familia de la aristocracia prusiana, se propuso acabar con el lobo raboso en su guarida. El oficial Claus Schenk, conde de Stauffenberg, era un idealista y un hombre de acción. Aquel jueves 20 de julio de 1944, Stauffenberg puso una bomba con 975 gramos de dinamita en la célebre Guarida del Lobo, cuartel general del Führer en Rastenburg, en lo que hoyes Polonia. A la una de la tarde, el general Erich Fellgiebel, uno de los implicados en el complot, envió una escueta nota desde el búnker: "Ha sucedido una catástrofe. ¡Hitler vive!". Esa noche ejecutaron a varios conjurados, entre ellos a Stauffenberg, que tenía 36 años. 

Pero en aquella guerra, como en la vida misma, regía la alternancia y el 1 de agosto el sol brilló de nuevo para los aliados cuando EEUU activó el Tercer Ejército y soltó al general Patton, a quien precedía su fama. Fogoso, intempestivo y ordinario, tenía muchos vicios pero amaba la guerra. Se apoderó de toda la Bretaña y empezó a avanzar en dirección a París. 

Aquella misma noche, la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia Libre, más conocida como División Leclerc, desembarcó al norte de la Bahía de Carentan, en Normandía. Aunque mandada por un francés, casi todos los oficiales y la tropa de La Nueve, hasta un total de 146, eran republicanos españoles. En La Nueve, el español era la lengua oficial. Sus vehículos semioruga llevaban nombres de resonancia inconfundible: Ebro, Guadalajara, Belchite, Don Quijote, España cañí... El 7 de agosto La Nueve sufrió su primer muerto en combate, Andrés García.

Una semana antes de ese desembarco, Drieu la Rochelle encontró a un amigo y le dijo que iba a suicidarse. Aquella primera tentativa fracasó, o intentaría dos veces más. No había sido el único escritor colaboracionista, ni mucho menos; pero la colaboración de la mayoría de los escritores franceses con la abyecta causa de los ocupantes se había limitado a un oportunista hacerse el sueco. Paul Claudel había escrito una Oda al mariscal Pétain, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir ascendieron a la celebridad durante la ocupación; de hecho, Beauvoir trabajó para la radio nacional de Pétain. Cocteau frecuentaba a personalidades del régimen nazi como el escultor Amo Breker o el escritor Ernst Jünger. El malentendido de Camus se representó en París durante las últimas semanas de la ocupación y El extranjero y El mito de Sísifo se publicaron con el flamear de las esvásticas. 

La cobardía o la miopía política afectaron a los intelectuales franceses, que hasta aquel verano vivieron tan ricamente bajo la bota nazi. No así la norteamericana Sylvia Beach, fundadora de la librería Shakespeare& Company de París, que en 1941 se había negado a vender a un oficial alemán la primera copia de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, y fue internada en un campo durante seis meses. 

Encabezada por La Nueve, la División Leclerc llegó al oeste de París en medio de una explosión de júbilo que retrasaba el avance de las tropas. Había barricadas, las paredes estaban llenas de bandos, llamamientos y consignas, algunos de los cuales eran instrucciones para fabricar artefactos incendiarios. Por los aires planeaban las octavillas con el texto reconfortante del general Leclerc: "Tenez bon. Nous arrivons” (Resistid, que llegamos). La Nueve, que ondeaba la bandera republicana española, entró en París por la Porte d'Italie a las 20.30 h del jueves 24 de agosto. A las seis de la madrugada del día siguiente, Simone de Beauvoir subía corriendo por el Boulevard Raspail cuando vio en las aceras una muchedumbre apiñada que aclamaba a los españoles. 

De vez en cuando sonaba un disparo en los tejados; alguien se desplomaba, pero el entusiasmo apagaba el miedo. Durante toda la jornada Simone recorrió con Sartre la ciudad cubierta de banderas. Las mujeres se habían puesto guapas para abrazar a los soldados del ejército liberador. 

A pocos pasos del Quai des Grands-Augustins, Picasso pintaba su Bacanal mientras el tiroteo proseguía y el paso de los tanques hacía temblar la vieja casa. El poeta Paul Eluard repartía octavillas en la rue Dragan cuando aparecieron las tropas de la Wehrmacht con la metralleta en ristre. Sylvia Beach vio un jeep detenerse ante su casa. Alguien gritó su nombre y la librera bajó corriendo la escalera para ver -en uniforme de combate, sucio y cubierto de sangre- a su amigo Hemingway, que la levantó, la hizo girar y la besó. Cuando cesó el tiroteo, el escritor y sus hombres se fueron a "liberar la bodega del Ritz". 

Se cruzaron con hombres que, entre los disparos, voceaban el periódico de la Resistencia, Combat. En portada publicaba un editorial sin firma escrito por Camus que empezaba así: "París hace fuego con todas sus balas en la noche de agosto".
Al entrar en la plaza del Ayuntamiento, el semioruga Ebro, conducido por Miguel Campos, El Canario, hizo los primeros disparos contra ametralladoras alemanas, mientras los civiles salían a la calle cantando La Marsellesa y repicaban las campanas de las iglesias. El teniente español Amado Granell comentaría después: "La población se abalanzaba sobre nosotros. Siempre besos y siempre flores. Las botellas de buen vino francés se vaciaban sobre nuestras cabezas a manera de bautismo pagano". 

Guiada por los miembros de la Resistencia, La Nueve alcanzó la rue Rivoli. En una escaramuza en la Place de la Concorde cayó José Barón, Robert, uno de los miembros de la dirección del PCE en París. A las 15.30 h, la guarnición alemana se rindió y fueron los soldados españoles Francisco Sánchez, Antonio Navarro y Antonio Gutiérrez quienes recibieron como prisionero al general alemán Van Choltilz.

Al día siguiente, De Gaulle entró triunfalmente en la ciudad. En el Ayuntamiento pronunció un discurso para la Historia: "¡París ultrajada! ¡París destrozada! ¡París martirizada! Pero París ha sido liberada". Se detuvo en el Arco del Triunfo para volver a encenderla llama en la tumba del Soldado Desconocido. El destacamento que le rindió honores era La Nueve. Luego bajó a pie por los Champs Elysées en medio de una euforia que a veces no se distinguía de la histeria. Amado Granell recordaría: "Nos costó más trabajo vencer la admiración de los parisienses que la resistencia alemana".
Las pocas semanas que quedaban del verano fueron embriagadoras. ''Tener 20 o 25 años en el verano de 1944 en París parecía una suerte enorme: todos los caminos se abrían", escribió Beauvoir. Era también la hora del arreglo de cuentas. Paul Eluard escribió un poema en la primera plana de Les Lettres Francaises en el que decía: "No hay piedra más preciosa que el deseo de vengar al inocente". Drieu la Rochelle, que se había inscrito con nombre falso en el Hospital Americano de Neully, recurrió a la navaja de afeitar y volvió a fracasar en su despedida operística, porque, como apuntó Marguerite Yourcenar,  “los que fracasan en sus vidas corren también el riesgo de malograr su suicidio". Dieron con su cadáver en la primavera del año siguiente. Esta vez sí había tenido éxito con el gas y las drogas. 

Cuando terminó aquel verano, De Gaulle impuso en Nancy la Croix de Guerre al subteniente canario Miguel Campos, al sargento catalán Fermín Pujol y al cabo gallego Carmiño López. Aquel verano de 1944 había entrado en la Historia, pero la mayoría no logró salir.